Es muy probable que no haya otro realizador contemporáneo, y no sólo de origen francés, a quien la palabra libertad le quepa de manera tan justa y precisa. Libertad de fondo y en sus múltiples formas. Libertad a la hora de crear personajes y tramas siempre impredecibles, alejadas de formatos y lugares narrativos comunes. Desde los primeros cortometrajes de juventud, realizados durante los años 90, hasta su último, estupendo largometraje, el realizador francés Alain Guiraudie ha demostrado con creces sus cualidades inconmovibles para sorprender, encantar y provocar, en el mejor sentido de esa vapuleada palabra. La fábrica a punto de cerrar sus puertas como trasfondo para los vínculos humanos en Ese viejo sueño que se mueve, notable mediometraje estrenado en 2001; las aventuras eróticas y de otras índoles del protagonista de El rey de la evasión (2009); la aparición del suspenso y el crimen en El desconocido del lago (2013), la película que lo hizo conocido por fuera del circuito de festivales y las salas de arte y ensayo; los cambios radicales que atraviesa el héroe de Rester vertical (2016); la exploración de cuestiones urgentes como la crisis inmigratoria y el terrorismo urbano en Viens je t'emmène (2022). Apenas un puñado de las historias -extremas algunas, excéntricas otras, todas apasionantes- que Guiraudie ha sabido crear con un único elemento en común, el gran rector de todas las vicisitudes y accidentes: el deseo. Un deseo que usualmente se produce entre hombres -jóvenes, viejos, de mediana edad, campesinos, empleados, operarios-, pero que en el caso de su último largometraje empapa a todos los sexos, extracciones sociales y profesiones por igual.

Misericordia, estrenada hace un año en el Festival de Cannes, llega finalmente a las salas de nuestro país, primero gracias a un par de exhibiciones en el Festival de Cine Francés y luego, a partir del primer jueves de mayo, como parte de la cartelera comercial. Es el relato de un joven que regresa luego de mucho tiempo a una pequeña comarca en el interior francés luego de la muerte de su ex patrón, el panadero del pueblo. En el preciso momento en que Jérémie pisa nuevamente las callejuelas de Saint-Martial el deseo se enciende, como si se tratara de un primo lejano del protagonista de Teorema, el célebre film de Pier Paolo Pasolini. Aquí, sin embargo, lo que en un primer momento se recubre de misterio, de incógnitas alrededor del comportamiento de los personajes, deviene en relato de crimen y posible condena y castigo, para desviarse más tarde por los carriles de la comedia de costumbres, algunas de ellas extrañas, otras directamente absurdas, pero siempre humanas. Con Misericordia, el realizador nacido hace sesenta años, en una pequeña ciudad francesa no muy diferente a las que suelen representarse en sus películas, confirma con creces su talento y el estatus imbatible de cineasta genuinamente libre.

 

LA LEY DEL DESEO

“Es muy difícil pensar en cuál es el punto de partida a la hora de crear mis películas. Por supuesto, siempre hay un personaje y un lugar, pero es muy confuso ese punto de origen”. Un par de días antes de viajar a Buenos Aires para presentar Misericordia y ofrecer varias charlas públicas y entrevistas con la prensa, Alain Guiraudie conversa con Radar sobre el proceso creativo detrás de su obra, que a la fecha incluye siete largometrajes, dos films de metraje medio y cuatro cortos. “Me cuesta mucho responder a esa pregunta, realmente, y si bien el caso de Misericordia es muy peculiar porque surge de un libro de mi autoría, Ici commence la nuit, tampoco me resulta sencillo pensar de dónde viene la historia de esa novela. En otros films ciertas locaciones reales fueron el disparador del relato, como en El desconocido del lago o Rester vertical. En el fondo, creo que todas mis películas tienen un mismo y único origen: mis recuerdos y fantasías de adolescencia y juventud”. Como ocurría en Rester vertical, Misericordia comienza con un plano registrado desde el interior de un automóvil, aunque quien maneja no es un guionista en crisis creativa sino el misterioso Jérémie Pastor (Félix Kysyl), el ex asistente de panadería que viaja desde la ciudad para saludar a la viuda Martine, interpretada por la experimentada actriz Catherine Frot.

