“Por favor hermanos y hermanas tratemos de no chismorrear. El chisme es una peste más fea que el covid”, decía Francisco en plena pandemia de coronavirus. Curiosamente, los personajes mediáticos y los chismes se intensifican ante las crisis. El papa argentino sufrió los efectos del chimento. Sobre todo, en los dos últimos cónclaves y ante cada reforma humanística que incorporó a una institución misógina, homofóbica y descalificada por acusaciones y condenas por pedofilia, como la Iglesia Católica.

De una posible aceptación de aborto legal, mejor no hablar, pero denunció -entre otros pecados laicos y eclesiásticos- el chimento.

La práctica milenaria de las habladurías -potenciadas hoy por la tecnología- no siempre se diluye en el aire, en ocasiones se materializa. Puede estropear vidas y hasta acabar con ellas. ¿Qué sería lo más extremo del comadreo actual? Viralizar veneno simbólico contra personas o colectivos discriminados. Difundir, promocionar y pasar a la acción realizando imprecisas y escandalosas denuncias que manchan de forma indeleble a las subjetividades señaladas y a quien chimenta. Si se denunciara con responsabilidad ética, se haría con discreción y con pruebas contundentes ante la justicia. Lo demás es circo malsano de una farándula decadente.

Tradicionalmente se consideraba (¿o se considera?) que quienes chismorrean son las mujeres, que supuestamente no tienen nada mejor que hacer porque carecerían de capacidad para articular un discurso racional avalado empíricamente.

Así pues, el chisme constituye un elemento fundamental en la devaluación de la mujer. “¿De dónde viene la idea de que (únicamente) las mujeres chismorrean?”, se pregunta Silvia Federici, investigadora que indaga sobre la explotación femenina funcional al capitalismo desde su surgimiento histórico. Esa idea de mujer chismosa viene de allá lejos y hace tiempo.

Pero partamos del presente. Gossip es un término inglés que significa chisme. Es además un fenómeno de comunicación digital del orden del cyber bullyng: utilización de las redes sociales para difundir rumores que desacrediten la imagen de una persona o grupo. En el gossip tecnológico la víctima es la mujer.

Si bien ya en el medioevo se relacionaba gossip con lo femenino, con reunión de mujeres hablando de sus cosas, no implicaba connotaciones negativas. En las sátiras de los comienzos modernos circulaban relatos de mujeres que se reunían en tabernas y hablaban sobre hombres y matrimonios mientras bebían vino. Gossip se empleaba para designar la amistad entre mujeres en el sentido implícito de lograr crear su propio espacio social. Sobreviven poemas en el que el marido va a buscar a su mujer a la taberna, y ella le dice que irá con él, pero llevará a sus amigas, su gossip.

El chisme es político, se produce entre las comunicaciones humanas y en ciertas circunstancias tiene función crítica. A veces es producto de alguna humanidad deshumanizada. Eventualmente las habladurías son funcionales al poder gobernante. Tal como está ocurriendo en nuestra coyuntura. La expresión libertaria no puede tapar sus estafas gigantescas ni las acusaciones de coimas, pero milagrosamente los chimentos faranduleros tendieron una manta de olvido sobre los desaguisados gubernamentales.

La corrupción, los sobornos, la crueldad, la represión, la indiferencia ante los desgarros humanos son consecuencias de un Estado que se prostituye en beneficio del mercado, su proxeneta. Y por un enigma indescifrable del devenir histórico aparecen los chimentos y logran que el imaginario colectivo olvide los ilícitos gubernamentales y las mentidas promesas de campaña.

También la muerte del papa le vino como anillo al dedo a la ultraderecha gobernante. Los medios no mostraron, por unos días, a los célibes involuntarios vestido de negro y celeste, los muchachos mileístas, los incels y sus imposturas. Por el contrario, durante unas semanas las pantallas se cubrieron de color obispo, blanco, celeste, negro, rojo y amarillo ostentado por otros virgos: los célibes voluntarios, la curia, la aristocracia católica, sus distintos rangos.

Coincidieron, como en un Aleph, futbolistas, modelos, novias, exnovias y pretendientas presidenciales, conductoras/es de programas de rumores, analistas de política y ciudadanía en general interesada por el chisme del momento pues, aunque se proclame desinterés, es difícil evitar la morbosa atracción que provoca.

El chisme existe desde el principio de las comunidades. Repta por todos los vericuetos de la sociedad. Atraviesa ciudades y personas. Es uno de los más antiguos de los medios de comunicación y sus consecuencias son imprevisibles. Puede desaparecer como una pompa de jabón o abalanzarse sobre subjetividades y comunidades destruyéndolas. Cumple una función social: integrar, entretener y motivar la interacción en su faz positiva, así como -en su faz negativa- delata inquina con la persona objeto del chisme.

No casualmente la palabra chisme -que en castellano proviene del griego- significa división. Los rumores suelen impulsar discordia, malas relaciones e incitación al odio. Y, aunque los cardenales electores del nuevo papa estén encerrados en la Capilla Sixtina bajo llave, los rumores, la propaganda y los aprietes, circulan tal como lo ilustra la oportuna película “Conclave”, de Edward Berger.

* * *

Con el avance de la explotación capitalista se fue imponiendo un sentido peyorativo al término gossip que, vinculado con una mujer, la descalificaba justificando así que no fuera aceptada en las academias de entonces (siglo XIII). No podía ingresar a los oficios y gremios. ¿Consecuencias? Fueron relegadas a los cuidados domésticos y los gineceos. “La mujer, pata rota y en casa”. “A la mujer temeraria, o dejarla o matarla”. El refranero de todos los tiempos es mayoritariamente machista. La mala fama que se le hizo al gossip (como amistad mujeril) cercenó la comunicación entre mujeres, por chusmas. He ahí el origen del chisme como mal atributo femenino. Hoy sabemos que el chimento no tiene género. Incluso en algunos casos no tiene límites. El chisme es una de las dos asas del ánfora de la comunicación. La otra es la información -verdadera o falsa-, la creatividad, el espectáculo y eventualmente el arte. Hasta que se tomen medidas para regular los chismes y sus consecuencias acudimos a los viejos refranes: “el chisme agrada, pero quien chismorrea enfada”.