Si no podés ser exitoso, lo mejor que te puede pasar en la vida es ser un completo fracasado. Es cierto. Gran parte de los personajes que conforman la literatura de Horacio Convertini -uno de nuestros escritores contemporáneos que mejor lee la tradición del policial negro y logró insertarse en ella, irrumpiendo con su propia impronta en una zona donde la presencia de la ironía y el absurdo resultan determinantes-, parecieran no lograr despojarse de una especie de maldición: todo lo que le sucede a un hombre se le parece. Y, de ahí, la fatalidad o la desgracia, en el mejor de los casos. Dicho de otro modo: cuanto más se alejan, más se acercan a lo que inevitablemente les debe ocurrir. Al menos es lo que sucede tanto en El refuerzo como en El misterio de los mutilados, novelas ligadas entre sí en múltiples direcciones, más allá de que la segunda se acomode sin inconvenientes a la etiqueta de literatura juvenil y que, por otra parte, surgió de un cuento breve con el cual Convertini ganó el primer premio del XIV Certamen de Relatos Cortos “Tierra de Monegros” en el año 2012, en España.
La trama de El misterio de los mutilados se desarrolla en torno a Giménez, un empleado del área contable de la empresa Orthomed, cuya actividad comercial está enfocada en la venta de prótesis ortopédicas. Barilari, el dueño, luego de un viaje a Miami contrata a Jennings, un profesor estadounidense, y juntos planean mandar a Giménez a Dignidad, pueblo ubicado en la provincia de La Pampa, donde aparentemente se venden más prótesis que en cualquier otro lugar.
Averiguar no es investigar; pero allá irá Giménez, al encuentro de los habitantes que tienen varios secretos y sobre todo uno, ligado al equipo de fútbol local. En El refuerzo, la temática del fútbol está íntimamente relacionada con el destino de El Tanque Millán, un jugador que, luego de una lesión irrecuperable en una de sus rodillas, comienza a desdibujarse a su alrededor hasta convertirse en un títere de sí mismo.
Una mala decisión alcanza para desatar una infinidad de desgracias. Ocurre que El Tanque Millán pareciera tener mejor guardado en su memoria los burdeles de Buenos Aires que las dimensiones del campo de juego. Tiene la sensibilidad de un poeta maldito y está obsesionado por el dinero, como todo artista. Un contrato para jugar en un equipo de Haití significa al mismo tiempo dejar a Verónica, una prostituta que lo tiene, o tuvo en algún momento, perdidamente enamorado. A su regreso de Haití se construye el puente tendido con El misterio de los mutilados, sólo que en vez de Giménez yendo a un pueblo en La Pampa, es El Tanque Millán, un contrato donde lo que se pone en juego es su propia vida, más que un torneo de fútbol.
“Hay una asociación que me gustaría desmentir: que mi tendencia al género negro se debe a mi experiencia en el periodismo policial. Falso. En los ochenta, como redactor, trabajé un tiempo estos temas en Diario Popular. Más acá, en los 2000, fui durante tres años jefe de Policiales de Clarín, donde me tocó estar al frente de un equipo de verdaderos especialistas de los cuales aprendí muchísimo”, dice Horacio Convertini. “Pero no fue ahí donde encontré material, inspiración o modelos de personajes. Supongo que deben de haber influido en mí mucho más los libros que leí, las películas que vi y ciertas atmósferas que pude haber respirado en algún momento de la vida. Pongo un ejemplo: el Simaldone de El refuerzo, un manager tartamudo, con peluquín y siempre sucio de cenizas de cigarrillo, está basado en un periodista veterano que conocí en una redacción de los ochenta. El género negro apareció solo, casi naturalmente. No fue una decisión. Venía incluido en las historias que me gustaba contar. Como lector, había disfrutado de Chandler, Vázquez Montalbán, Simenon, Soriano. Pero no hubo, al menos de manera consciente, un afán de seguirlos. Supongo que la literatura funciona por impregnación. No me interesaba escribir relatos de detectives. Sí, de personas comunes y corrientes arrastradas por una deriva criminal. Hay algo muy atractivo en eso: hoy estás haciendo cola en la fiambrería para comprar cien gramos de jamón cocido, mañana estás enredado en una situación complicadísima en la que te jugás la vida. Eso es lo que se ve en muchos de mis libros y, sobre todo, en El misterio de los mutilados y en El refuerzo. La primera vez que alguien dijo que lo que yo hacía era género negro fue cuando presenté La soledad del mal a un premio de literatura policial, el Azabache. Lo hice lleno de dudas. La novela no tenía detectives ni policías ni periodistas que investigaran nada. Era la historia de un asesino múltiple que encuentra la horma de su zapato y que termina confesándose ante la pareja de una de sus víctimas en busca de una muerte que lo redimiera. Sin embargo, ganó. Y después ganó el premio a ópera prima en la Semana Negra de Gijón. Y me permitió conocer un colectivo de autores de gran generosidad y talento, los que me recibieron como si fuera uno de ellos”.
