Desde Macao

Durante siglos, fue un puerto esencial en el llamado “camino de la seda”, un enclave desde el cual Asia abastecía a Europa con sus más preciadas mercancías. Pero para el imaginario popular, Hollywood –cuándo no– la puso en el mapa, al menos cinematográfico, cuando en 1952 Josef von Sternberg dirigió a Robert Mitchum y Jane Russell en un exótico film noir titulado precisamente Macao. Salvo un par de tomas de archivo, la ciudad –su puerto penumbroso, sus atiborrados casinos– fue enteramente recreada en los estudios de la RKO, en un alarde de fantasía barroca típico de Von Sternberg (luego reemplazado por Nicholas Ray, por desavenencias con el productor Howard Hugues). Esa Macao de Hollywood, plagada de contrabandistas, mujeres de vida rumbosa y timadores profesionales hoy sin duda no es la misma, pero sus casinos siguen siendo su atracción principal, tanto que incluso ha llegado a superar en movimiento económico a Las Vegas, convirtiéndose en lo que por aquí se denomina “la capital asiática del entretenimiento”. Y no se puede ser esa capital sin un festival de cine.

El International Film Festival & Awards Macao (Iffam) nació recién el año pasado, bajo los auspicios del experimentado Marco Müller, pero algunas turbulencias con la organización local determinaron que el ex director de Locarno, Venecia y Roma creara –junto al director Jia Zhangke– otro festival en Pingyao (en China últimamente los festivales crecen como hongos) y que Macao quedara en manos del productor y periodista británico Mike Goodridge. Todavía pequeño en escala (no más de 40 proyecciones) y en estado de gestación, el Iffam sin embargo muestra ciertos signos de sofisticación, que se hacen muy evidentes con las dos películas argentinas presentes en el festival. Por un lado, Temporada de caza, la ópera prima de Natalia Garagiola, ganadora de la Semana de la Crítica en la última Mostra de Venecia y que aquí participa de la competencia internacional, dedicada a primeras y segundas películas, cuyo premio es la friolera de 60 mil dólares. La idea de Goodridge no es mala: a diferencia del vecino Hong Kong, que tiene una industria cinematográfica muy desarrollada, la de Macao en cambio todavía está en pañales y una selección de una decena de títulos de calidad hechos por gente joven y primeriza puede servir de espejo y ejemplo.

Siguiendo con la presencia argentina, en el apartado fuera de concurso Best of Fest Panorama, que reúne algunos títulos sobresalientes del calendario cinematográfico internacional, está nada menos que Zama, de Lucrecia Martel, sobre la novela de Antonio Di Benedetto, una de las grandes películas del año. La directora no pudo venir, pero está representada por su productor, Benjamín Domenech (también productor de la de Garagiola), y por una de las actrices del film, la española Lola Dueñas. 

Qué grado de repercusión puede tener este cine argentino en una cultura tan distante y en una ciudad tan peculiar no deja de ser un misterio, quizás imposible de develar. Colonia portuguesa durante cuatro siglos y medio, la península de Macao es desde 1999, cuando la República Popular China la recuperó para su territorio, una “región administrativa especial”, de la misma manera que Hong Kong, ubicada apenas enfrente, 70 kilómetros al norte del estuario del inmenso Río de las Perlas. Este régimen “especial” lleva el viejo apotegma de Deng Xiao Ping “un país, dos sistemas” a su apoteosis: Macao tiene (como Hong Kong) no sólo una gran autonomía sino también su propia moneda, lo que le permite ese extremo obsceno del capitalismo que es la industria del juego, con hoteles como inmensos, absurdos palacios, a la manera del Grand Lisboa, una torre con forma de palmera de 258 metros de altura, 926 cuartos y 800 mesas para ganar o perder todo en una noche.

Se diría, sin embargo, que bajo el evidente sincretismo político-económico de Macao subyace también el de su cultura híbrida, donde los resabios de la ex colonia portuguesa se hacen notar no sólo en el trazado de la ciudad sino también en sus carteles bilingües, aunque es prácticamente imposible encontrar por la calle alguien que hable portugués. Al menos, la única función programada de A fábrica de nada, la revelación del portugués Pedro Pinho, que acaba de exhibirse en Mar del Plata y Buenos Aires, está agotada, aunque en la sala más pequeña del festival, la de la Cinemateca, ubicada en el bello barrio histórico, declarado con justicia por la Unesco “patrimonio universal”. 

Una sección nacida el año pasado y que la nueva gestión del festival decidió conservar es la titulada Crossfire (Fuego cruzado). En su origen, la concepción de este apartado era la de atraer a grandes maestros del cine asiático de acción (Johnnie To o John Woo, por caso) a que presentaran personalmente sus películas occidentales preferidas del género. Una iniciativa, por cierto, no demasiado sencilla de continuar y que este año se ha visto un tanto desvirtuada: no hay nombres tan reconocidos entre los cineastas actuales y los clásicos elegidos no son necesariamente del cine de acción. Nadie puede objetar la calidad de 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, o del Rashomon de Akira Kurosawa, pero poco tienen que ver con la idea original. Son títulos canónicos y no hay ningún descubrimiento en ellos, como sucedió en cambio el año pasado con Il grande silenzio (1968), un spaghetti western de Sergio Corbucci cuya versión restaurada terminó dando la vuelta al mundo. 

El cine de acción en cambio domina la sección Flying Daggers (Dagas voladoras), aunque las películas chinas que evoca ese título brillan por su ausencia. En su reemplazo, debe decirse que la selección es promisoria, empezando por Brawl in Cellblock 99, del estadounidense S.Craig Zahler, que compitió en el Festival de Venecia de agosto pasado y que aquí en Macao tiene como bonus track la presencia de uno de sus actores secundarios. Pero no uno cualquiera: el alemán Udo Kier, a quien el festival le rinde homenaje y que en más de 200 films ha trabajado bajo las órdenes de directores tan renombrados como Werner Herzog, Rainer Werner Fassbinder, Dario Argento, Gus Van Sant, Guy Maddin, Paul Morrisey y Lars von Trier, por nombrar solamente algunos de una larga lista.

La presencia de Udo Kier en Macao, con su personalidad tácitamente amenazante, no desentona con la fantasía creada en el imaginario de cualquier cinéfilo por el film noir de Von Sternberg. Si él está en la ciudad, no cuesta mucho soñar con que en alguno de sus atestados casinos Jane Russell sigue cantando, en una madrugada para la eternidad, el clásico “One for My Baby (and One More for the Road)”.