No es casualidad que una parte de la obra de Cortázar haya permanecido tanto tiempo en la penumbra. A pesar del reconocimiento que alcanzaron sus cuentos, la novela Rayuela y sus innovadores experimentos narrativos, existe una dimensión menos explorada que él mismo consideraba tan personal que le resultaba difícil permitir que circulara sin reservas: la poesía.

Muy pocos recuerdan hoy que Cortázar inició su carrera literaria como poeta. Es así como esta veta, que podría parecer secundaria, actúa como un flujo constante del que emergen muchas de las tensiones, cadencias e imágenes que luego se expanden en su prosa. No se trata de un apéndice sino de una corriente subterránea, nutrida por un impulso lírico que Julio Cortázar jamás abandonó, aunque optara por relegarlo públicamente.

La publicación de su Poesía completa en Alfaguara, al cuidado de Andreu Jaume, ofrece la posibilidad de explorar de forma integral esa dimensión menos visible del escritor. Al reunir todos los poemas editados en vida y sumar un conjunto de inéditos, esta edición brinda la oportunidad de recorrer, de manera continua, la evolución y las constantes de su escritura en verso.
Este volumen recoge el trabajo de recopilación iniciado en 2005, cuando Galaxia Gutenberg publicó el tomo IV de las Obras completas de Cortázar bajo la dirección de Saúl Yurkievich. El reciente descubrimiento de inéditos ha enriquecido aquella labor inicial, y esta nueva edición, más divulgativa, incorpora estos materiales prescindiendo de notas o variantes, ofreciendo así la visión más completa hasta la fecha.

El corpus poético que reúne esta edición atraviesa distintos períodos y registros estilísticos: desde las formas clásicas hasta la experimentación radical. Entre sus títulos más destacados se encuentra Presencia (1938), donde el joven autor (bajo el seudónimo Julio Denis) adopta el soneto como estructura dominante, y Pameos y meopas (1971), obra que marca un giro hacia el juego lingüístico y la fragmentación. También aparecen poemas originalmente incluidos en catálogos de artistas plásticos o en volúmenes misceláneos como La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y Último round (1969), en los que prosa, imágenes y verso conviven con una disposición libre y ensayística. Otros títulos fundamentales son Le ragioni della collera (noventa y seis poemas publicados en una revista italiana en 1982), atravesado por un compromiso político explícito, y Salvo el crepúsculo (1984), que sintetiza sus búsquedas temáticas y formales en diálogo con la música, el cine y otras artes.

En su primer libro, Presencia, Cortázar se muestra un joven influenciado por las formas tradicionales del soneto, con una poesía de tono elegíaco y filosófico. Este poemario revela la influencia de Juan Ramón Jiménez, el modernismo y una cierta resonancia mística. Este inicio es clave para entender su impulso hacia una obra lírica, aunque ya en él se nota una tensión entre lo clásico y lo experimental, buscando romper con la rigidez formal en busca de nuevas expresiones. Con una métrica y una rima de impecable factura, estos primeros poemas muestran conciencia estilística y sobre todo una sensibilidad por inquietudes existenciales, religiosas y metafísicas.

En Pameos y meopas, Cortázar abandona las formas cerradas y adopta una escritura lúdica y fragmentaria, enfocada en la libertad expresiva. Utiliza el humor, el pastiche, la ruptura sintáctica y experimentaciones fonéticas que desafían el sentido. A través de técnicas como el encabalgamiento abrupto, la acumulación de imágenes inconexas y la inclusión de vocablos inusuales, logra una musicalidad sutil basada en la aliteración y la variación métrica. Cortázar no rechaza la tradición, sino que la transforma, creando un diálogo entre el verso clásico y las vanguardias del siglo XX.

Este libro reúne la diversidad de registros que caracterizan la poesía de Cortázar, combinando lo confesional, lo político, la exploración formal y la meditación estética en una propuesta poética heterogénea. Para el lector actual, ofrece un cruce entre la herencia vanguardista y una tradición lírica siempre conflictiva. El poemario demuestra cómo, para Cortázar, la poesía es un espacio de libertad formal, resistencia ética y un constante laboratorio del lenguaje.

