Cuarenta acres de terreno y una mula. Eso es lo que el General Sherman les prometió a los esclavos emancipados poco antes del fin de la Guerra de Secesión. Y si bien muchos kilómetros cuadrados serían finalmente confiscados de las manos de los vencidos sureños luego del conflicto nada de eso terminaría ocurriendo. No es nada casual que la compañía productora de Spike Lee, fundada hace casi cuarenta años, se llame precisamente 40 Acres and a Mule Filmworks: la condición del ciudadano estadounidense cuyo color de piel es más oscuro que el azul y mucho más aún que el del blanco típicamente sajón –la piel del negro, pero también la del mulato y el “latino”– ha formado parte directa o indirecta del núcleo temático de casi la totalidad de su filmografía. “Ya-dig?  Sho’Nuff” (¿Entendés? Absolutamente), reza la placa que suele abrir y cerrar sus obras, antes de un “hecho en la República de Brooklyn”, orgullosa marca de origen de alguien que supo nacer en Atlanta pero fue criado y madurado en el barrio más populoso de Nueva York. Alguna vez considerado el chico maravilla del cine “afroamericano” (¡ay, la corrección política!), su tránsito desde los márgenes del indie hacia los márgenes del mainstream se consolidó con Malcolm X, el complejo retrato del líder social protagonizado por Denzel Washington y nominado a un par de premios Oscar (de los cuales no terminaría obteniendo ninguno). Antes de eso, antes de que Mo’ Better Blues y, en particular, Fiebre de amor y locura (Do the Right Thing) le brindaran el prestigio necesario para llegar a una audiencia más amplia –en su propio país y en el mundo–, Lee era un estudiante de cine con deseos de ofrecer una mirada diferente de la sociedad, en particular aquellos aspectos ligados a la experiencia cotidiana de ser negro en los Estados Unidos de América. Ese deseo es claro como el agua en uno de sus cortometrajes de tesis, The Answer (1980), que casi le vale la expulsión de la Universidad de Nueva York. En el corto, un director de cine negro es contratado por un gran estudio para hacer una remake de El nacimiento de una nación, el film de 1915 dirigido por D. W. Griffith que describe con gloria, loor, algarabía y gran sentido del melodrama la gestación y puesta a punto del K.K.K. en los aciagos años post Guerra Civil.

Luego de un mediometraje ultra independiente llamado Joe’s Bed-Stuy Barbershop: We Cut Heads (1983), Spike Lee concentraría sus cañones en lo que finalmente sería su carta de presentación más importante en el mundo del cine. She’s Gotta Have It fue seleccionada por el Festival de Cannes en 1986 para formar parte de la sección Quincena de los realizadores, donde obtendría el premio a Mejor director debutante. Rodada en apenas doce días en película 16mm blanco y negro (con la excepción de un paso musical a todo color), protagonizada por un reparto de actores desconocidos y la participación de amistades y miembros de su familia, con una banda de sonido compuesta por su propio padre, el experimentado bajista de sesión Bill Lee, la película narra algunos días en la vida de Nola Darling, una chica negra de Brooklyn que se debate entre las cortesías amorosas de tres hombres (y los avances de una mujer) mientras intenta sobrevivir como artista incipiente gracias a un trabajo como diseñadora gráfica. ¿Se debate? En realidad, Nola no puede/no quiere optar por un solo caballero de su harén personal y ha decidido acompañarse alternativamente con las presencias de Jamie, Greer y Mars (éste último interpretado por el propio Spike Lee). Hombres muy diferentes entre sí que, en conjunto, parecen ofrecerle un combo irresistible. En palabras enojosas de uno de ellos, “Nola ha elegido crear un monstruo de tres cabezas, seis manos, seis piernas y tres penes”. La frescura de la película, su insistencia en describir sin tapujos ni gravedad la personalidad chispeante de una mujer joven, negra y talentosa que se resiste a ser etiquetada por los demás fue seguramente lo que más llamó la atención en el momento del estreno. Y es aún su mayor virtud: el film no ha envejecido en exceso y su retrato en escorzo de una ciudad y un puñado de sus habitantes sigue palpitando en la mayoría de los granulados planos que la componen. ¿Qué llevó a Spike Lee a revisar esa historia y esas criaturas treinta años más tarde? She’s Gotta Have It, la serie en diez episodios recientemente estrenada en la plataforma Netflix, revisa, actualiza, reversiona y remixa los temas y situaciones centrales del largometraje original con la intención de llegar a una nueva generación de espectadores.

