"Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas" escribieron Karl Marx y Friedrich Engels en el "Manifiesto comunista". Quien suscribe esta nota se autodefine creyente, cristiano, un poco marxista y gay. En este último sentido, no le fueron ajenas al despertar de los sentidos y la revelación de sus atracciones sexuales, ciertas películas clásicas, multipremiadas por Hollywood y recurrentemente exhibidas en Semana Santa por la industria televisiva tradicional y el streaming. Partiendo de la idea de que las experiencias no suelen ser solipsistas, se puede afirmar que lo que pretendía ser la educación religiosa devino educación (homo) sexual de varias generaciones. Se ofrecen a continuación un listado de cinco películas que pueden leerse en clave homoérotica, un top five de películas religiosas que, pueden cumplir con su rol de enaltecer el espíritu, pero también de calentar la carne.
Jesús de Nazareth (Franco Zeffirelli, 1977)
Esta miniserie de cinco capítulos -o bajo el formato película interminable de más de seis horas de duración- ya forma parte de las rutinas y los rituales de Semana Santa casi a la altura de las empanadas de vigilia, los conejos y los huevos de chocolate. En todo caso, los canales de televisión insistieron en su programación anual a escala global durante el casi medio siglo que lleva desde su estreno. Lo que lograron es tal nivel de popularidad -sus espectadores se cuentan por millones- que el rostro de su protagonista, Robert Powell, fue asimilado al de Jesús en todo el mundo cristiano. En efecto, en incontables ocasiones y a escala global, la imagen de Powell fue adorada en iglesias y hogares, portadas en procesiones y otros rituales sagrados y en los primeros años al actor lo paraban en la calle para pedirle milagros.
El artífice principal de que esta belleza humana adquiriera el estatus de divina fue Franco Zeffirelli, director homosexual (cuando salió del closet a los setenta años renegó del calificativo de gay) cuya discreción existencial y compromiso anticomunista le valieran ser aceptado por el Vaticano. Zeffirelli se sitúo en las antípodas de Pier Paolo Pasolini, quien en su calidad de homosexual declarado y comunista no logró que su versión de la vida de Jesús, “El evangelio según San Mateo” (1964) protagonizada por un hermoso joven catalán de diecinueve años llamado Enrique Irazoqui fuera tolerada por las máximas autoridades eclesiásticas.
En todo caso, el solapamiento de la homosexualidad y la sujeción al status quo, le permitieron a Zeffirelli filmar primeros planos de contornos de nalgas masculinas cuando nadie lo hacía y que merecerían el podio en una antología cinematográfica del culo: el de Leonard Wittig como el Romeo de Julieta en 1968, el de Martín Hewitt en “Amor eterno” en 1981y el de Graham Faulkner en 1972 nada menos que como San Francisco en “Hermano sol, hermana luna” (película de proyección obligatoria en las escuelas católicas franciscanas).
Zeffirelli eligió a Robert Powell (postulado para el rol de Judas) totalmente encandilado por el brillo y la hermosura de unos ojos verdes que la magia del cine tiño de azules. Sumergirnos en ellos quizás permita descifrar no solo que vio Zeffirelli en esos ojos (a los cuales les prohibió pestañear en todas las escenas salvo en la crucifixión) y en ese cuerpo siempre vestido de blanco (el único de blanco en todo el elenco) para encender su pasión y evidente enamoramiento. Se sabe que de la versión final fueron eliminadas al menos dos escenas: la primera, la de la tentación en el desierto (se desconocen las razones). La segunda escena eliminada cobró estado público muchas décadas después y quedó claro el por qué de la censura o la autocensura. El propio Zeffirelli se habrá dado cuenta de que fue demasiado lejos en su audacia (incluso que al mostrar el estético culo de Francisco). En la mentada escena, el apóstol caracterizado como Tomás toca el costado de la piel resucitada y eróticamente viva de Jesús-Powell y se arrodilla frente a él luego que él se bajara lentamente las túnicas (obviamente blancas) y le mostrara la tetilla izquierda. Luego un Jesús radiante se abraza a los apóstoles. Quizás inconscientemente, Zeffirelli daba cuenta de los más caros sueños que abrazó en su existencia: una feliz y amorosa familia de varones. Aunque según testimonio de Gianni Vattimo, el director italiano finalmente habría concretado su fantasía al conformar tras los muros de su hogar, una comunidad de muchachos bellos.
Rey de reyes (Nicholas Ray, 1961)
Tres décadas antes de que Powell deviniera el Cristo cinematográfico por antonomasia, otra beldad, Jeffrey Hunter, encarnó la piel de Jesús. Galán con el estatus de un James Dean y un Robert Wagner, Hunter poseía ahora sí auténticos ojos de intensidad azul, cabellos dorados y un físico musculado (en 1963 haría gala su torso desnudo en el peplum “Oro para el César”) difícil de disimular con los escasos mantos cristianos y que encuentra su cénit en los pocos paños que exige la escena de la crucifixión (dicho sea de paso, la escena tuvo que ser filmada dos veces porque a la audiencia le chocaba el pecho peludo de Hunter, quien incluso tuvo que depilarse las axilas). Nicholas Ray, el director norteamericano que había filmado una familia alternativa a la heteronormatividad compuesta por dos varones (interpretados por James Dean y el abiertamente Sal Mineo) y una mujer (Natalie Wood) en “Rebelde sin causa” (1955), dejó también marcas de su bisexualidad en este relato bíblico.
La pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004)
El potencial sadomasoquista de las escenas de la flagelación y crucifixión de Jesús (presente en todas las versiones cinematográficas) llega a su cenit cuando se concentra obsesivamente en el concupiscente y musculosamente hegemónico cuerpo de Jim Caviezel. La controvertida, violenta y autoproclamada realista versión de Mel Gibson basada en las Sagradas Escrituras y centradas en las últimas doce horas de Jesús fueron caracterizadas en su despliegue de latigazos, sudor, sangre y carne cruelmente torturada (belleza profanada que hubiera hecho las delicias de Yukio Mishima o que pudieron ser emuladas por el “Sebastiane” de Derek Jarman) por algunos críticos como gore o de regodearse en el dolor haciendo gala de cierta pseudo pornografía. La peor crítica para Gibson provino de Frank Rich del New York Times que señaló que la película comparte la estructura del género pornográfico: una “construcción basada en los clímax a cámara lenta” y la “música machacante en el momento de la eyaculación”.
Ben Hur (William Wyler, 1959)
A esta altura considerado un clásico de las películas con subtexto gay, esta película multipremiada (hasta que el “Titanic” de Camerón le igualó el mérito, tenía el mayor número de Oscar de la historia de cine) suele ser otra cita obligada en el catálogo de las películas religiosas para la Semana Santa. La amistad-enemistad entre Ben Hur (Charlton Heston) y Messala (Stephen Boyd) hasta que la muerte los separa que narra la ficción es de tal intensidad que solo puede comprenderse en términos eróticos. Fue uno de sus guionistas, el escritor Gore Vidal quien recién en 1981 en el libro “The Celluloid Closet” de Vito Russo reveló el secreto que escondía la relación entre el protagonista y el antagonista. Según Vidal, la única manera de sostener un bodrio religioso de cuatro horas como es “Ben Hur” y justificar el amor y odio alternativos entre los muchachos es establecer, sin decirlo con palabras una relación de amantes en la juventud y que, cuando se reencuentran en la adultez, Messala quiere reavivar la pasión, pero Ben Hur lo rechaza. La estrategia fue contarle de ese pasado romántico a Boyd, pero ocultárselo al conservador y homofóbico Heston. A esa luz cobraban otro sentido las sugestivas miradas de Boyd hacia su amigo de la ficción y el gesto airoso casi de diva airada de Heston.
“Después de tantos años, todavía cerca” … “sí, en todos los sentidos” … “te dije que volvería” … “no creí que lo hicieras, soy tan feliz” se dicen los jóvenes en una escena inicial mientras brindan e intercambian sus copas como dos novios en pleno festejo de bodas. El sustituto del acto sexual es la rivalidad porque, tal como supieron escribir Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares desde el título de la novela homónima: “Los que aman, odian”. Eso quedo explícito también en el musical “Jesucristo Superstar” (Jewison, 1973) que explora la idea de que Judas traiciona al joven de largos cabellos dorados y ojos azules por amor y no por avaricia.
En su clímax, el antagonismo de Ben Hur y Messala, se materializa en la competitiva carrera de cuadrigas donde los jóvenes se miran, se presienten, se desean, se desnudan y se dan mutuos latigazos para culminar como en el placer vehemente de una cópula definitiva con la muerte del que más ama (Messala). A esto se suma las frecuentes escenas en torso desnudo de Heston (escenas que el actor en la cima de su vanidad y egocentrismo exigía en los contratos) quien, aunque nos pese decirlo de un machirulo de derechas, estaba en la plenitud de la voluptuosidad.
Quo Vadis (Mervin Le Roy, 1951)
Frecuentemente, las llamadas películas de romanos con intención religiosa tenían una estructura similar: contraponían una Roma pagana, decadente, lujuriosa, violenta y sexualizada con la serenidad, el estoicismo, el amor casto y la bondad sin ambages de los nacientes cristianos. Eso posibilitaba películas que, para condenar el sexo, tenían que mostrarlo como espectáculo y que, con ese tufillo de moralina, lograban evadir la censura.
Quo Vadis no solo destaca por ser la máxima expresión de estas características, sino por brindar un espectáculo donde no falta nada: homoerotismo, aventuras, orgías, sexo, amor, lujuria, violencia y cuerpos musculados de gladiadores entrelazados o enfrentados a un león en el circo romano. Todo eso hace un coctel explosivo donde prevalecen la diversión, el entretenimiento y la estética camp. Y, más allá de la historia de amor entre la cristiana Ligia (Debora Kerr, melodramática y femenina como esas divas que solemos adorar los gays) y el soldado romano Marco Vinicio (un sensual Robert Taylor que arranca suspiros de todos los géneros con la vestimenta romana que deja al desnudo unas piernas torneadas y un pecho amplio), "Quo Vadis" será siempre recordada por el narcisista, violento y afeminado Nerón magistralmente encarnado por Peter Ustinov. Probablemente la intención era asociar homosexualidad con pecado y perversión, pero Nerón tocando el arpa y desafinando mientras hace arder Roma, parece simbolizar el regreso y la revancha de las locas malas contra la homofobia de los hombres.