Juliette Binoche tiene frío. Es un día soleado en el centro de Londres, pero se ha abrigado con una robusta chaqueta de cuero y ha pedido un chocolate caliente. "¿Fino o espeso?", le pregunta el camarero. Binoche parece desconcertada por la pregunta. "Grueso", responde ambivalente. Al camarero se le iluminan los ojos: "¡Ah, a la francesa!". Binoche se encoge de hombros. Como si alguien necesitara un recordatorio. Binoche es a Francia lo que Matthew McConaughey es a Texas, o Sean Connery a Escocia: su rostro brillante, redondo y encantador, bien podría estar impreso en la bandera nacional a estas alturas.

Binoche ha pasado más de cuatro décadas como una de las estrellas de cine más aventureras del mundo; masilla en manos de autores como Claire Denis, Jean-Luc Godard, Olivier Assayas y Michael Haneke. Chocolat y El paciente inglés, la gran historia de amor por la que ganó un Oscar en 1997, se han apoyado en su luminosidad y son probablemente sus películas más conocidas, pero no son más que instantáneas de una carrera más colorida y voluble. Su pena cenicienta en Tres colores, de Krzysztof Kieślowski: Blue evita el histrionismo, aquí hay un ligero temblor, allá un arrebato de devastación. También hay potencia en su sexualidad temeraria y sofisticada en Un bello sol interior, de Denis, y en su científico de mente carnal en la rareza de ciencia ficción High Life, de la misma cineasta. Haneke parece sacar a relucir su gélido picor en películas como Código desconocido y la aterradora Caché. Cuando está en el cine, nunca se sabe qué Binoche se va a encontrar.

Sucede lo mismo en persona. Esta mujer de 61 años es ferozmente intensa, y en un momento dado golpea la mesa con las manos. Poco después, se muestra risueña y animada. El mero hecho de sentarse parece grandioso y teatral, como si hubiera sido escrito por un dramaturgo. Se quita la chaqueta (demasiado calor) y se la pone por la espalda (demasiado frío). En cuanto llega el chocolate caliente, lo toma de un trago y se quema la boca. Los entrevistadores han encontrado a Binoche increíblemente abierta, soltando datos sobre sus relaciones amorosas (entre sus ex parejas notables están el cineasta Leos Carax y, según se dice, Daniel Day-Lewis, mientras que tiene dos hijos, uno con el submarinista André Halle y el otro con el actor Benoît Magimel). Otros han destacado su reticencia. Sea cual sea la Binoche que elijas, seguro que te mantendrá en vilo.

Ralph Fiennes como Odiseo y Binoche como Penélope en El regreso.
 
 

 

Estamos aquí para hablar de El regreso, un giro subversivo de la Odisea de Homero que supone su tercera película con el actor Ralph Fiennes. Aparecieron juntos por primera vez como Cathy y Heathcliff en una denostada adaptación de Cumbres borrascosas de Emily Brontë en 1992, y después interpretaron a una enfermera traumatizada y a un convaleciente desfigurado, respectivamente, en El paciente inglés. Gran parte de la fuerza de El regreso, que presenta a la pareja como amantes separados durante décadas por la guerra, proviene de su historia compartida como actores: ya los hemos visto enamorarse una vez, compartir una especie de historia de amor en otro lugar; ahora se reencuentran en un mundo de taparrabos y salvajismo.

"Hemos seguido siendo amigos a lo largo de los años", dice Binoche. "Así que llegamos a esta historia con equipaje". Se ríe. "Yo misma me emocioné, sinceramente. Porque interpretábamos a estos arquetipos pero también a seres humanos, y éramos nosotros dos los que les aportábamos esa humanidad. Éramos Odiseo y Penélope, sí, pero también Ralph y Juliette".

Le pregunto cómo han evolucionado en los años transcurridos desde que se conocieron. "Veo la evolución más con Ralph que conmigo misma", piensa. "Ahora lo conozco mejor. Me ha dejado acercarme más a él. Conozco sus deseos, conozco sus lados oscuros y su belleza". No quiere entrar en detalles, pero dice que lo adora. "Conoce sus límites y no tiene miedo de hablar de ellos conmigo. En cierto modo, parece que somos de la misma familia".

Fiennes ha hablado de ser más reservado y gruñón cuando era un joven actor, sobre todo en los sets de filmación, mientras que Binoche buscaba la compenetración y el entendimiento. Muchas de las primeras entrevistas la describen como una mujer que desafiaba ligeramente a sus directores; Claude Berri la echó una vez de una película a mitad de la producción por no estar de acuerdo con las decisiones que tomaba su personaje. Hoy, sin embargo, Binoche niega que fuera así al principio, y que en realidad tardó tiempo en adquirir esa confianza.

Para El regreso, pidió al director Uberto Pasolini que le diera total libertad durante tres tomas de cada una de sus escenas, a cambio de que él controlara su interpretación a partir de la cuarta toma. Así, en la sala de montaje, podría elegir a la Binoche que quisiera. "Nunca me habría atrevido a pedir eso cuando era más joven", dice. "Pero es esencial para mí. Cuando un director tiene ideas estrictas sobre cómo quiere que sea un personaje, me cuesta. Como actriz, es peligroso ser prisionera de los pensamientos de otra persona. La interpretación tiene que ser imprevisible. Tiene que ser un descubrimiento en el momento. Es casi una llamada del espíritu. O una plegaria".

