El documental argentino es el género que más creció en los últimos quince años. Así como en los 60 y 70 jugó un rol clave en el terreno político, cada vez más son los temas que abordan los documentalistas generando un amplio abanico no sólo de contenidos sino también de estéticas y miradas. Los realizadores nucleados en la Asociación de Directores y Productores de Cine Documental Independiente de Argentina –entidad más conocida por sus siglas: ADN– vienen generando desde hace seis años una manera de darle mayor visibilidad a sus películas. Y por sexta vez consecutiva organizaron la Semana de Cine Documental Argentino. Esta edición de la muestra se desarrollará entre hoy y el miércoles 20 de diciembre en Cine.Ar Sala Gaumont (Av. Rivadavia 1635). Este año, además de presentar siete largometrajes nacionales en carácter de preestreno, en el ciclo se exhibirá un film de un director invitado, el de Joaquín Polo sobre el legendario Humberto Ríos. Las funciones serán siempre a las 20, con entrada gratuita, excepto el sábado que será a las 18. También se exhibirán una serie de cortos antes de algunos largometrajes. 

“Fue todo más dificultoso”, dice el presidente de ADN, Gustavo Alonso, sobre el momento en que organizaron este ciclo. “Esta edición nos agarra con mucho esfuerzo para sostener una muestra en momentos en que se está desalentando la producción. Todos los que presentan películas esta semana las hicieron hace tres o cuatro años y tienen en proceso sus nuevos films. Así que es un momento que debería ser de regocijo por estar presentando una largometraje pero casi todos están trabados en sus próximos proyectos porque, entendemos, la política nueva del Incaa desalienta la producción”, entiende Alonso. 

Un grande no tan reconocido

Siempre comprometido con las mejores causas sociales y con el cine militante, Humberto Ríos fue fundamentalmente documentalista, pero también realizador de recordados films de ficción. También fue un pionero de lo que a comienzos de los años ‘60 se denominó Nuevo Cine Latinoamericano, al que siempre se dedicó en cuerpo y alma. Nacido en La Paz, Bolivia, el 29 de noviembre de 1929, Ríos fue inicialmente pintor y escenógrafo y en los años ‘50 viajó a Francia para desarrollarse en las artes plásticas. Pero el fervor por el cine en tiempos de la nouvelle vague lo llevó a estudiar en el legendario Idhec, de París. Asociado a un grupo de activistas que luchaba clandestinamente contra la guerra de Argelia, parte de una red que enviaba dinero a Suiza para luego trasladarlo a aquel país, consiguió eludir la prisión y en 1960 partir rumbo a Buenos Aires como camarógrafo, donde realizó parte de su gran carrera cinematográfica. 

La película que homenajea a Ríos es Ríos de la Patria Grande, de Joaquín Polo. “ADN forma parte de la Red Argentina de Documentalistas. En un encuentro que se hizo en Mendoza, hace siete años, se reunieron todos, desde Santiago Loza hasta el cine militante. Y, en medio de esos jóvenes, estaba Humberto Ríos”, cuenta Alonso sobre el origen del film invitado el ciclo de ADN. “Nos extrañaba el nivel de compromiso de alguien que había sido maestro de muchos en distintos lugares. Y sentimos junto con Andrés Habegger que era un maestro no tan citado porque siempre había estado opacado por las figuras del Cine de Liberación, como también por su amigo Raymundo Gleyzer o Fernando Birri”, agrega. Alonso pensó que nunca iba a aparecer un homenaje a Ríos hasta que finalmente dio con la película de Polo. “Es un director que tiene 25 años y que nos hizo repensar por qué alguien con esa edad se propuso hacer este documental. Y nos pareció interesante. Polo es alguien que reivindica el compromiso de Humberto”, asegura Alonso. 