 

CANSADO DE GRITAR POR CRIS

Poesía completa incluye varios poemas amorosos dirigidos a figuras específicas, destacando el ciclo “Quince poemas para Cris”. Aunque no se menciona explícitamente el nombre de la destinataria, se puede identificar con la poeta uruguaya Cristina Peri Rossi, basándose en referencias biográficas y contextuales. Cris aparece como una mujer sudamericana, exiliada en París, morena y poeta también, cuya figura evoca una nostalgia por territorios afectivos como Montevideo y la calle Corrientes de Buenos Aires

En este ciclo, Cortázar se aleja del experimentalismo radical para desplegar una voz confesional y directa, atravesada por una ternura persistente y un humor discreto. La comunicación entre el yo poético y la destinataria adquiere un tono epistolar, con escenas mínimas -gestos, guiños, momentos compartidos- que trascienden lo privado para alcanzar una resonancia universal.

Cortázar, en estos poemas, a menudo apela a la complicidad con Cris a través de imágenes simples, al tiempo que mantiene el registro íntimo que vertebra el ciclo: “cuando te llevo de la mano / por una callecita de París / quisiera tanto que el paseo se acabara / en una esquina de Montevideo / o en mi calle Corrientes / sin que nadie viniera / a pedir documentos”. También ponen de relieve el nexo entre acto creativo y amor: “Ahora escribo pájaros. / No los veo venir, no los elijo, / de golpe están ahí, son esto, / una bandada de palabras”.

Con estos recursos, el autor logra plasmar la calidez cercana y, a la vez, la naturaleza escurridiza del deseo, presentando un registro que se aleja de su habitual experimentación formal y se inclina hacia una confesión más clara y accesible.

Desde un enfoque crítico, estos poemas muestran cómo Cortázar utiliza un registro coloquial sin perder precisión estilística ni la creación de imágenes visuales, tan propias de su obra. La frescura con que presenta la experiencia amorosa matiza su perfil de escritor lúdico y experimental. En conjunto, dejan ver su capacidad de integrar lo cotidiano y lo trascendental, reafirmando el amor como una fuerza vital y uno de los núcleos expresivos más potentes de su etapa final.

Otra zona esencial de la poesía de Cortázar son sus textos de orientación política y social, especialmente en Le ragioni della collera y Salvo el crepúsculo, donde el autor despliega una escritura vehemente pero cuidada, y así la poesía se transforma en una herramienta de crítica sin renunciar a su densidad simbólica ni a su exigencia formal.

El poema “Julio Cortázar al Che” adopta un tono grave y urgente, pero siempre desde una conciencia estética que sortea el didactismo. La denuncia del sistema, la crítica a la violencia institucional o al conformismo burgués no son proclamas sino textos que eluden la obviedad y apela al extrañamiento como forma de interpelación ética.

El compromiso social, lejos de adoptarse desde una retórica panfletaria, se canaliza mediante procedimientos formales que conservan la densidad estética del texto: imágenes sensoriales cargadas de tensión, desplazamientos irónicos y quiebres sintácticos que desorientan al lector sin perder precisión expresiva.

El poema “Paisaje de guerra” encarna una mirada descarnada sobre la devastación y las fracturas colectivas. En versos como “Cenizas de aleluya por los suelos, / […] / velos de amianto, espanto, ciegos cielos”, el poema pinta un escenario donde la fe y la esperanza se diluyen en la brutalidad de la contienda, y los símbolos religiosos (“cenizas de aleluya”) se tornan huellas de un orden deshecho. La imagen de la madre con “ojos doblan cráter de granada” redobla la violencia, desplazando la sensibilidad del lector hacia la impotencia y el horror. Mediante quiebres sintácticos y asociaciones abruptas, Cortázar articula una crítica feroz a la barbarie, manteniendo a la vez una densidad estética que rehúye todo panfleto.

