En 2008, se desató en Estados Unidos y se extendió pronto al resto del mundo una crisis multidimensional con elementos similares a los de 1930, profundizada por los efectos de la pandemia y que ahora recrudece en 2025, marcando un nuevo punto de inflexión en la historia del capitalismo.

Un rostro de la crisis es la vuelta al poder de Donald Trump en las recientes elecciones norteamericanas que muchos no esperaban y que estuvo vehiculizada por un discurso estigmatizante que intentó encontrar las causas de los desequilibrios de la globalización en, por ejemplo, la figura del inmigrante. Si por un lado, la victoria republicana refleja en algún punto la desazón de una importante parte del pueblo estadounidense sumido en la precarización; por otro lado, confirma los cuestionamientos a los valores y consensos democráticos de importantes segmentos de la población.

Desde el aspecto netamente económico, las claves explicativas hay que encontrarlas en el largo proceso de reestructuración capitalista caracterizado por la consolidación del dominio del sistema financiero sobre el productivo, la deslocalización hacia zonas geográficas con mínimos costos laborales, como así también en la financiación artificial de la demanda que llevó a fuertes desequilibrios macroeconómicos y, fundamentalmente, la creciente desigualdad de ingresos y modos de vida. La crisis golpeó a vastos sectores de la sociedad norteamericana dejados de lado por el ahora caído american way of life. Uno de los grandes éxitos de la extrema derecha es la capitalización política del creciente malestar social.

Efecto Trump

Desde su primer presidencia, Donald Trump apeló al electorado de su país prometiendo una recuperación del empleo y del trabajo productivo en los Estados Unidos sobre la base de dos objetivos primarios: a) cerrar las puertas a la inmigración, lo que no condice con una potencia cuyo poderío interno se asentó en las corrientes inmigratorias, b) impulsar políticas proteccionistas, desviando la atención sobre el hecho de que los principales responsables de esta situación no son los inmigrantes, ni los países que necesitan sus productos, sino los grandes bancos y corporaciones estadounidenses que jugaron con fuego para acrecentar sus ganancias.

Los inicios de la segunda presidencia agudizaron la declinación de la economía norteamericana ya que los capitales, la mano de obra y la tecnología estadounidenses se dedicaron a reforzar las economías de otros países, particularmente la economía china. Esto resultó un boomerang que retornó a Washington. En este sentido, Trump por medio de la guerra comercial, con una brusca elevación de aranceles a muchos países (incluida la Argentina) volvió a implementar políticas proteccionistas que reconfiguran la economía norteamericana.

Ascenso de China

Uno de los factores decisivos para el declive de la hegemonía estadounidense es el mismo ascenso de China. A partir de las reformas económicas de finales de los '70 y principios de los '80, China se transformó en una potencia económica global, especialmente en manufacturas y tecnología.

Desde 1978, China comenzó un sorpresivo proceso de reformas económicas, que produjo una transición hacia formas capitalistas de producción y de consumo sin modificar mayormente el sistema político, siguiendo una trayectoria inversa a la de la ex URSS, que primero quiso cambiar la política y luego la economía. 

En los años ’90, el Partido Comunista confirmó plenamente el planteo de lo que dio en llamar una “economía socialista de mercado”, reformando el derecho de propiedad, legitimando la privatización de empresas públicas y colectivas e impulsando una mayor apertura externa. En cuanto a su política industrial, China emprendió un fuerte proceso de sustitución de importaciones a fin de producir bienes durables y de capital, aunque en un principio debió soportar serios desbalances comerciales.

La balanza mejoró y cambió de signo con la creación de zonas francas en áreas costeras. Lugares donde existían regímenes de privilegio para las compañías foráneas orientadas a la exportación, que aprovechaban la baratura de la mano de obra y la subvaluación del yuan. Acompañando este proceso, la inversión extranjera directa, creció a un fuerte ritmo. Por su parte, el capital financiero chino consolidó su fuerza gracias a la recuperación de la soberanía sobre la ex colonia británica de Hong Kong y sus enormes reservas financieras. 

Las compañías chinas se asociaron o se repartieron mercados dentro y fuera de la República Popular con empresas de otras grandes potencias. A comienzos del siglo XXI, China ya era un exportador de manufacturas de talla mundial y competía con países líderes en distintos rubros. Estos cambios se plasmaron en un acelerado crecimiento, con una tasa media anual de incremento del producto de cerca del 10%, que no se debió solamente a la expansión de su comercio internacional sino también al aumento del consumo interno y a la formación de capital productivo. La alta participación (90%) de las manufacturas en las exportaciones de bienes y el elevado superávit comercial, fueron factores que contribuyeron a un crecimiento paulatino del volumen de sus reservas en dólares.

