El conductor de radio Gabriel Anello utilizó su micrófono para atacar a Riquelme con insultos racistas. No se trató de un exabrupto ni de una frase sacada de contexto, tampoco “se confundió” ni “se equivocó” (aunque está equivocado). Dijo lo que piensa, con convicción y claridad: “Yo tengo una cultura que a los ignorantes y los burros, los que no van al colegio como Riquelme, son unos negros ignorantes”. Lo hizo al aire durante su programa en Radio Mitre. La emisora y sus compañeros de programa guardan silencio (durante y después).

No es casual que se lo ataque así a Juan Román Riquelme. Porque eso es Riquelme: un negro que no se calla, un villero que no agacha la cabeza, un presidente de club que no pide permiso ni perdón. Lo odian por lo que dice, pero sobre todo por lo que representa. Porque se sienta en la cabecera de una de las instituciones más importantes del país con la frente en alto, porque no se somete, porque se permite desafiar al poder mediático, empresario y judicial que históricamente manejó el fútbol como un feudo de traje y corbata.

Además del obvio ataque individual contra Riquelme, fue un mensaje hacia millones de personas racializadas y de origen popular en este país, un recordatorio de que si no hablás como ellos, si no te ves como ellos, no estudiás donde ellos, no venís de donde ellos, sos un ignorante, un bruto, un negro. Se trató de un acto político de odio racial y fue, también, un gesto disciplinador contra cualquiera que se atreva a desobedecer el orden blanco que rige el poder en la Argentina.

En una exhibición de cinismo propia del clima político que estamos viviendo y que habilita este tipo de sinceramientos y violencias, luego de haber insultado a Riquelme, Anello lo desafió a agarrarse a trompadas.“Ya no está más el INADI” celebró, como si la instigación a la violencia colectiva fuese un derecho, como si la libertad de expresión incluyera el derecho a odiar y la discriminación racial no fuese repudiable sino un capricho de los creadores del “curro de los derechos humanos”. Eso es exactamente lo que intenta instalar este gobierno de ultraderecha de los hermanos Milei y que a sus aliados parece no molestarles mucho. La eliminación del INADI, el desmantelamiento de políticas de memoria, la demonización de los organismos de derechos humanos y el ataque sistemático a toda forma de justicia social son parte de una estrategia para borrar del mapa las voces incómodas, los cuerpos disidentes, los rostros negros. Gabriel Anello es, de hecho, uno de los comunicadores más cercanos a Javier Milei. Su voz fue amplificada por los micrófonos de una radio del Grupo Clarín.

Ante el repudio generalizado, Anello ensayó una falsa disculpa diciendo que ese día no se sentía bien y que se había extralimitado. Pero no fue una intervención “en caliente”, producto del enojo del momento. Equiparar ser negro con ser ignorante, pobre y bruto es una de las formas más burdas del racismo argentino y no era la primera vez que Anello se expresaba en esos términos. Esas “disculpas” no fueron más que cinismo. El racismo de Anello es explícito y sostenido; desprecia lo negro, lo villero, lo popular. Es odio racial sin filtro.

Estos son algunos de sus posteos:

“A los ‘marrones’ y mentirosos no los respeto, fui muy claro. Desde que el sorete de Riquelme pidió mi cabeza, voy a hacer todo lo posible para descubrir todas sus mentiras y negocios turbios.”

“Escuchá, simio (…) tratá de no instalar mentiras como los ‘marrones riquelmistas’.”

Lamentablemente no se trata de un desquiciado suelto que dice barbaridades en un canal perdido de youtube sino de un comentarista deportivo destilando discursos de odio e instigando a la violencia colectiva desde el micrófono de una de las emisoras más escuchadas del país. La gravedad de este episodio radica, además, en que a pesar del repudio en medios y redes, no habrá sanción real por parte de la emisora, solo un silencio que parece aprobar lo hecho. ¿Acaso Radio Mitre desvinculará a Gabriel Anello como la Rock&Pop a Ari Paluch? ¿O se lo invitará a seguir “opinando” como si nada? En una Argentina donde el gobierno desmantela el INADI, donde se persigue a quienes luchan por la memoria y los derechos humanos, donde se le pega a los jubilados, donde se nombra “Operación Roca” a un programa del ejército, la impunidad del racismo se vuelve política de Estado.

El racismo en la Argentina no es un resabio del pasado: está vivo, se escucha por radio, se viraliza en redes y a veces –como vimos con Fernando Báez Sosa o Lucas González– mata. Solidarizarse con Riquelme en este contexto no es una cuestión futbolera. Es un gesto político frente a un ataque racista que, de no ser denunciado, se vuelve norma. El silencio, en estos casos, no es neutralidad, es complicidad. Cada ataque racista que queda sin respuesta es un paso atrás. Es necesario convertir la indignación en denuncia y la denuncia en acción política. Debemos desmontar el racismo, confrontarlo, arrinconarlo, en todos los frentes. También en el fútbol, también en los medios, también en la calle.

Porque la libertad de expresión no puede ser el amparo del racismo. Porque el micrófono no es un arma para disparar odio. Porque los que hoy atacan a Riquelme son los mismos que siempre quisieron borrar a los negros de la historia. Porque callarse frente al racismo es elegir bando. Y nosotros elegimos del lado de los negros que no se arrodillan.