“¿Estaríais dispuestos a preguntarle a Siri cómo asesinar a Trump?” es la explosiva oración que abre A resguardo, la novela que marca el esperado regreso de David Leavitt a la literatura, después de casi una década sin publicar en su país de origen. La pregunta es formulada por Eva Lindquist, una cincuentona de sectores privilegiados y aficionada a la decoración, ante un selecto grupo de amigos reunidos en su mansión neoyorquina, quienes alardean de sofisticación, cultura y progresismo.

Los invitados, que junto a los dueños de casa devienen los personajes principales de la narración, son: Jake, un decorador de interiores que, tras años de servicio, se hizo allegado a Eva y a su marido Bruce; Min, casi una súbdita de la anfitriona y especializada en revistas de casas de lujo; Aaron y Rachel, una pareja de editores; Sandra, una escritora en ciernes, y Grady, un coreógrafo gay. Todos ellos comparten un denominador común, además de tener los suficientes dólares para no preocuparse por la subsistencia: un furibundo temor a las acciones políticas antidemocráticas y a los atentados culturales de Donald Trump.

Escrita en 2020, pero recién traducida al castellano, la ficción de Leavitt está ambientada entre los días de noviembre de 2016, tras el triunfo electoral de Trump, y los días de enero de 2017, cuando asume la presidencia. Sin embargo, A resguardo cobra inusitada actualidad frente a la reciente reelección de Trump. Y, por supuesto, lo mismo ocurre con el ancestral dilema moral que plantea la pregunta inicial frente al avance de los gobiernos neoconservadores, excluyentes, racistas, xenófobos, misóginos, y que alardean de odio hacia las diversidades sexuales. Es decir, ¿debe regir el mandamiento ético y divino del “no matarás” frente a políticas que ponen en riesgo la democracia, causan daños irreparables y matan personas por millares? Tal como señalan algunos personajes, los estadounidenses mataron a Bin Laden, los que atentaron contra Hitler son considerados héroes, y, acaso, en los años álgidos del sida, crear un comando de enfermos terminales que asesinara a Ronald Reagan habría sido un acto de justicia poética.

El temor antitrumpista de los personajes alcanza su cénit en Eva, quien proyecta comprarse un apartamento palaciego en Venecia para huir cuando se sienta agobiada por el presidente republicano y así sentirse “a resguardo”. Curiosamente, el mismo deseo expresa Manuel Mújica Láinez en una suerte de cámara oculta avant la lettre insertada en La hora de los hornos (1968) de Pino Solanas. Esto sugiere una continuidad cultural entre esa oligarquía frívola encarnada en “Manucho” y la banalidad del mal de esta burguesía esnob, exponente de la élite cultural demócrata estadounidense.

La paradoja es que tanto Eva como sus acompañantes, gracias a su posición social, parecen estar ya bastante a resguardo de Trump, sin necesidad de buscar asilo político europeo. No puede decirse lo mismo de otros sectores de la población norteamericana, menos asiduos a los cócteles, las fiestas y las conversaciones ingeniosas entre copas de cristal y vino blanco.

Si John Kennedy Toole escribió La conjura de los necios, Leavitt parece haber escrito la conjura de los frívolos: una sátira política a los bien pensantes, una crítica a la intelligentsia del Partido Demócrata, quienes se autoperciben el ombligo del mundo y las principales víctimas de esa barbarie inculta y gritona representada por Trump.

No casualmente, la metáfora central que utiliza Leavitt es el mundo de la decoración, un universo de apariencias y superficialidades, donde lo importante es lo visible. El decoro encuentra su paroxismo en Eva, quien, con su pudor refinado, no soporta malas palabras ni detalles sexuales. Sin embargo, es la misma Eva quien cuenta con una corte de amigos gays que cocinan para ella y celebran sus chistes, aunque apenas sabe sus nombres. Lo mismo ocurre con Bruce, quien solo parece notar a Kathy Pagliaro, su secretaria de veinte años, cuando la acompaña a las sesiones de quimioterapia.

En esencia, A resguardo cuenta una historia ya conocida: la de los ricos que denuncian públicamente las injusticias mientras explotan a sus empleados en la intimidad.

“No amas a alguien por su apariencia, ni por su ropa, ni por su lujoso coche, sino porque canta una canción que solo tú puedes oír”, escribió Oscar Wilde, quien hizo de las apariencias un arte político. Esa es la lección que parece comprender Bruce hacia el final de la novela, cuando toma una decisión amorosa que supone una forma de redención moral. La referencia a Wilde no es casual.

Un poco de historia gay

Aunque quizá algo desconocido para las nuevas generaciones, David Leavitt se volvió famoso a mediados de los años 80 con el libro de relatos Baile en familia (1984), una obra de arte literaria. Se consagró con su primera novela, El lenguaje perdido de las grúas (1986), donde retrata una familia heterosexual aparentemente normal, aunque tanto el padre como el hijo son gays. Leavitt fue uno de los primeros escritores en salir del clóset y tratar las relaciones conflictivas de los gays con sus familias de origen, lo que lo convirtió en un ícono de la literatura queer.

¿Qué queda de ese militante de las diversidades sexuales en A resguardo? Sin dudas, una novela repleta de conversaciones ingeniosas y picantes que recuerdan al mejor Oscar Wilde, la marica por antonomasia que satirizó a su propia clase. También remite a Noël Coward (1899–1973), que denunció la hipocresía burguesa, y a Henry James, probable homosexual reprimido a la sombra del affaire Wilde.

La novela también dialoga con Mientras Inglaterra duerme (1993), donde Leavitt evidenciaba la explotación clasista y la homofobia de las sociedades capitalistas, cuya principal víctima era el obrero gay.

Y como broche final, A resguardo incluye un relato que puede leerse como una versión gay de Los muertos de James Joyce, evocando la historia de Jake y Vincent en la Venecia de los años 80, marcada por el sida, el abandono, la muerte prematura y el dolor persistente. Una historia que nos devuelve al pasado militante LGBT al que Leavitt, como en un eterno retorno, siempre vuelve.

A resguardo, de David Leavitt.
Traducción: Jesús Zulaika.
Editorial: Anagrama, Barcelona, 2024.