Ayer y hoy

Más allá de los formatos y formas de producción diversos (un largometraje de bajísimo presupuesto, de una hora y media de metraje, antes; una producción multimillonaria de casi cinco horas de duración, pensada para el consumo seriado, ahora), las diferencias entre aquella Nola y esta otra son muchas y van desde lo epidérmico a lo abismal. Una de las más evidentes se relaciona con un aspecto del film seminal que le valió más de una airada crítica disparada desde los cuarteles feministas: Nola era (re) construida en pantalla a partir de (y sólo a partir de) la mirada de sus tres amantes, con el apoyo circunstancial de algún personaje femenino, como su psicóloga o la amiga lesbiana Opal Gilstrap. En la serie, la multiplicidad de papeles secundarios femeninos y la voz en primera persona de Nola son mucho más pronunciadas y relevantes. ¿Resguardo contra posibles nuevas críticas o cambios sociales imposibles de escamotear? Si bien los diez episodios fueron dirigidos por Lee, un alto porcentaje de los guiones lleva la firma de un puñado de mujeres. En un reportaje reciente para la revista cultural Vulture, el director de Girl 6 y Clockers, que acaba de cumplir sesenta años, dio más detalles al respecto: “No tenía tiempo de escribir yo mismo los diez episodios. Además, no había necesidad de hacerlo, porque esta era una historia que no necesitaba ser contada completamente desde un punto de vista masculino. Me han acusado de decir cosas a través de una mirada exclusivamente masculina y no quería darle a la gente más munición. Y, además, ¿por qué no hubiera querido que Lynn Nottage escribiera algunos de los guiones? Ella ha ganado dos premios Pulitzer, por las obras Ruined y Sweat. ¿Por qué no hubiera querido que Eisa Davis, que Radha Blank, incluso que mi hermana Joie escribieran un guion? Mi mujer ha tenido cierta injerencia en los guiones, mi hija también estuvo presente en la habitación de escritura. Le hemos dado la bienvenida al aporte de las mujeres. No hubo resistencia de ningún tipo. Nada”. La contribución del equipo de dramaturgas, guionistas, productoras y actrices parece haberle brindado a la historia ideas ausentes en el largometraje original, más allá de que se mantuvo intacta la base narrativa: una chica, ahora artista plástica en duro ascenso, y su relación con los tres hombres que circulan alrededor suyo como planetas de un sistema solar. También están presentes, nuevamente, las miradas y reflexiones a cámara de los personajes, que de manera recurrente detienen las acciones para comentarlas, adelantar detalles o simplemente acotar alguna apreciación. Y, desde luego, la “cama amorosa” de Nola sigue siendo el único lugar donde el sexo es posible, el sitial de honor del placer, la confesión y también el dolor.

