Julio Carrizo tiene 63 años y una mochila que carga hace 43. No es una mochila literal, aunque alguna vez haya llevado una al hombro en los fríos suelos de las Islas Malvinas. Es una carga simbólica, un peso de memoria, silencios, cartas escondidas y promesas no cumplidas. Este año, gracias al programa "Brown en Malvinas" impulsado por el municipio de Almirante Brown, Carrizo tendrá la posibilidad de volver a pisar las islas que marcaron su vida y lo alejaron del mundo militar.
Junto a él viajará también Carlos Barrionuevo, otro excombatiente del distrito, que prefirió guardar silencio por ahora, convencido de que su herida no se cerrará hasta regresar al lugar donde comenzó.
Pero la historia de Julio es la de un joven de González Catán, hijo de un obrero de la construcción, que a los 19 años desobedeció a su padre para ir a la guerra luego de hacer el servicio militar con la promoción 1981. "No le hice caso a mi papá, un día me levanté y me fui a presentar al regimiento”, cuenta en una charla con Buenos Aires/12. A las pocas horas de ese momento, ya estaba alistado para volar a Malvinas.
Allí fue apuntador de mortero 81. El 13 de abril de 1982 llegó a las islas y regresó el 19 de junio, tras haber sobrevivido a bombardeos, noches heladas y la violencia de sus propios superiores. Uno de ellos, un capitán, lo condenó a pasar más de nueve horas de guardia bajo cero por un supuesto error. Fue entonces cuando Carlos Barrionuevo, el mismo con quien ahora compartirá el viaje de regreso, desobedeció la orden para encender una fogata y salvarle la vida. "Estaba prácticamente congelado e hizo eso para que me recuperara del frío. Me defendió en Malvinas y nuestra amistad sigue intacta", recuerda Julio.
No sólo vuelve por una promesa personal. Lo hace también para intentar recuperar una parte de su vida que según él, ocultó en su trinchera que no fue alcanzada por las bombas. "Lo primero que se me cruzó es poder llegar a volver y retirar esas cartas que había dejado, no solo cartas sino parte del diario que había escrito yo y lo dejé por temor a que me lo quitaran", dice.
Aquellos escritos, junto con otros que conserva -más de 90 cartas y decenas de anotaciones-, conforman un archivo de vida y guerra que hoy guarda en su museo personal. “Y ahora es una alegría enorme poder viajar con Carlitos y poder recordar y ver que me ayude a buscar lo que dejé en Malvinas, que para mí va a ser muy importante”, reconoce.
Pero el regreso no se proyecta sólo hacia el pasado. El hombre que desde hace muchos años vive en la localidad de José Mármol, también quiere rendir homenaje a sus amigos caídos por los bombardeos y las esquirlas de la artillería inglesa: Héctor Guanes, Horacio Balvidares y Juan Domingo Rodríguez.
Una lección de vida marcada por la crueldad
Previo a la guerra, Julio tenía la convicción de hacer la carrera militar en el Ejército Argentino, pero su padre, Decelin Carrizo, era delegado en una fábrica, peronista, y no se convencía de que eso fuese una buena idea, apoyado también por su mujer, Eda Campos. “Me gustaba el uniforme de San Martín y los valores de defender a la Patria, pero ser milico estaba mal visto en mi familia porque era sinónimo de represión", sostiene.
Y tras volver de la guerra, entendió el mensaje que le había querido dar su padre, aunque su compromiso nunca estuvo en discusión. “¿Si volvería a desobedecer a mi padre para ir a Malvinas? Sí, pero no sería militar por todo el daño que hicieron los jefes, además de lo que hicieron en la dictadura. Las personas que estuvieron en las instituciones le han hecho daño mucho al pueblo", dice.
Y agrega: “La firme decisión de mi padre, de haberme dicho que no iba a seguir en la escuela militar porque todavía era menor de 21 años y no podía decidir, junto a la experiencia que tuve con los jefes militares hicieron que después le diera la razón a mi padre”.
En este panorama, Julio tiene una opinión muy clara sobre la guerra y sus actores al tiempo que reconoce que el conflicto bélico no fue entre el pueblo, sino más bien burocrático. “Yo creo que la guerra no fue entre las personas, la guerra fue entre países por intereses. Ellos iban a cumplir con un contrato y ahí lo sabíamos. Nosotros fuimos por la bandera”. Por eso, asegura que, 43 años después, se sentaría a tomar un café con un soldado británico. “Yo calculo que no tendría por qué odiar a una persona, si hasta antes de la guerra escuchábamos a los Rolling Stones”, ejemplifica.
Malvinas, una causa que no escapa al contexto social
"En el año 1982, en Malvinas, tuve miedo, tuve frío, tuve hambre, pero fui con una sola condición: fui a defender mi bandera y sin pedir nada a cambio, y hoy estoy muy orgulloso de haber ido a defender la Patria", dice el excombatiente. Esa convicción es la que hoy también sostiene a miles de veteranos que siguen dando pelea.
Carrizo lo dice sin dar muchas vueltas: el regreso fue más duro que la propia guerra. "Al principio teníamos que negar que fuimos a una guerra, fuimos discriminados por la misma fuerza que nos había llevado", recuerda. Los recibieron en Campo de Mayo con indicaciones precisas: no contar el hambre, ni el frío, ni el abandono. Julio volvió con 10 kilos menos, colitis severa por un mes que él cree que fue producto de la primera sopa voraz que recibió su estómago después de mucho tiempo, y sin contención. "Nos dijeron que lo de Malvinas había quedado en Malvinas y luego nos hicieron volver el 2 de julio a retirar nuestro documento", rememora.
"Estuvimos 120 días en la Plaza de Mayo pidiendo por salud y por tener una pensión digna. Todo lo que conseguimos lo conseguimos con el esfuerzo, con salir a caminar", destaca. Hoy, aunque los veteranos de Buenos Aires tienen una cobertura de salud adecuada brindada por gobiernos anteriores, Carrizo advierte que en muchas provincias eso no ocurre.
Julio no pide privilegios. Pide justicia. Pide que las nuevas generaciones conozcan la verdad. "Sería fabuloso que los políticos empiecen a darnos un poco más de importancia a la causa", señala y en ese punto valora la iniciativa de la Cámara de Diputados provincial que recientemente dio un paso adelante para que quienes cumplan funciones en los tres poderes del Estado bonaerense reciban capacitación obligatoria sobre la causa Malvinas. "Cada veterano tiene una vida diferente, una historia diferente, una guerra diferente. Lo que hemos vivido nosotros son cosas que nunca se tienen que olvidar", refuerza.
Malvinizar y malvinizar
A nivel laboral, se reinventó muchas veces. Trabajó en la Asociación Obrera Textil, en Peñaflor y en DHL. Luego ingresó al Consejo Escolar de Almirante Brown y se jubiló tras 37 años de trayectoria. “Hoy estoy gozando de mi jubilación, con todas las complicaciones que conlleva igualmente”, cuenta.
A su manera, Carrizo sigue malvinizando, como le llaman los veteranos de mantener viva la causa. Organiza actividades deportivas con otros veteranos, participa de encuentros y promueve la memoria como ejercicio colectivo. "Son el motor, el corazón, el alma que nos dan a la familia", reconoce.
Dice que volver a Malvinas no es cerrar una herida, es encontrarle sentido. "Yo calculo que Malvinas ya está, está la herida y siempre va a estar. Si por intermedio de la diplomacia y de todo tipo de recursos, la podemos recuperar, ahí sería una sensación de que la tarea está cumplida", completa.