Lo siente todo, dice. Cuando le pregunto si ella y Fiennes se han enamorado alguna vez mientras interpretaban historias de amor durante los últimos 30 años, me sorprende su repentina franqueza. "Por supuesto que nos enamoramos", dice con firmeza. "Tu cuerpo, tus ojos, tu piel, tu ser... tiene que creérselo, y vos tenés que hacérselo creer al público". Sus manos se animan mientras sigue explicando. "En el mundo de la interpretación, te creés lo que sentís a cada paso. Pero eso no significa que seas un amante ajeno a ello".

Percibe mi decepción, que por un momento pensé que había conseguido una primicia. "Pero lo entiendo desde tu punto de vista", dice. "Recuerdo que le pregunté a Meryl Streep: '¿Te enamoraste de Robert De Niro en el rodaje de El francotirador? ¿Cómo pudiste resistirte a él? Ella respondió: “Lo quiero, estoy profundamente enamorada de él, pero a la hora de la verdad, es otra historia”". Binoche sonríe. "Eso es actuar".

La joven Binoche, que fue enviada a un internado a los cuatro años tras el divorcio de sus padres, vio en el mundo de la interpretación un espacio de estabilidad. Habla con cariño de los decorados y de la importancia de que expertos en distintos medios (actores, diseñadores de vestuario, técnicos de iluminación) se unan en aras de un objetivo común; en repetidas ocasiones se refiere a Fiennes como "un hermano". El estrellato no tardó en llegar: pequeños papeles en cine y teatro la llevaron a Apasionados, de André Téchiné, en 1985, en la que su personaje -una joven actriz- revoloteaba entre hombres tóxicos. La insoportable levedad del ser, donde interpretaba a la atormentada amante de Day-Lewis, la lanzó a la escena mundial en 1988.

A pesar de su éxito internacional, nunca se ha sentido atraída por el cine estadounidense durante largos períodos de tiempo. Esto fue en parte positivo: pocas cosas resultan tan chocantes como ver a la elegante Binoche morir envenenada por la radiación en el reboot de Godzilla de Gareth Edwards, o el romance con Steve Carell en la olvidada comedia Dani, un tipo de suerte. Pero siempre tuvo la sensación de que los ritmos de la celebridad estadounidense eran ligeramente ajenos a su sensibilidad. No hay más que ver su discurso de los Oscar, que dura unos 25 segundos ("¡Debe de ser el más corto de la historia!") y da la sensación de ser increíblemente inocente. Seguramente es una de las pocas ganadoras que ha declarado explícitamente en mitad de su discurso que esperaba que el premio fuera a parar a otra persona en su categoría. Lauren Bacall, a la que mencionó por su nombre, era de hecho la favorita para ganar ese año por el peculiar drama romántico de Barbra Streisand El espejo tiene dos caras.

Habla de ese período como si fuera un extraño sueño. "Definitivamente disfruté de la atención que estaba recibiendo El paciente inglés, y yo también", dice. "Y sentí que tenía que devolverle algo a Anthony Minghella". El cineasta era conocido por establecer vínculos sorprendentes con sus actores (dirigió a Binoche una vez más, en el drama urbano de 2006 Breaking and Entering, y murió en 2008 a los 54 años). Ella cuenta que al principio lo pasó mal en el rodaje de El paciente inglés. "Temblaba todo el tiempo. Me sentía muy insegura. Era consciente de la oportunidad que había recibido al conseguir interpretar ese papel, y me veía a mí misma desmoronándome. Pero él me ayudó a sentirme más cómoda, más creativa. Me cuidó tanto que, cuando llegaron los Oscar, jugué el partido por él".

(Imagen: AFP)
 

 

En la conversación, Binoche es suelta con sus palabras, pero rápidamente rechaza los intentos de indagar más allá de la superficie. Si nos fijamos en frases concretas que utiliza (el "juego" de Hollywood, o su "desmoronamiento" en los sets), aparece una barrera. Si se le pregunta por la llamada telefónica que recibió de Quentin Tarantino en la que le confesó que se le saltaron las lágrimas cuando ella murió en Godzilla, sólo lo recuerda vagamente. Últimamente ha lamentado el estado de la industria cinematográfica francesa, pero hoy rechaza una conversación más amplia al respecto. "Hay que crear desde dentro y no preocuparse por el exterior", se encoge de hombros.

Le pregunto por su fe -es cristiana y ha dicho que lee la Biblia todos los días- y si influye en sus decisiones profesionales. "Intento no separar mi vida de mi trabajo. "Tiene que ser todo uno. Creo que hay un Dios ahí arriba, pero no puede ser sólo una creencia. Para mí tiene que ser algo concreto, real, encarnado. Si no, son sólo ideas". Es parecido a lo que dijo sobre la interpretación, sobre la libertad que exige a sus directores; cómo ella y Fiennes no se limitaron a interpretar sus historias de amor, sino que sintieron esas historias de amor. Por supuesto, convirtió el pedido y el consumo de un chocolate caliente en toda una actuación. Ella es Juliette Binoche.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.