Me llamo Ernesto.

Mi sonoro apellido castellano le pertenece al ave de la roja prestancia, al del penacho de sangre que domina el viento y enmudece a los hombres. 

Siempre admiré a ese pájaro, que no se entrega al silencio ni en el más penoso cautiverio de los patios y que cuando libre, se alza señorial en las ramas más altas.

Entonces su trino vibrante alegra al campesino, deslumbra a la niña lavandera e inspira los alucinados versos del poeta.

Estoy a un céntimo de vara de desprenderme de mi añoso equipaje y volver a las estrellas. Porque de allí venimos y allí volveré, a embriagarme de encuentro con los amores de mi vida.

Aquí en la cama de este olvidado hospital me resigno al asedio impudoroso de un ejército de cables, electrodos y sondas. 

Pero no crean que me estoy muriendo ahora, como si de un accidente o un choque repentino se tratara: hace noventa y cinco años que me estoy muriendo.

Vaya que me he demorado por el camino.

Se han ido todos.

Mis majes de la Revolución de Abril ya se sentaron a la mesa y beben como piratas el aguardiente prometido a los que fecundan con su sangre la patria florecida. 

Han comenzado la velada sin mí.

Ya se ha marchado Marilyn a quien he amado en silencio. Mi jaña bella y frágil… cómo me hubiera gustado que aquel teléfono que se durmió en tu pequeña mano, me hubiese llamado a mí. 

Hubiera cruzado el mar a nado para ir a salvarte de esa jauría de miserables que te acorraló hasta la muerte.

También levantó su vuelo mi hermano Fernando y me hundió en la más incomprensible de las soledades. ¿Cómo te has ido sin mí? 

¿Qué haré aquí sin tu eterna sonrisa de niño? ¿Cómo asustaré a los malvados diciéndoles que tú me defenderás, como solías en el patio de la escuela? Fernando...

¿Saldrán a recibirme mis hermanos ya florecidos del Solentiname? ¡Qué hermoso sueño aquel!

Y para qué negarlo, me gusta pensar que ese Dios en el que he creído, no es tan jodido como pa’ volver a señalarme con un índice impiadoso frente a todos. 

¡Sí que me las jugado! Me diste el soplo del poeta en un paraíso arrasado, el llamado al sacerdocio en un páramo de viejas injusticias y el nervio insurrecto justo a la vera de la mesa de las que caen migajas para el pueblo. 

Porque eso soy. O eso fui al menos: poeta, sacerdote y revolucionario. En ese orden inapelable.

Pensaba que estaba listo para todo, pero me equivoque: nunca imagine lo que pasaría en estos días.

Ha venido Waldemar, ay perdón, es mi vieja costumbre de subestimar los rangos. 

Vino a visitarme el nuncio apostólico Monseñor Waldemar St. Sommertag y me trajo una carta del Papa Francisco, el Jorge argentino.

Allí me dice que se me levanta la suspensión que hace 35 años se me impuso, por haber acompañado la revolución de mi pueblo, como yo creí que debía hacerlo. 

Ya he pensado mucho sobre todo aquello. Y otros también pensaron por mí, como si pudiesen ponerse en mis suelas! ¡Atrevidos!

Hace un tiempo hablé con Waldemar y le dije: "He recibido tantos premios en estos años, inmerecidos, siempre agradecidos, pero mi hermano...nada de eso me importa ya. No me dejen entrar desnudo a la presencia de Dios, devuélvanme mi alba, mí estola, mis sandalias de peregrino, déjenme perdonar a mis hermanos como antes y acariciar por última vez el Pan de los pobres..."

"He acatado mi oscura condena, me hundí en el silencio más profundo que la lealtad puede aceptar".

"Ya he pagado Waldemar, por favor, ya he pagado". 

Y así es que esta mañanita me informa Waldemar que el Papa Francisco me levanta todas mis suspensiones canónicas para siempre. 

¡Que regalo le han hecho a este viejo!

Francisco... hermano. 

Padre... te estoy agradecido.

Me hubiera gustado conocerte y compartir entre risas, un vino de amigos.

Pero será en otra ocasión, ¿verdad?

Esta tardecita cuando consagre la Eucaristía después de 35 años, mis viejas manos te bendecirán a lo lejos y pensaré en Ti junto a todos mis hermanos que se han ido.

Decía aquel profeta antiguo: "Ahora sí, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz"

Yo remedo sus palabras pero le corrijo: "Ahora sí Padre, me vuelvo pa' Casa, libre y florecido!".