Historias en tiempos del terror

Laura Ortego y Leonel D’Agostino dirigieron Río Mekong. Por un informe de un amigo de la dupla que trabajaba en el Ministerio del Interior les llegó a ambos directores la historia de la migración laosiana en la Argentina, específicamente en 1979, cuando el terrorismo de Estado concretaba su plan genocida en el país. “Entre otras cosas, nos llamó la atención que vinieran como refugiados en el 79, por el contexto local: que estando en plena dictadura los refugiáramos”, cuenta Ortego. Comenzaron haciendo un trabajo de campo que consistió ponerse en contacto con los laosianos que viven en el país, visitarlos en sus casas y tomarles fotos. 

El documental tomó otro rumbo cuando Ortego y D’Agostino conocieron a Vanit Ritchanaporn, quien a los dieciséis años cruzó a nado el Río Mekong para escapar de la guerra civil en su Laos natal, tras la Guerra de Vietnam. En 1979 llegó como refugiado a la Argentina. Hoy vive con su familia en Chascomús, donde preside la comunidad laosiana más grande de Buenos Aires. “Siendo menor de edad y, tras cruzar a nado el Mekong, llegó a un campo de refugiados en Tailandia. Fue adoptado por una familia para poder venir acá. Y, entonces, la historia del documental se tornó más personal. Nos metimos en la vida de Vanit”, cuenta Ortego. 

Los realizadores conocieron a Vanit investigando y estableciendo vínculos con laosianos y, antes que nada, viajaron a Misiones. “Los laosianos están desperdigados por todo el país porque una de las pautas era que no se podían quedar en Capital cuando venían. Entonces, están por todo el país, pero una vez al año se reúnen todos en Misiones, donde tienen un templo budista y un pequeño barrio laosiano. Nosotros viajamos a ese encuentro y ahí nos familiarizamos con la comunidad. Fuimos conociendo a algunos, entre ellos a Vanit, que ahora tiene 54 años”, relata Ortego. 

Sobre las caracaterísticas del protagonista, la directora dice: “Vanit tiene dos aspectos. Uno es que te ponés a hablar y es más argento que cualquiera de nosotros. Tiene una forma de hablar muy nuestra que está muy marcada. El está casado con una laosiana y entre ellos hablan su lengua natal, comen comida laosiana, escuchan música de allá y mantienen el contacto con su gente vía Skype”. Vanit recién en 2011 viajó a visitar a su familia, porque no volvió a ver a sus padres desde que los dejó siendo un adolescente. 

Otro de los documentales que parte de una historia que surgió durante la dictadura argentina es El Jazz es como las bananas, de Cristina Marrón Mantiñan y Salvador Savarese. Un histórico contrabajista de jazz, Jorge “Negro” González, abrió en los 70 Jazz & Pop, una cueva única en Buenos Aires por donde pasaron los mejores músicos nacionales e internacionales. Este viejo club de jazz fue ícono de libertad y lugar de resistencia. “La idea de la película nació yendo a Jazz & Pop a escuchar música. Era un lugar un poco distinto a los que se veían en Buenos Aires. A partir de eso, empezamos a hacer un corto con Salvador porque nos llamaba la atención y nos gustaba ir ahí. Mientras filmábamos el corto pasó algo que nos llevó a hacer el largo: el lugar cerró”, cuenta Marrón Mantiñan. Un día la dupla fue a filmar y se encontró con que el lugar había dejado de funcionar de un día para otro. Eso redefinió la película y, a partir de ahí, decidieron hacer el largometraje ya que se encontraron con muchos músicos que empezaron a añorar ese lugar donde se tocaba y era único. Ambos documentalistas dijeron: “Tenemos que rescatar este lugar y lo que pasó allí”. 

