Este miércoles 16 de abril, la corte Suprema de Reino Unido dictaminó de manera unánime que la definición de mujer bajo la ley de igualdad del país debe basarse en el sexo biológico asignado en el nacimiento. Casualmente, la semana pasada, en estas mismas páginas, me preguntaba por qué no importarían lo mismo todas las mujeres. Aparentemente, en Reino Unido ya tienen la respuesta.
La contienda legal comenzó en Escocia, hace unos años, como un pleito y batalla cultural encabezada por una agrupación llamada “Mujeres de Escocia”, un grupo de feministas terf que busca excluir a la comunidad trans de los espacios exclusivamente femeninos. Las terf hicieron una enorme campaña y el detalle no menor de este asunto es que este colectivo y su demanda fueron financiados por J.K. Rowling, autora de Harry Potter, una suerte de paladín en la lucha contra los derechos de las personas trans. Es tan inmenso el odio que nos tiene, que no dudó en gastar unos millones en los mejores abogados de Reino Unido para llevar a cabo este plan hostil. Esta batalla habría agotado a Nicola Sturgeon, líder política de Escocia que propulsó una ley que facilitaba la transición de género a personas trans. La primera ministra terminó afirmando que probablemente por apoyar esto había recibido más insultos que por cualquier otro tema que hubiera tratado en toda su vida política, incluyendo la independencia de Escocia. Su respaldo al colectivo LGBTIQ+ habría producido una puja interna política muy grande y, si bien se supone que Sturgeon terminó renunciando por otras causas, algunas fuentes escocesas señalan que esta decisión de política pública inclusiva fue clave en su salida.
La campaña negativa fue enorme. Se podía ver a las terf en diferentes entrevistas realizadas a todo tipo de mujeres trans de diversos ámbitos: abogadas, doctoras y activistas. Les decían cosas como: “Si vos, que sos hombre, te querés llamar a vos misma ‘mujer’, es problema tuyo. No los queremos en nuestros espacios”. Instalaron un debate con un sesgo fascista, planteando situaciones hipotéticas que suponían “dilemas”. Por ejemplo, qué debería ocurrir si, en una empresa importante, el cupo de mujeres en el directorio estuviera cubierto y una de ellas fuera una mujer trans: ¿contaría como cupo femenino?
El retroceso en Reino Unido me presenta muchas dudas y preguntas. Estamos siendo testigos de cómo se sitúan grupos fuera de la ley que han sido históricamente agredidos, violentados. Las mujeres trans no son mujeres, las políticas públicas son innecesarias. Estos discursos avanzan rápidamente como un virus que intenta infectar al mundo entero. ¿Qué va a pasar con las mujeres trans en el Reino Unido? ¿A partir de ahora no podrán entrar a los baños públicos de mujeres? ¿Qué pasaría si una mujer trans fuera internada en un hospital público? Si estuviera en situación de calle, ¿la enviarían a un refugio de hombres? ¿La internarían en el pabellón masculino? Es inhumano expulsar de la sociedad a personas que ya viven fuera de la sociedad: creer que las personas trans gozamos de privilegios por tener un DNI o por entrar a baños de mujeres es desconocer nuestra historia.
No formamos parte de lo que la mayoría de la gente considera “la sociedad”. Si bien en todos los países es diferente, somos muy pocas las que tenemos trabajos formales y somos respetadas en la calle. Si una mujer trans comete un delito, ¿va a una cárcel de hombres? Les pido que antes de salir con el argumento “un preso se hizo pasar por mujer trans para pedir cambio de cárcel y violar a una mujer”, piensen en todos los casos en los que los varones heterosexuales han abusado de nosotras sin necesidad de hacerse pasar por nadie. Ese fue un caso excepcional, no la regla de lo que sucede en general. La posibilidad de cambiar de género es importantísima para las personas trans, es el primer acto político que nos devuelve un poco la dignidad. Además de fortalecer nuestra autoestima.
Una vez más, queda en evidencia lo avanzado que está nuestro país a nivel legislativo. La ley de identidad de género 26.426 contempla a todas las femineidades. Si bien el feminismo terf no tiene tanta presencia en Latinoamérica, contar con una ley que nos proteja es esperanzador en medio de la creciente ola de crueldad que intenta llevar al mundo al siglo pasado. Se niega nuestra existencia y se intenta excluirnos de todos los espacios. Nos quieren parias de la sociedad: no pertenecemos al mundo binario, no somos hombres ni mujeres.
Nunca pude entender el feminismo terf. Es todo lo contrario al feminismo que lucha contra las políticas patriarcales, que consideran a la mujer inferior intelectualmente, la excluyen de los puestos de poder y que la han invisibilizado durante siglos. Lo único que hace este fallo involutivo es aumentar el odio y la violencia hacia nosotras. Las personas trans acá en Argentina y en gran parte del mundo, seguimos siendo excluidas, discriminadas, violentadas y asesinadas. Sin acceso a la salud, a la educación, a la vivienda y al trabajo formal, somos el colectivo LGBTIQ+ más vulnerable.
Ya lo dijo Silvia Rivera, activista trans y partícipe de la revuelta de Stonwall, en la marcha del orgullo de 1973. Durante todo el día había intentado subir al escenario y no la dejaban, cuando pudo hacerlo, tomó el micrófono y les gritó a los miles de gays que se encontraban ahí: “Yo creo en una revolución, pero ¿ustedes lo hacen? ¿Ustedes no van a la comisaría a cuidar a las compañeras? ¡No! Yo sí. Yo creo en el poder gay, creo en alzar nuestros derechos o si no, no estaría aquí luchando por ellos”. Silvia le demandaba a la multitud que no nos dejaran solas. Esta también es su lucha. Pido lo mismo. ¿Por qué sería tan difícil?