Otras cosas han cambiado. El Brooklyn de mediados de los 80, todavía habitado por una enorme cantidad de vecinos de tonos de piel negro y marrón –y toda la enorme escala intermedia que demuestra empíricamente la imbecilidad del color pre-formateado– se ha convertido en un sitio cool, ideal para el hípster de ocasión. (“Esos blancos me pagarían con gusto cuatro veces lo que vos me pagás de alquiler”, le dice en repetidas ocasiones la locadora a Nola, usualmente atrasada con el pago de su alquiler). La secuencia de títulos de la serie alterna fotografías y planos en movimiento del largometraje con tomas recientes del borough, ilustración gráfica del brutal proceso de gentrificación. Los cambios arquitectónicos, culturales, económicos y sociales de Brooklyn podrían compararse, salvando todas las distancias, con aquellos que arreciaron en esa zona otrora llamada Palermo Viejo y que ahora ha sido dividida en una decena de micro barrios delimitados por su nombre de fantasía foráneo. En el corazón de Fort Greene vive, come, duerme, sueña, crea y disfruta del sexo Nola. Una Nola un poco más glamorosa que la Nola de antaño, gracias a la gracia irresistible de la actriz DeWanda Wise. De hecho, otra diferencia marcada respecto de los roles originales es que todos los intérpretes parecen ahora un poco menos “comunes”, más cinematográficos (televisivos, en este caso), más bellos físicamente, más fotogénicos. Es el caso del hombre de familia sensible, pero algo conservador llamado Jamie Overstreet (Lyriq Bent), el sofisticado, egocéntrico y bastante snob Greer Childs (Cleo Anthony) e incluso el de Mars Blackmon (Anthony Ramos), el hiphopero loser con corazón de oro y una eterna sonrisa en los labios. El primer episodio de la serie, apreciado de manera independiente, se asemeja a una imaginaria versión “negra” de Sex and The City en la cual la heroína no es capaz de elegir a uno de sus tres amantes y sentar cabeza. Pero sólo se trata de un anzuelo con carnada, un juego –entre tantos otros diseminados en el relato– diseñado por Lee y las guionistas. Una de las ironías de una historia que toca cuestiones ligadas a la construcción del imaginario femenino contemporáneo (“el cuerpo de una mujer negra”, en palabras de la protagonista), la identidad sexual, la corrección política y el acoso y/o abuso sexual.

¿Quién es esa chica?

La femineidad aparentemente encorsetada de ese primer capítulo estalla en mil pedazos en los nueve siguientes: el uso de un vestido ajustado desata diferentes reacciones de los hombres que rodean a Nola, al tiempo que su mejor amiga decide inyectarse los glúteos para obtener un booty acorde al trabajo de bailarina de cabaret nocturno. Previamente, Nola pinta un cuadro que tendrá una primera y una segunda versión, dos posibles imágenes del cuerpo femenino, una más ajustada a lo que se espera en términos artísticos, la otra un tanto más juguetona y sincera, invirtiendo de alguna manera la supuesta negatividad de ciertos estereotipos imperantes. La protagonista se declarará más tarde “pansexual” y, a diferencia de lo que ocurría en la película, el sexo con otra mujer no aparece aquí en forma potencial, sino que es un hecho de la realidad. En She’s Gotta Have It versión 2017, Nola no será violentada por uno de sus partenaires, escena polémica pero pertinente del film ligada a esa “mirada masculina” que, sin embargo, Lee ha dejado de justificar, llegando al punto de desautorizarla. Sí será acosada en la calle en un típico caso de “piropo” desubicado que se convierte finalmente en un acto de violencia física. Son muchos los temas que la serie describe y analiza a partir de una narración en forma de collage que alterna escenas tradicionalmente dramáticas con otras formalmente más libres, cruzadas por una banda de sonido notable (soul clásico, neo soul, jazz, hip hop, algo de r&b) que, en un toque interesante de autoconciencia sónica, incluye la presencia de las portadas de los discos originales. Nola se enoja y sale a las calles a construir una intervención artística anónima y de impacto, casi la antítesis de su arte pictórico más convencional, concentrado en retratos de hombres y mujeres negros. Jamie Overtreet también se enoja: su hijo, educado en una escuela prestigiosa y tradicional, ha logrado que un video musical se viralice gracias al uso sistemático de la palabra “nigger”. Esa situación genera una escena hilarante que es, al mismo tiempo, una reflexión sobre los excesos de la corrección política, que ha llegado para quedarse y por momentos amenaza con ahogarnos. Lee también se reserva algunos minutos para crear un virulento clip anti- Trump y otro dedicado a recorrer las tumbas de algunos célebres muertos recientes. El final (que no se discutirá aquí: la dictadura del spoiler también es plaga) se aparta bastante del polémico final de la película. ¿Otro signo de los tiempos? Al fin y al cabo, la lucha de Nola parece ser también la de Lee: sacudirse fuertemente y sacarse de encima aquellos señalamientos que le llegan desde el exterior, al tiempo que intenta descubrir quién es realmente. Tal vez los caminos para lograr esa meta no sean tan revulsivos como lo fueron hace treinta años y la apuesta de Lee a darle nueva vida a la historia que impulsó su carrera sea un paso sobre terreno firme y seguro. ¿Pero acaso no es eso lo que se hace antes de dar un nuevo salto? Ya dig? Sho’Nuff.