Desde San Pablo

Como parte de la gira latinoamericana que lo colocará en Tecnópolis, Arcade Fire se presentó el sábado en São Paulo. Después de lo que la agrupación canadiense preparó el día anterior en Río de Janeiro, donde apeló en su repertorio a guiños cariocas como el “Brazil” de Bob Russell y “O Morro Não Tem Vez” de Tom Jobim, ataviándose del encanto de esa urbe, el show de la megalópolis brasileña parecía que tenía pocas chances de sorprender. Pero no fue así. En su primera alocución frente a las 10 mil personas presentes, el líder del colectivo creado en 2001, Win Butler, espetó en portugués el placer que le daba tocar en su ciudad favorita en todo el mundo (ya se verá si repite la elocuencia en la capital argentina). No obstante, antes de que llegara ese momento, el público local aún se acomodaba en las plateas y el campo del sambódromo paulistano, el Arena Anhembi (en la Región Norte de esta selva de concreto), cuya disposición recuerda a la de la cancha de Ferro.  

Bajo el cielo abierto, y luego de que no quedaran dudas de que la lluvia que acechó a la ciudad en los últimos días no atentaría contra uno de los eventos más esperados este año, Arcade Fire inició su actuación al mejor estilo de las peleas de boxeo de Las Vegas. Después de que sonara la versión disco music de la Quinta Sinfonía de Beethoven, a cargo de Walter Murphy, se vino un popurrí, reproducido por una suerte de radio AM con mala señal, en el que se podían escuchar retazos de “A Hard Day’s Night”, de The Beatles, o el himno de los de Montreal: “Wake Up”. Mientras aún retumbaba ese viaje a la música a través del tiempo, una voz en off en portugués presentaba a la banda con adjetivos como “presidentes del pop” y “campeones mundiales de los pesos pesados”. Lo que dio pie para que los músicos aparecieran por el vallado situado debajo de la estructura donde iban a tocar para saludar a la audiencia, al tiempo que se enfilaban hasta ese escenario devenido en ringside. Y era tan literal la imagen que para su ingreso había que pasar por entre las cuerdas colocadas al borde de éste. 

Tras pararse sobre uno de los amplificadores que tenía enfrente y levantar su puño en señal de defensor vigente e invicto del cetro de “mandamás del indie global”, Win Butler orquestó el inicio del show con la canción que titula su nuevo álbum, Everything Now (2017), que flirtea con el legado del pop bailable, radiante y emocionante de ABBA. Aunque parecía difícil sostener un comienzo tan arriba, Arcade Fire no sólo lo hizo, sino que despachó todo por las nubes con “Rebellion”, uno de sus primeros clásicos. A pesar de que la vuelta a tierra de “Here Comes the Night Time” (afín al carnaval según los Decadentes) venía sin paracaídas, Acadêmicos Do Tatuapé soportó el impacto de manera inesperada, lo que dejó al público prendido fuego. Pero la misma escuela de samba paulistana ayudó a bajar un cambio en “Haiti”, en el que el frontman le cedió la posta a la otra cantante del grupo (amén de pareja sentimental suya), Régine Chassagne, para que ella le rindiera tributo a su infancia en ese golpeado trozo de la isla La Española. Hablando de Caribe, una vez que quedó atrás “Chemestry”, los quebequenses hicieron el reggae fantasmagórico “Peter Pan”.  

Además de funcionar como colectivo (identikit del indie canadiense), en el que sus integrantes saltan de un instrumento a otro, al igual que de proyecto en proyecto, Arcade Fire es posiblemente hoy el mejor heredero que exista de los Talking Heads. Y es que, al mismo tiempo que patentaba su pop épico e iconoclasta, se abocó a la experimentación con desparpajo y lejos de las modas. Eso se refleja su álbum Reflektor (2013) o Everything Now, en los que la polirritmia y la aproximación a la música electrónica están latientes. En ese sentido, en su show en São Paulo incluyeron “Electric Blue”, donde Chassagne tomó nuevamente el micrófono y se colgó el teclado Roland AX–Synth (sinónimo en la Argentina de Pablo Lescano y la cumbia villera), y el kraftweriano “Put Your Money on Me”. Justo ahí sobresalió otro de los rasgos de la banda: la teatralidad, lo que los acercó aún más al público. Mediante el pedido del uso de celulares para iluminar el hermoso predio erigido por Oscar Niemeyer, aferrándose al instrumento o cuando Win, su hermano William y Régine bajaban al campo.  

Antes de hacer “The Suburbs”, Win agradeció a Bomba Estéreo, artista soporte de buena parte de esta gira, para seguir adelante con el iracundo “Ready to Start”, ganar cancha pistera mediante “Sprawl II”, adentrarse en el club de baile a través del misil discotequero “Reflektor” (con bola de espejos incluida) y salir del dancefloor con “Afterlife”. Aunque habían pasado dos horas, ni se notaba. Pero quedaban 30 minutos, que resolvieron de con “We Exist” y su hechizante base rítmica. A eso le sucedió el sintético “Creature Comfort”, en el que hicieron gala de una puesta visual impecable. Con pantallas en forma de triángulo que proyectaban imágenes alusivas a los temas, desenfoques, contrastes y colores flúo. Tras el tolstoiano “Neighborhood #3”, vino el “Muito obrigado”. Al salir del escenario, el público comenzó a arengarlos con la intro de “Wake Up”. Entonces volvieron con “We Don’t Deserve Love”, la continuación de “Everything Now” y, por supuesto, su himno. Mientras Argentina los espera, en Brasil ya la le colgaron la chapa de show del año.