Esta dimensión combativa no rompe con la poética anterior de Cortázar, sino que expande sus principios formales hacia lo político. El compromiso potencia su búsqueda, integrando lo ético con la experimentación, y convierte la poesía en un espacio de resistencia que articula pensamiento, emoción y lenguaje en tensión.

Salvo el crepúsculo es un compendio polifacético donde el autor mezcla exploración estética, memoria personal y crítica social. La obra tiene una estructura fragmentaria y no lineal, donde los elementos líricos se entrelazan en un collage de voces, imágenes y registros, ofreciendo una experiencia de lectura móvil y plural.

En “Happy New Year”, el gesto festivo se transforma en una metáfora de la conexión humana en un mundo sin vínculos auténticos. La imagen del “sapito que duerme” condensa la ternura y fragilidad de lo cotidiano. “El héroe” reinterpreta la figura del protagonista como un ser dividido entre exaltación y caída, utilizando imágenes que condensan la dualidad humana: vulnerabilidad, deseo de trascendencia, impulso épico y melancolía.

Así, Salvo el crepúsculo invita al lector a participar activamente en la construcción del sentido, presentando la poesía como un taller donde experiencia, lenguaje, memoria e identidad se entrelazan sin jerarquías, a través de una escritura íntima, experimental y universal.

Los poemas escritos en las décadas del cuarenta y del cincuenta muestran una creciente audacia formal, alejándose de las estructuras rígidas del soneto inicial y anticipando las estrategias experimentales que marcarían su prosa. Se aprecian juegos lingüísticos, rupturas sintácticas y una influencia de las vanguardias europeas, especialmente el surrealismo, la patafísica y el dadaísmo. La poesía funcionó en estos años como un espacio privado donde el narrador ensayaba procedimientos que luego se desarrollarían en sus cuentos y en particular en Rayuela.

Además, estos poemas evidencian la libertad con la que Cortázar abordaba la composición poética, yuxtaponiendo planos semánticos distantes para generar extrañamiento. En “Maniqueo queo queo”, por ejemplo, la aparición inesperada de dos águilas paralelas sobre la cabeza del hombre subraya la tensión con la lógica cotidiana. Con versos como "Dos águilas. / Esto hace además de problemático caminar alegremente por la calle", el poeta cuestiona la temporalidad lineal y subvierte el discurso reflexivo con ironía, combinando humor, dislocación filosófica y guiños vanguardistas. Un “hablar” que desestabiliza incluso el propio acto de enunciar.

Por otra parte, en “Caperucita Roja” -poema que retoma uno de los relatos folk más conocidos- Cortázar desarma la fabulación infantil para teñirla de tonos sombríos y ambiguos. Basta con leer los versos “La canastilla, cruel pretexto necesario para configurar la fábula... / ¡Ay niña incomprendida atravesando sola el bosque!” para apreciar cómo el autor, a través de un lenguaje casi onírico, convierte una historia moralizante en una exploración de nuestros temores y pulsiones menos evidentes. La figura del lobo se expone como proyección de deseos reprimidos, y la supuesta inocencia de Caperucita es objeto de sospecha, evidenciando el filo más surrealista y subversivo de estos poemas tempranos.

Más allá de su diversidad formal, emerge una constante en esta obra poética: la búsqueda de sentido en medio del caos, una fe ambigua pero persistente en la capacidad del lenguaje para nombrar lo innombrable.

Cortázar siempre escribió desde el margen no por desdén hacia el centro, sino porque ese margen le ofrecía libertad: un espacio sin las ataduras de la tradición canónica ni el peso de las expectativas críticas que gravitaban sobre su narrativa. Allí, su voz lírica encontró un lugar para probarse sin concesiones.