Pero lo que en principio parece una visita de apenas unas horas o, como mucho, una jornada y su correspondiente velada, comienza a estirarse sin final a la vista. Jérémie pasa la noche en la casa del panadero y duerme en el cuarto de su hijo Vincent (Jean-Baptiste Durand), quien ha formado una familia y ya no vive allí. Mientras Martine le ofrece al visitante techo, cama y comida, el hijo comienza a recelar la extraña presencia de manera ostensible. Es a partir de esa inquina entre los hombres y la intermediación de la viuda que el motor narrativo empieza a girar, sumándose a la ecuación otros personajes: un amigo de la familia algo solitario, el ubicuo sacerdote del pueblo, dos agentes de la policía local que comienzan a aparecer a toda hora y en cualquier lugar luego de una misteriosa desaparición con aroma a crimen. Como en El desconocido del lago, en Misericordia también hay un asesinato, aunque las circunstancias y los métodos no podrían ser más disímiles. “El cine negro, los westerns, Hitchcock, siempre me interesaron, son las cosas que me hicieron amar el cine. Pero hay otras influencias que marcaron mi cine, como Almodóvar y Nanni Moretti. Ser director de cine implica buscar y encontrar tu propio estilo, liberarte de las influencias. En mi caso, tal vez una buena manera de hacerlo fue mezclar todo eso. En cuanto al concepto del policial, del thriller, me gusta la idea de sumar un asesinato a la trama, porque al hacerlo la historia se vuelve más complicada y las relaciones entre los personajes se tensionan de manera automática”.

Si El desconocido del lago era, de una manera excéntrica e incluso hiperbólica, algo hitchcokiana, Misericordia recuerda por momentos, aunque de manera lejana, a algunas de las películas de Claude Chabrol. El mismo título de la película se aleja de la literalidad y, como la historia que se cuenta, adopta las formas de lo juguetón. El trasfondo no es aquí una costa marítima con una pequeña arbolada transformada en “tetera”, sino un pueblo con calles serpenteantes y un bosque tupido en el cual crecen variedades de sabrosos hongos, que los habitantes suelen recoger del suelo para su posterior cocción y consumo. “Nací y me crie en un ambiente rural. Son lugares que conozco bien y en los cuales me siento bien. El campo tiene una cualidad especial y es que se nos antoja como más atemporal que la ciudad. No se notan tanto los cambios de época y ese es parte de su encanto. Es cierto que casi todas mis películas transcurren en ámbitos con esas características, pero no diría que nunca voy a filmar en alguna ciudad como París. De hecho, de alguna manera, empiezo a tomarle el gusto a París y quizás filme allí en el futuro. Mi película anterior, Viens je t'emmène (2022), no transcurre en una gran metrópolis mundial, pero se filmó en una ciudad con más de cien mil habitantes”.

 

UN DÍA DE CAMPO

Jérémie se acerca al solitario Walter, lo visita en su casa, toman un par de vasos de pastís y el deseo surge, al menos desde una de las partes. En casa de Martine el desayuno y la cena son instancias de conversación, muy distintas a las noches y al momento del sueño, que es interrumpido por el sobresalto de una pesadilla o bien por el mucho más terrenal ingreso de un tercero al cuarto. Con Vincent la cosa pasa por otro lado: el hijo del panadero está siempre a la caza de un lugar aislado para entrar en combate físico, un cagarse a trompadas que tiene algo de exorcismo e incluso de sublimación de otras ansias. Lo cierto es que Jérémie, con su mera presencia, le cambia la vida a todo el mundo, y el momento bisagra del asesinato lo pone en una situación novedosa y, desde luego, impensada. En Misericordia, por esos caminos, surge un nuevo elemento en el cine de Guiraudie: la culpa. “Sí, es verdad, la culpa es un tema nuevo en mi filmografía. Pero siento que, en realidad, la película es ‘desculpabilizante’. Me gustaba la idea de hacer un film en el cual el asesino no es castigado al final. Más aún: que cuando el personaje comienza a sentir un poco de culpa es precisamente un sacerdote el que se la saca. Como muchos franceses criados en un ámbito rural fui educado en la cultura católica. Soy ateo, pero fui bautizado, hice el catequismo, tomé la comunión. Me interesa poner en discusión todas esas cuestiones ligadas a la culpa, muy cercanas a la tradición y valores judeocristianos. Por eso era interesante ponerlo en tensión justamente a través de la figura de un cura que lleva ese cuestionamiento hasta el límite. En el fondo, creo que la culpa tiene que ver con preguntarnos a nosotros mismos cómo queremos vivir nuestras vidas, hasta qué punto somos responsables de todos los asuntos del mundo, de toda la infelicidad”.