Esta transformación desafió el dominio de Estados Unidos, que hasta las postrimerías del siglo XX era la principal economía mundial. China logró un crecimiento económico sostenido, y una influencia en el comercio internacional y en las instituciones globales. La estrategia de globalización capitalista permitió a China insertarse en los mercados mundiales de manera competitiva, desafiando así el papel preeminente de EE.UU.

Actualmente, el 52% de la producción industrial está en Asia; China tiene una producción industrial equivalente a la de los Estados Unidos, Japón y Alemania sumados; casi la mitad de lo que creció la economía mundial en 2023 lo explican China e India; China es el principal país en solicitud de patentes tecnológicas desde 2019 y es un actor central en la actual revolución tecnológica-productiva en curso. 

El yuan

A partir de mediados de los años '90, con el crecimiento del comercio entre China y sus vecinos, el renminbi (RMB), o yuan, pasó a ser un medio de pago bien recibido en toda la región. A fines de octubre de 2014, el yuan se convirtió en una moneda de reserva en más de cincuenta países y territorios.

Según la Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication (Swift), en diciembre de 2014 ya el yuan reemplazó a los dólares canadienses y australianos para convertirse en la quinta moneda de pago del mundo. Se situaba justo detrás del dólar estadounidense (87% de los intercambios internacionales), del euro (6,6%), de la libra esterlina y del yen. Totalizaba el 2,17% del mercado mundial, a la par con la moneda japonesa (2,69%). “El yuan se está transformando, pasando del estatus de moneda emergente al de moneda de pago corriente”, comentó Wim Raymaekers, responsable de los mercados bancarios en la Swift. 

Cambio histórico

Lo más importante es que el aumento de la producción de bienes industriales provocó una disminución adicional de esos precios. En cambio, su creciente demanda de materias primas elevó el precio de las mismas y aumentó los costos en la economía mundial. Esto jugó un rol trascendente al generar un cambio histórico en los términos de intercambio favorable a varios países periféricos, entre ellos la Argentina, aunque agudizó la competencia de sus bienes con otros orientados a favorecer el desarrollo industrial.

El gobierno de Beijing debe todavía hacer frente a la integración de su mercado nacional, lo que supone en principio un problema económico, por la necesaria elevación del nivel de vida de su población cuya sumatoria es la de varios países de tamaño medio, pero también un problema político y social para controlar ese proceso.

Ahora bien, si China vuelca gran parte de sus recursos económicos en el desarrollo de su mercado interno, esto no significa necesariamente una disminución de su comercio exterior, porque el crecimiento hacia adentro aumentará su demanda de productos alimenticios y materias primas. Al mismo tiempo, las presiones sociales pueden elevar los salarios internos, haciendo menos competitivas sus exportaciones industriales, lo que beneficiaría a otros emergentes que rivalizan con ella.

Esta internacionalización debería permitir disminuir los riesgos de cambio tanto para el banco central como para las empresas chinas, y reducir los efectos perversos del dólar estadounidense sobre la economía del país. En efecto, con la economía china abierta al mundo, sus empresas realizan sus ganancias en yuanes, en especial en el mercado interno. Cuando exportan, en la mayoría de los casos reciben dólares, que van a cambiar en yuanes, según el tipo de cambio del momento. 

Si la tasa es volátil, las empresas exportadoras tienen dificultad en controlar sus precios y beneficios. Por lo que el banco central, el Banco Popular de China (BPC), se ve obligado a intervenir en el mercado para mantener un tipo de cambio relativamente estable; lo que los especialistas llaman una “tasa flotante regulada” (managed floating system).

Pero cualquier iniciativa tiene su precio. Para intervenir, el banco central compra dólares y vende yuanes; y si emite demasiada moneda china, provoca inflación, a riesgo de minar su política monetaria independiente. Así, una revalorización o una depreciación demasiado fuerte del dólar, provocaría problemas. En cambio, su firme intención actual es ampliar con el yuan el patrón monetario internacional. Esto explica la creación del yuan digital en 2021; la primera criptomoneda con apoyo estatal.

*Con la asistencia de Yair Arce, sociólogo de la Universidad de San Martín.