Este volumen se revela, en esta lectura totalizadora, no como un anexo menor a su narrativa, sino como el núcleo secreto que articula y enriquece todo su universo literario. Sus poemas -leídos como experimentos formales, conceptuales y afectivos- despliegan una sintaxis visual, una cadencia sonora y una lógica fragmentaria que desestabilizan los cánones tradicionales. En su escritura lírica conviven una apuesta crítica y una búsqueda profundamente personal. Comprender su poesía, en este sentido, no es un ejercicio periférico: es clave para dimensionar el alcance estético. Intelectual, es decir político, de su proyecto dentro de la literatura latinoamericana contemporánea.

LEY DEL POEMA

Junto a estos aspectos, existen otros recorridos fértiles que atraviesan la poesía de Cortázar y enriquecen significativamente su universo lírico: la reflexión sobre el propio acto poético, entendido como un espacio crítico donde el lenguaje se interroga a sí mismo; el permanente diálogo transemiótico con otras artes, como la música, el cine y la pintura, que despliega nuevas posibilidades expresivas en sus poemas; y la poética del desarraigo, manifestada en una escritura que refleja una condición de extranjería existencial y lingüística.

La poesía de Julio Cortázar despliega una potente reflexión sobre la naturaleza del hecho poético y sobre la figura misma del poeta. En textos como “El poeta propone su epitafio”, “Ley del poema” o “Mínima”, Cortázar no se conforma con elaborar versos: convierte el poema en una indagación crítica sobre su propio proceso de construcción. Sus poemas, cargados de ironía y humor, exploran la tensión entre la escritura y la vida, entre la necesidad de decir y el límite del lenguaje. De este modo, los versos no constituyen un simple recurso literario, sino una actitud vital frente a la palabra, una interrogación persistente acerca del valor del poema en un mundo donde el lenguaje se banaliza o corre el riesgo de volverse fórmula.

 

El diálogo con otras artes atraviesa la poesía de Cortázar y le permite expandir sus límites expresivos. En poemas como “Homenaje a A. Resnais”, la lógica del montaje cinematográfico determina el ritmo y la estructura poética, mientras que en “Masaccio” o “Rota di San Romano”, el poema se transforma en un espacio de interacción profunda con la pintura, indagando en sus modos específicos de percepción y representación. La música, especialmente el jazz, también impregna sus versos con una cadencia particular, visible en textos como “Blues for Maggie”. Al vincularse estrechamente con otras disciplinas, Cortázar no sólo produce poemas que remiten a imágenes, sonidos o escenas, sino que crea obras híbridas en las que el poema se convierte en un territorio de encuentro y resonancia entre distintos lenguajes artísticos.

El otro aspecto esencial que atraviesa su obra es el desarraigo como condición poética. La extranjería, que para Cortázar nunca es solo geográfica sino lingüística y existencial, se expresa en una escritura que habita el borde, el margen entre lenguas y culturas. La mezcla idiomática, evidente en poemas como “Se me ocurren muchas cosas en francés” o “Why not?”, refleja un yo poético desplazado, cuya voz oscila entre idiomas sin asentarse plenamente en ninguno. Este desarraigo, lejos de aparecer como carencia, se transforma en una estrategia creativa: la distancia permite al poeta cuestionar constantemente el lenguaje, la identidad y la pertenencia, haciendo de su poesía un testimonio crítico sobre la condición contemporánea del exilio, la memoria y la pérdida.

La edición de Poesía completa no solo organiza y preserva la producción lírica de Cortázar, sino que también restituye su espesor crítico. Al reunir los textos publicados en vida con los inéditos, este conjunto traza un mapa conmovedor, donde el poeta cobra tanta fuerza como el cuentista genial o el novelista experimental que lo llevó a ocupar un lugar destacado en la nueva narrativa hispanoamericana.

 

En sus versos, Cortázar ejerce una política de la literatura, abriendo un reparto de roles, temas, procedimientos, tonos en la escena literaria, algo que tal vez no se atrevió a pronunciar en voz alta. Es en esa voz baja, lírica y luminosa, mucho más política y potente que el grito, donde su obra revela una de sus formas más íntimas y esenciales. Al desafiar las fronteras del silencio y la expresión, esta voz se convierte en una herramienta de resistencia que transgrede un sinfín de convenciones literarias.