“En el 78 había tres socios, después el lugar cerró y fue el ‘Negro’ González, quien lo volvió abrir. El fue el eje del espacio desde el principio al fin. Pero estos lugares son muy difíciles de sostener en esta Buenos Aires actual. Un músico con la impronta artística y no comercial, con una gestión privada forma parte de ámbitos que terminan desapareciendo con la que persona que los lleva adelante”, plantea la documentalista. Jazz & Pop “abrió en 1978, en una época muy difícil para el país, y era también un espacio de encuentro y desahogo para la gente joven. Muchos músicos empezaron su carrera en Jazz & Pop porque era uno de los pocos clubes de música que había en esa época. En la película Litto Nebbia analiza muy bien y cuenta por qué al lugar no lo cerraron, y qué pasó para que siguiera abierto”, comenta la directora. 

La investigación y el trabajo de reconstrucción histórica lo enfocaron desde el lado artístico. “Nos conectamos con los músicos que pasaron por ahí, los que empezaron allí y los jóvenes a quienes les hablaban de lo que era Jazz & Pop y no lo vivieron. Cuando se reabrió Jazz & Pop se reencontraron a tocar y tuvieron su espacio”, relata Marrón Mantiñán, quien tiene una posición tomada respecto al género musical en la Argentina: “El jazz es de los géneros menos comerciales que hay. Por eso, no hay tantos lugares donde se toca. Y con una impronta artística como tenía Jazz & Pop es como muy difícil de sostener. El ‘Negro’ lo tenía abierto de lunes a lunes y eso es prácticamente insostenible”, analiza la directora. 

Otro período oscuro

Proyecto 55 es el documental de Miguel Colombo que podrá verse en la apertura del ciclo. “Sobre los bombardeos a Plaza de Mayo en 1955 (que yo conocí siendo una adolescente, tengo 39 y me enteré a los 20) siempre me llamó la atención que cada vez que se cumplía un aniversario no hubiera una marcha multitudinaria recordando ese momento; me pareció muy fuerte”, afirma Colombo. El tema de los bombardeos siempre estuvo presente en su familia, porque fueron inmigrantes italianos, tras la Segunda Guerra Mundial. “Así que el recuerdo de la guerra, de los bombardeos y de los efectos que causa un bombardeo aéreo está muy presente. Yo me preguntaba en relación al 55: ¿Cómo puede ser que se haya perdido esa memoria? Porque un bombardeo es una cosa tremenda que, además, deja secuelas muy visibles”, completa el cineasta. 

En el origen de todo se le ocurrió una ficción, pero Colombo nunca la continuó porque venía de realizar Huellas, una película basada en su historia familiar, razón por la cual no quería hacer otro documental en primera persona. “Conocía a unos artistas que iban a hacer una obra en base a los bombardeos del ‘55. Decidí seguirlos a ellos, contar su obra y, a través de la misma, contar el bombardeo desde la actualidad”. Pero no todo salió como lo esperaba: cuando empezó a filmar, los artistas decidieron que la obra teatral iba a ser absolutamente sonora. “Eso me puso ante un nuevo desafío porque no tenía imagen, no había algo visual para registrar”, cuenta Colombo. Fue así que comenzó una búsqueda exhaustiva y a la vez ecléctica de materiales. “Eso me fue llevando a indagar otra vez en mí mismo y otra vez a la primera persona que pensé que no iba a volver a hacer. Terminé haciendo esta especie de ensayo”, reconoce el director. “Son todas cosas que me resonaban sobre los bombardeos y las marcas que puede dejar eso en una sociedad y de lo que pudo haber motivado que se bombardeara una ciudad”, plantea el cineasta. 

Para el trabajo de investigación histórica, Colombo leyó tres libros y vio películas que abordan el 55. Una de las joyitas que encontró para la película fueron dos latas y media de material bruto del Noticiero Panamericano del día de los bombardeos del 55 y del día posterior. Pero como ya se ha investigado y se ha hablado mucho de lo que sucedió políticamente en ese momento, el cineasta admite que quiso “trascender la coyuntura histórico-.política de junio del 55 y hacer una reflexión un poco mayor sobre la violencia institucional”.