Actriz, guionista, productora, Phoebe Waller-Bridge es toda una aparición en el escenario de la comedia inglesa. Su cuerpo desgarbado, sus muecas desesperadas y sus comentarios rápidos y filosos definen el tono de su exitosa sitcom, Fleabag, con la que ha saltado a la fama desde su Londres natal. Ya había aparecido hace un año en Crashing, otra de esas comedias inglesas de seis episodios que se ven rápido y se disfrutan mucho en estos tiempos de infinitas series e interminables temporadas. En Fleabag vuelve a hacer culto de la concisión pero ahora todo ese pequeño universo gira en torno a ella, a su ingenio como autora del texto –basado en una obra teatral que ella misma escribió e interpretó en un festival de teatro en 2013– y a su presencia en la pantalla, cómplice y absorbente. Producida por la BBC3 y recientemente disponible en Amazon Prime Video, Fleabag sigue la vida de una treintañera londinense que lidia con varios problemas: una relación distante con su hermana, un negocio que no funciona demasiado, frustraciones amorosas y encuentros sexuales bizarros, y una pérdida reciente que sumerge su presente en una extraña y agridulce melancolía. 

“Ser correcta y dulce, buena y agradable, es una pesadilla. Es agotador. Como mujeres, desde temprana edad recibimos el mensaje sobre cómo ser una buena chica y, al mismo tiempo, nos dicen que las chicas que se portan bien no cambiarán el mundo ni darán ninguna sorpresa. Entonces, ¿qué carajo se supone que debo ser? ¿Se puede ser una revolucionaria educada y correcta? Es imposible.” Esa declaración de Waller-Bridge en una entrevista en The Guardian define la encrucijada de su humor, enojado e irreverente, subversivo de las claves del buen gusto y la corrección política reinante. Ya su personaje de Crashing, una veinteañera crecidita que vivía en una especie de comunidad de millennials en la moderna Londres, se salía de los cánones de lo esperado para una juventud  aún anárquica y disruptiva. Pero luego ha decidido ir más allá: su Fleabag nos habla directamente desde la pantalla, rompiendo cualquier ilusión de protección para el espectador desprevenido. Su complicidad es tan cáustica como su humor, como sus sesiones de masturbación mientras mira los discursos de Obama, o sus reflexiones sobre vibradores y sexo anal. 

Una de las primeras imágenes de la serie la muestra parada, con su delantal blanco, en el pequeño bar que regentea con mal humor y desgano. Ya su presencia parece un gag del cine mudo, rígida y expectante frente a un inmenso salón vacío. Es que al bar nunca entra nadie y cuando aparece algún ocasional cliente solo quiere enchufar teléfonos y notebooks y no consumir más que un vaso de agua. Fleabag es pésima como comerciante pero su mala atención y precios exorbitantes siempre tienen una justificación: “Esto es Londres”. Ese mismo desdén y soterrada crueldad también define sus relaciones con los hombres, prisioneras de ese pulso contradictorio entre deseo y mandato, entre esa urgencia de vivirlo todo y esa angustia de que se acabe. Así es la relación con su exnovio, al que ignora para masturbarse, burla por su sensibilidad sobreactuada o pelea para que le limpie la casa antes de irse. O con el tipo que se levanta en el colectivo, personaje salido del grotesco, con dientes de conejo y tirantez neurótica. El sexo casual desprolijo y la torpeza afectiva son las armas de Waller-Brige para nutrir a su antiheroína de ese humor que sobresale a sus desastres e incorrecciones, que la hace divertida pese a todo. “Creo que mientras sea graciosa siempre puede salirse son la suya”. 

El juego que propone Waller-Bridge de correr algunos límites de la tolerancia estándar en el humor femenino también se conjuga con la soledad de su personaje, cuya única verdadera compañía es la del espectador. Muchas de las comedias protagonizadas por mujeres, desde la Girls de Lena Dunham hasta la ya prehistórica Sex and the City, se apoyaban en los grupos como núcleos del humor y epicentro de los lazos de amistad. Fleabag, en ese sentido, se encuentra desamparada porque todas sus relaciones están teñidas de una incierta distancia, de una imposibilidad lacerante. Huérfana de madre, esa ausencia se potencia con la patética figura de la madrastra, especie de bruja snob y tilinga dedicada al arte abstracto y consumidora de todas las tendencias chic londinenses. Esa hostilidad subterránea es un claro ejemplo del enojo al que la serie no le tiene miedo y que, además, es vehículo para expresar el inconformismo y la frustración, algo que otorga a Fleabag una ternura casi desesperada. “Creo que muchas personas intentan establecer vínculos con los demás y fracasan. Mucha gente se siente como Fleabag, o dice ‘ese es mi padre’, ‘esa es mi madrastra’, o ‘esa es mi hermana’. Eso es algo que siempre me ha llamado la atención, los intentos de establecer una conexión con los demás y fracasar”. 

Los momentos más luminosos de Fleabag son los efímeros recuerdos de Boo, aquella amiga de la adolescencia, de complicidades tontas y sentimientos inagotables. Su ausencia es un hueco, una herida muda que emerge casi entre sueños, que recuerda la plenitud de una vida anterior, sin la culpa y la nostalgia que ha quedado en el aire desde su absurda muerte. Bajo ese filo de la irreverencia también están sus intentos de acercamiento a su hermana Claire, prototipo de la mujer orquesta que organiza  todo al detalle, que huye del contacto físico y de cualquier atisbo afectivo. “Somos malas feministas”, le dice Fleabag cuando asisten a la conferencia “Las mujeres hablan” en la que Waller-Bridge asesta algún que otro golpe a algunos lugares comunes del discurso femenino contemporáneo. Esa combinación casi natural entre una sensibilidad honesta alejada de toda cursilería y una comicidad ácida y nada condescendiente es algo que también define el cuerpo de sus textos. Junto a su mirada a cámara y a su plasticidad actoral, también está el filo de su escritura, despojada del residuo teatral, e integrada a esta ambición de forma que ha traído con gran novedad a la comedia.  

Phoebe Waller-Bridge, curiosa promesa para el humor de estos tiempos, que ha trascendido las fronteras europeas, invitada del show de Jimmy Fallon en Estados Unidos hace unos meses, con un pie en el mainstream más industrial a partir de su próxima actuación en la nueva Star Wars de Han Solo, parece estar viviendo el “momento más divertido de su carrera”. Pero hay siempre en su personaje esa doble pulsión, consumida entre el humor agresivo y feroz que sacude desde la voracidad confesional de sus personajes, y la dolorosa necesidad de contacto, de algo que lo haga todo más verdadero.u