¿Cuál es el vínculo que encontrás entre la literatura y el periodismo?
-La relación es de conflicto. En el periodismo manda la realidad, el dato. El periodista es, o debiera ser, alguien que refleja hechos verificables que tienen interés para la opinión pública. Las formas, además, deben adaptarse a un sistema que no ha sido creado por él sino por el medio para el cual trabaja. En la literatura, en cambio, mandan la imaginación y la libertad. El escritor no refleja la realidad, sino que la transforma, la crea, la invierte, la trastoca. No depende de la agenda del interés público ni está sujeto a formas predeterminadas por otros. La literatura siempre es un territorio virgen. Y esto la vuelve un desafío extraordinario. Hace veinticinco años, cuando tuve la certeza de que no habría de ser el periodista de las películas que había imaginado a principios de los ochenta, de que en todo caso sólo era una pieza específica, y quizás valiosa, dentro de una línea de montaje, no lo digo de manera despectiva; es sólo una descripción, empecé a sentir la necesidad de explorar otras formas de expresión. Quería salir de la quintita segura del oficio periodístico para ver qué había más allá, ya en el campo literario, donde la herramienta es la misma, la palabra escrita, pero los horizontes son otros.
LLENAR LA PÁGINA EN BLANCO
Horacio Convertini comenzó escribiendo relatos y guiones de cine. La exactitud del dolor nació en 2002 como un guion que nunca se llegó a filmar. La literatura era su plan de fuga, la puerta de emergencia para encontrar oxígeno fuera de la rutina periodística. Y en ese proceso, una de las primeras lecciones que tuvo que aprender fue a entender que las herramientas del periodismo no siempre funcionan en la literatura. “La narración periodística te obliga a ser didáctico. Nadie te va a cuestionar si sobreexplicás un tema y a veces, incluso, la redundancia es necesaria. Cuando uno trabaja muchos años en el periodismo industrial, se termina llenando de recursos narrativos, lugares comunes, latiguillos, que son muy útiles en la carrera contra reloj del cierre y dentro de los criterios de eficiencia de un medio determinado. Pero todo eso es tóxico en la literatura. El periodismo, eso sí, aporta la gimnasia de la escritura diaria y te quita el vértigo ante la página en blanco. Dicho de otro modo: la página en blanco no es vista como un precipicio sino como un reto cotidiano a resolver. Si está vacía, hay que llenarla. Así de simple”, dice Convertini y recuerda su paso por el taller de Pablo Ramos. “Yo había obtenido su contacto a través de un compañero de redacción. No quería asistir a sus talleres grupales en un bar de Almagro porque me daba muchísimo pudor leer en público las cosas que había escrito casi en secreto en el living de mi casa. Veía a la literatura como un país hostil lleno de hombres y mujeres que hablaban una lengua que yo desconocía o que, como mucho, sólo tocaba de oído”.
