La música de Charlie Egg es parte íntima y sensible del panorama local. Sus fronteras son expansivas, sus discos vuelan hacia confines diversos. Pionero de la música electrónica de la ciudad, hace música desde los años ’90, integra el colectivo Planeta X, participa en proyectos de otros músicos, musicaliza películas (recientemente Caían del cielo, de Rubén Plataneo, estrenada en Bafici). Ahora, un nuevo disco lo reencuentra con sus orígenes: Contacto (Planeta X) ofrece once temas como experiencias donde descansar, a la manera de un baile mental que dibuja paisajes cambiantes. “Es como una especie de tratado sobre el género y sobre los subgéneros que lo atraviesan, como el Drum and Bass y el Jungle, esos géneros de los ’90, que yo había abordado en el primer disco que hice con Sinapsis, publicado en el ’99 (Trémolo Raquídeo)”, comenta Charlie Egg a Rosario/12.

“En ese entonces, fue desde un acercamiento más intuitivo, también porque en ese momento se estaba haciendo esa música en el mundo, así que tampoco tenía muchas referencias. Años después surgió la idea de retomar un poco aquello, pero con el conocimiento adquirido a lo largo de los años, tanto sobre las reglas de ese género como también sobre las técnicas. Así que, por un lado, está atravesado por el estudio del género, pero también con la singularidad de lo que a mí se me antoja hacer, tampoco estoy limitado por esas reglas, sino que las uso como una paleta sonora”, continúa el músico.

Los temas oscilan entre los 4 y los 7 minutos, extensiones temporales surgidas de las mismas necesidades sonoras y las formas adquiridas. Según Egg: “Al disco lo hice en estado de soledad; a excepción del tema donde participa Mala Semilla (“Dj. Adn en Eggxtasis”), es esa clase de discos electrónicos que son un trabajo introspectivo. También, si se quiere, tiene un carácter cinemático, porque al no tener un contenido semántico y letrístico, te deja un poco el campo abierto para las imágenes mentales que te puede generar la música instrumental”.

-Un trabajo en soledad que es también un reencuentro con aquel músico que eras en los ’90, ¿cómo te resulta ese diálogo?

-Al momento de hacer música, me encontré siempre con la misma sensación. Desde cuando era pibe, encuentro el mismo placer, la misma ansiedad por desarrollar lo que hago, para llegar al resultado final y poder escucharlo. Aún hoy lo siento así, como cuando lo hacía en el lavadero de la casa de mis viejos. Lo que digo y siempre me pasa, es que trato de hacer la música con la que ese pibe de 16 años hubiera flasheado, gracias a esas cosas que me llamaban la atención cuando las escuchaba y que me parecían maravillosas, con toda la ingenuidad de no saber cómo se hacía, y de buscar las herramientas para lograrlo. Ahora uno ya sabe cómo es y cómo se hace, pero esa cuestión, la de hacer la música con la que de pendejo hubiese flasheado, es una brújula intuitiva. Siempre descubro esa interlocución con mi yo del pasado. Pienso que en la música, como con el cine o la literatura, uno se forma así; lo que te gusta intensamente es lo que escuchás entre los 12 y los 20, ahí se define un poco todo lo que después te persigue por el resto de tu corta vida. Pero es bastante demencial también hacerlo solo.

-Los saltos tecnológicos hicieron todo muy accesible, ¿cuál es tu lectura hoy día?

-Con la música electrónica se da una cuestión medio del huevo y la gallina, entre las herramientas y la producción; sin embargo, hay una tendencia en la electrónica hacia lo retro, y las viejas herramientas de los ‘70 y ‘80 quedaron como las más iconográficas; máquinas de ritmo y sintetizadores que, aun sin ser los mismos, son emulaciones. Están ancladas en una sonoridad que a esta altura ya es antigua, y eso es medio paradójico en lo que tiene que ver con el lenguaje de la música electrónica. Por otro lado, ahora estamos hablando de millones de personas alrededor del mundo generando permanentemente música, gracias a la democratización de las herramientas digitales y la posibilidad de autopublicarse. La democratización de las herramientas me parece maravilloso, porque para hacer música electrónica en los ‘70 y en los ‘80 había que contar con un presupuesto relativamente alto para comprar los instrumentos, para el estudio de grabación y todo eso. Yo viví ese pase entre lo que era hacer música con hardware a tener las posibilidades tímbricas de toda la música electrónica en una sola computadora. Y bueno, eso no puede ser nunca malo. Después, sí es complejo cómo se va armando el relato cultural, cuando ya no tenés la curaduría que generaban las discográficas o los sellos independientes, con todas las falencias que podían tener. Vos me estás haciendo una entrevista, pero también se deshizo la estructura de la crítica cultural; ahora, no solo hay sobreinformación sino que no hay una brújula que te diga qué es lo que te puede llegar a gustar o deberías escuchar. Los influencers no cumplen esa función, son empleados del canje, todo el mundo te está vendiendo algo; inclusive los mismos artistas, no es lo mismo que Luca Prodan dando una entrevista, donde salían un montón de disparadores y le abría la cabeza a la gente. Ahora, tenés un artista que está todo el tiempo hablándole a la cámara, vendiendo su propio estofado, y eso a mí me parece bastante lejano de la idea de los artistas copados que yo tenía, cuando era pibe. Pero tampoco lo puedo cuestionar, porque es lo que toca en esta época; nadie va a darle mucha trascendencia a tu obra si no estás vos atrás de eso, moviéndola.

-En este sentido y en este contexto, mover vos tu disco es también un problema.

-Este disco lo hice el año pasado y estuve varios meses sin saber qué hacer, si era útil o no publicarlo. Toda esta situación te pone en duda, realmente. Sacarlo o no sacarlo, tal vez no cambie nada, pero bueno, lo saco, y que pase lo que pase. Es como tirar una botella al mar. ¿Cuánta gente lo va a escuchar? ¿Cuánta gente hoy escucha entero un disco?

En la deriva del diálogo, Charlie Egg agrega algo sustancial: “Lo que importa es alegrar un poco la vida, aunque sea pasando música, para que la gente baile. A veces pienso que es tan importante como hacer una obra grandilocuente. Es un poco la dualidad que tengo: por un lado, la de hacer música medio limada; y por el otro, divertir a la gente en la pista. Y encontré un poco la reconciliación de esas dos cosas, porque darle un poquito de alegría a la gente, en estos momentos, ya está bien".