“¿Qué mosquito le ha picado a nuestro amigo Moullet al escribir para el último ‘Petit Journal’ esa nota sobre la retrospectiva Kurosawa en la Cinemateca francesa?” Con esta pregunta, cargada de irritación, André Bazin –padre de la crítica cinematográfica moderna- iniciaba una nota en los Cahiers du cinéma (marzo 1957) en defensa de Vivir, que había sido vapuleada por el personaje en cuestión. De hecho, todo el artículo era una refutación del anterior, en tiempos en los que el debate sobre el cine como arte era una esgrima enriquecedora y permanente. Pero, ¿quién era Moullet para que Bazin lo eligiera como contrincante?
Cachorro de la nouvelle vague, prolífico colaborador de los Cahiers desde sus 18 años, amigo personal de Jean-Luc Godard, François Truffaut y Jacques Rivette, realizador desde 1960 hasta ayer nomás de unos 40 films entre cortos y largometrajes (varios de los cuales se pudieron ver en una retrospectiva que le dedicó el Bafici en 2007), Luc Moullet siempre fue –y a los 87 años sigue siendo- un referente de la cinefilia internacional. Las razones de esa devoción están concentradas en Notas selectas (Monte Hermoso ediciones, 403 páginas), una exhaustiva pero necesariamente incompleta recopilación de sus escritos más famosos pero también más ignotos (incluidos algunos inéditos), que abarcan toda su vida pero también la del cine mismo, como sugiere el subtítulo del libro, que da cuenta de su ambición: “De Griffith a Guiraudie”.
De Moullet ya se había publicado en castellano Política de los actores (Serie Gong, 2021), que proponía un acercamiento heterodoxo al cine clásico de Hollywood, a partir de un análisis que privilegiaba las figuras de Gary Cooper, John Wayne, Cary Grant y James Stewart por encima de los “autores” que la crítica francesa había descubierto en los directores estadounidenses del período de oro. Si ese libro planteaba una mirada tan singular como en escorzo sobre el canon del cine estadounidense, Notas selectas, en cambio, viene a restituir el eje original, con el acento puesto en los cineastas como auteurs, pero ya no de Hollywood sino del mundo entero, desde el japonés Kenji Mizoguchi hasta el chileno Raúl Ruiz, pasando por el brasileño Jorge Furtado y el alemán Karl Valentin, lo que da cuenta de su impresionante enciclopedismo, como si nada ni nadie del cine le fuera ajeno.
Sin embargo, se diría que los puntos más altos de los ejercicios críticos de Moullet están condensados en el cine francés –sus textos sobre Truffaut y Godard, “mis maestros”- y en el de Hollywood, donde es capaz de desplegar no solo su erudición sino también su humor vitriólico, corrosivo. La solemnidad no tiene lugar en estos textos, que muchas veces incluyen una introducción que ubica en tiempo y lugar a un artículo o a un capítulo. Por ejemplo, en aquel dedicado a sus pocos artículos teóricos, que él mismo relativiza diciendo: “Escribí algunos textos teóricos. No demasiados, es una actividad peligrosa. Christian Metz, Gilles Deleuze, Walter Benjamin y Guy Debord se suicidaron. Tal vez descubrieron que la teoría no lleva a ninguna parte y el susto fue demasiado grande (por no hablar de Louis Althusser)”.
El gusto por la paradoja y por la cita docta de los escritos de Moullet nunca los vuelve soberbios ni oscuros, algo de lo cual el autor es plenamente consciente, como lo aclara en su pequeño ensayo de apertura del libro. “Muy rápidamente, traté de ser más moderado y, sobre todo, de ser siempre comprensible. La gran moda por entonces en los Cahiers consistía en escribir textos ilegibles. Había un esnobismo en el hermetismo. Si el lector no entendía un texto impreso en el hermoso papel satinado de la revista significaba que el editor era superior a él. Incluso André Bazin a veces se rendía a las sirenas de la oscuridad.”
“En mis artículos también hubo ataques inútiles hacia cineastas sobrevalorados”, recuerda de sus comienzos, pero eso no lo priva de incluir ahora en sus Notas selectas una diatriba reciente contra Almodóvar, que él mismo reconoce que ningún editor quiso publicar y que por eso, sin duda, la incluye en el libro. Se diría, sin embargo, que como sucede con casi todo texto crítico, es cuando se escribe a favor y no en contra donde brilla verdaderamente Moullet. “Los españoles debieron sospechar que apostaban por el caballo equivocado cuando fueron a buscar a Almodóvar a La Mancha, donde, como es lógico, sólo pudieron toparse con un pobre Rocinante”, apostrofa brutalmente el francés, como en su momento lo había hecho Truffaut contra Juan Antonio Bardem.
Aun teniendo parcialmente razón en su valoración de Almodóvar, la injuria priva a Moullet de sus mejores argumentos, que son, por el contrario, los que despliega en todo su esplendor cuando celebra durante ¡veinte páginas! una extrañísima película muda de Cecil B. DeMille (La huella del pasado/The Road to Yesterday, 1925) y provocan en el lector el deseo irrefrenable de ir a buscarla en internet, a falta de una proyección en sala. Y lo mismo sucede con su detalladísimo análisis de A Corner in Wheat (1909), un cortometraje fundacional de David W. Griffith, donde encuentra no sólo virtudes cinematográficas sino también, insospechadamente, originalidad política: “Es la primera obra maestra del cine militante. Eisenstein soñaba con adaptar El Capital, pero Griffith ya lo había hecho veinte años antes con esta película. Mientras que a menudo pensamos en el conservador sureño de El nacimiento de una nación (1915), Griffith está aquí, paradójicamente, muy cerca de Karl Marx”.