¿Trabajaste con referencias directas en las dos novelas?
-Tanto en El misterio de los mutilados como en El refuerzo, la referencia más directa es a la obra de Antonio Dal Masetto: Siempre es difícil volver a casa, Bosque, Sacrificios en días santos, un autor que trabajó maravillosamente la idea del forastero amenazado. Otra referencia es El criadero, de Gustavo Abrevaya, una gran novela que explora una vertiente más ligada al horror. Y Osvaldo Soriano, por supuesto, sobre todo por Cuarteles de invierno. Hace un rato hablamos de los talleres literarios. Hasta ese momento yo era un periodista con bastante experiencia en diferentes redacciones mainstream, pero un lector desordenado. Alguien que había pasado por Puan sólo para cursar una decena de materias de la carrera de Historia, ya de grande, y que había abandonado por falta de tiempo. Por distintas razones, asistí también a talleres de Selva Almada y Julián López. Con ellos vencí el miedo a las clases grupales. Aprendí a escuchar las lecturas de otros. A recibir observaciones de pares y a sugerir las mías. Selva y Julián me ayudaron mucho a trabajar mi ansiedad. Soy ansioso. Tiendo a correr más rápido que la pelota, acaso por el ritmo que se te contagia en las redacciones. Trabajé el bajar un cambio, el detenerme en una escena, el no tirarme de cabeza al desenlace. No me resultó sencillo.
¿Qué tenés en cuenta al momento de trabajar sobre una historia destinada al llamado género juvenil?
-Antes de embarcarme en El misterio de los mutilados, nunca había escrito una novela negra para jóvenes y tampoco tenía experiencia como lector en el género. Volé a ciegas. Partí de un relato para adultos que ya había escrito y del que siempre pensé que podía hacerlo crecer sin grandes dificultades hasta convertirlo en una nouvelle. Ante la página en blanco, confié en mis obsesiones: un protagonista gris, mediocre, perdedor, ingenuo; un entorno que lo condiciona a hacer algo que no quiere y que, para peor, desconoce; un escenario asfixiante y lejano que paulatinamente se le revelará como ominoso y amenazante. La idea del pobre diablo encerrado en un laberinto que lo supera y del que debe huir como sea si quiere seguir con vida.
Trabajé la novela con los mismos elementos literarios que utilizo en la literatura para adultos. Tenía claro que no iba a “infantilizar” el texto. Abordé mi época preferida, los noventa, las presiones del mundo del trabajo, las ambiciones chiquitas del tipo de clase media, la violencia del sistema. Creo que la única concesión que hice pensando en que estaba destinada a un público juvenil fue no escribir escenas de sexo. Pero estoy seguro de que si un lector adulto supera el prejuicio de la categoría y la lee, no va a sentir ninguna barrera de edad. En algún punto, creo que El misterio de los mutilados nada contra la corriente del mercado. Porque es una novela juvenil que por su temática no está enganchada a la currícula escolar, no tiene protagonistas adolescentes, no retrata dramas coyunturales de la juventud, bullying, grooming, no es una historia detectivesca, que es la forma pasteurizada con el que el género negro puede incluirse en los programas de lectura de la escuela secundaria. Es una novela sobre un adulto joven arrinconado por la violencia del mercado y la violencia del Estado.
¿La novela El refuerzo funciona con la misma lógica?
-Te diría que sí, al punto que un libro marida con el otro. El Tanque Millán, el protagonista de El refuerzo, tiene mucho que ver con Giménez, el protagonista de El misterio de los mutilados. Los dos son arrastrados por fuerzas externas, y a las que, por diversas razones, no pueden oponerse, hacia lugares que tienen una lógica propia y que ellos desconocen, lo que los expone todo el tiempo al error, a hacer lo indebido. Y en ciertos grupos sociales, hacer lo indebido resulta muy peligroso. Son tipos indefensos ante la brutalidad de una sociedad salvaje que no es la de la gran metrópoli, como en los clásicos de la literatura negra norteamericana, sino la del infierno del pueblo chico, insignificante, aislado. Dignidad, en el caso de Giménez. Villa Luppi, en el caso del Tanque Millán. Puntos invisibles en el mapa, islas perdidas en el mar verde de la Pampa Húmeda.