Jacques Develay está impagable como el abate Philippe Griseul, el sacerdote que parece estar todo el tiempo en todas partes y al mismo tiempo. Es él la última persona que comienza a tomarle cariño a Jérémie, justo cuando el visitante se pierde en un camino con el cual no había previsto encontrarse. “Era importante mostrar al sacerdote de manera tal que fuera evidente que, antes que nada, es un hombre”, declaró Guiraudie en el momento del estreno mundial del film en el Festival de Cannes. “Debía poder conjugar sus ideas, valores, moral y generosidad con los deseos más carnales. No es mi intención que se tome demasiado en serio lo que dice, pero me interesa que lo acompañemos en sus palabras. Intento, sobre todo, plantear preguntas. Intento analizar mi situación actual, porque tengo grandes ideas y me encantaría que todos viviéramos juntos en paz pero, al mismo tiempo, tengo deseos inmediatos que, en mi opinión, me llevarían a ser un asesino. Bueno, quizás no un asesino, pero sí alguien con comportamientos menos limpios que, de alguna manera, contradicen mis ideales. Hay una contradicción ahí que quiero analizar. La duda es un pilar de la película y quería reflexionar sobre ello sin resolver ninguna de las preguntas”.

El humor, que nunca es estridente pero sí diáfano, empapa el último tercio de Misericordia, con esos personajes al borde de un ataque de algo indescriptible. A partir de ese momento, la última película de Guiraudie se emparienta en gran medida con El rey de la evasión, cuyo sentido del humor en medio del caos y el peligro eran sus marcas más evidentes de estilo. “Los aspectos humorísticos estaban presentes desde la escritura del guion. Muchas veces opto por una mezcla de comedia y tragedia, de oscuridad y del deseo de estar en el mundo”. La puesta en escena es, como en el resto de su obra, precisa pero nunca ostentosa, elegante y sin oropeles, apoyada en el trabajo de una colaboradora esencial desde hace varios años: la directora de fotografía Claire Mathon, quien además de trabajar junto a Guiraudie fue responsable de las imágenes de films como Retrato de una mujer en llamas, dirigida por Céline Sciamma, Spencer, del chileno Pablo Larraín, y Atlantique, de Mati Diop.

 

“Llego a los rodajes muy preparado y no se improvisa nada, entre otras cosas porque no tenemos demasiado tiempo para filmar. Trabajo mucho el decoupage, el desglose de escenas en planos, en mi casa, y luego conversamos con Claire en las locaciones respecto de la posición de la cámara y los encuadres. Todo eso es muy preciso y planificado, pero es cierto que al llegar al rodaje las cosas pueden y suelen cambiar. Los personajes ya llevan puesto el vestuario final, la cámara está a punto de rodar y las circunstancias pueden generar variaciones. Pero las líneas generales de las secuencias se respetan, más allá de los pequeños ajustes que se pueden hacer en el momento. Además, trabajo mucho con los actores en los ensayos y charlas, y en ese sentido debo decir que cada vez más me gusta probar distintas versiones de una misma escena. Aunque suene paradójico, me gusta mucho la idea de tener un marco muy preciso dispuesto de antemano, pero que al mismo tiempo permita evolucionar con libertad”.

Entre hongos comestibles que crecen en los lugares más inapropiados, confesiones en la iglesia que invierten las posiciones clásicas del clérigo y el arrepentido y las crecientes visitas de madrugada al cuarto del huésped, Misericordia avanza hacia el desenlace con pizcas cada vez más potentes de humor (en algunos casos de las variantes más oscuras) y un plano puntual, ciertamente inesperado, que será el que sin duda quedará grabado a fuego en la memoria de los espectadores. Mucho antes de esas instancias finales resulta claro que hay algo muy preciso en la interacción de los comédiens elegidos por el realizador para cada uno de los roles, como si fuera imposible imaginar a esos mismos personajes interpretados por otras personas, así se trate de actores profesionales o primerizos. Guiraudie reconoce que hubo una evolución respecto de ese tema: “He trabajado con actores amateurs, sobre todo en mis primeras películas, en otros casos con profesionales y en otros con una mezcla de ambos. De a poco me fui inclinando más por elegir a actores profesionales y la búsqueda para cada papel específico me lleva mucho tiempo. A tal punto que, cuando el casting está cerrado y los actores fueron elegidos, siento que ya hice una buena parte del trabajo. Es cierto que, por un lado, busco cierto tipo de fisonomías, un físico particular. Los rostros son muy importantes, porque en definitiva es lo que se ve en la pantalla. Hay también una búsqueda de formas de ser. Sin embargo, lo que considero más importante es que sean actores que actúen con sencillez, pero, al mismo tiempo, sean muy complejos en su interior. A fin de cuentas, así somos los seres humanos”.