SEÑALES DE UN LIBRO A OTRO
Hay simetrías en los dos textos. A Giménez, un empleado de bajo rango de una empresa de productos ortopédicos, lo mandan a un lugar perdido para que descubra las causas de una rareza que puede contener el germen de un crecimiento exponencial en las ventas. El Tanque Millán es un futbolista acabado que nunca tuvo su momento de gloria y terminó jugando en las ligas más miserables del planeta al borde de la subsistencia. Su manager lo envía a cumplir un último contrato antes del retiro, plata fácil y “taca taca” que le permitirá transformar su vida de trotamundos en un plan hogareño con la mujer a la que defraudó sin querer. Va, porque no tiene otra. En ambos casos, lo oscuro espera en el destino, pero comienza antes, con deseos incumplidos y planes inflexibles a los que no pueden darse el lujo de decirles que no. “Hay otra simetría, dice Horacio Convertini, “El refuerzo también nació como cuento. Una noche tuve una pesadilla que me despertó a la cuatro de la mañana. Soñé que me obligaban a hacer jueguito con la pelota y gambetear unas letras gigantes. Como no me salía, pasaba una vergüenza bárbara. Me levanté y me puse a escribir. El relato salió de un tirón. Me entusiasma que se puedan detectar las señales que unen a los dos libros. Que pensara en “los Otros” de El refuerzo como los habitantes de Dignidad. Y que encontrara la referencia a Villa Luppi en las peripecias de El misterio de los mutilados, no como un dato simpático sino como una coordenada que completa un mapa de locura y violencia.
¿Qué te interesa trasladar del deporte a tu universo literario?
-Pienso ahora en los deportes presentes, hay fútbol en El último milagro, El misterio de los mutilados y El refuerzo. Hay boxeo en La exactitud del dolor. La razón es simple: son escenarios que frecuenté como periodista, yo empecé como periodista deportivo en Diario Popular en 1983, que también conozco como espectador y sobre los que me interesaba escribir. No existe ámbito en donde una historia de perdedores encaje mejor. En el deporte, el contraste entre expectativa y realidad aparece de una manera muy cruel, y al mismo tiempo muy natural. Basta con ir a un partido de fútbol infantil para darse cuenta: chicos de diez años sometidos a la misma vara implacable que los profesionales, los padres que sueñan con tener en casa al próximo Messi. Es una pedagogía demencial y descarnada que no aceptaríamos en el colegio, pero que en la canchita asumimos como absolutamente normal. La relación del deporte con la novela negra es larga. Uno de los relatos fundantes del noir norteamericano es “Los asesinos”, de Hemingway, que narra cómo la mafia manda matar a un boxeador que no quiso ir a menos en una pelea y ha buscado refugio en un pueblito. Está basado en un hecho real, el asesinato de André Anderson, un peso pesado que había sido rival de Jack Dempsey. Horacio Quiroga escribe, también basado en un caso verídico, el cuento “Juan Polti, half back”, sobre un jugador de fútbol uruguayo que se pega un tiro cuando advierte que lo van a dejar libre por bajos rendimientos. No es estrictamente de género negro, pero casi. Es decir, hay una tradición.
Si algo define a Horacio Convertini como escritor es que se resiste a escribir sobre los temas del momento. “Sé que eso tiene un riesgo. Escribir una novela cuyo tema coincida con el clima o las preocupaciones de la época viene con marketing incluido. La contratapa se hace sola. Pero no quiero eso para mí. Si elegí la literatura como un territorio de libertad, no la voy a embarrar ahora con autoexigencias de mercado. Escribo para mí. Mis libros son los modestos gritos de independencia que no puedo pegar en otros lados”.