“Contá la historia de la gente como si cantaras en medio del camino, despojate de toda pretensión y cantá, simplemente cantá con todo tu corazón: que nadie recuerde tu nombre, sino esa vieja y sencilla historia”. Eso hizo Haroldo Conti, uno de los mayores escritores argentinos que trabajó como periodista, fue piloto de avión, seminarista, navegante, nadador de aguas abiertas, guionista de cine, docente de latín y “homo viator”. Militante del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), fue secuestrado en la madrugada del 5 de mayo de 1976 en su casa de la calle Fitz Roy 1205, en el barrio de Villa Crespo. En el centenario de su nacimiento, que se celebrará este domingo 25, vuelven las voces de los olvidados y marginales que poblaron su narrativa, como el Boga, el protagonista de Sudeste, su primera novela. Sus criaturas silenciosas, esas que no están (ni estarán) invitadas al gran banquete de la civilización, piden ser escuchadas.
Cantar con el corazón
Ese “cantar con todo el corazón” le venía por la vía paterna. El padre de Haroldo era un tendero ambulante de Chacabuco (provincia de Buenos Aires), que fue fundador del partido peronista en su pueblo. De niño salía a recorrer el campo con ese gran cuentero llamado Pedro y de él heredó el hábito de contar. Después de trabajar como maestro de escuela en la localidad de General Pirán, decidió ingresar al Seminario Metropolitano Conciliar, de Villa Devoto, porque se imaginaba “en algún confín del mundo redimiendo infieles”; pero tuvo una gran crisis y abandonó el seminario para ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Empezó a enseñar latín como profesor en escuelas secundarias y conoció el Delta, “uno de los metejones de mi vida”, cómo él mismo afirmaba. Entonces se dedicó a construir su propio barco, “El Alejandra”, se fue metiendo en las entrañas de ese mundo, fue conociendo a los isleños, a la par que surgían los personajes que pueblan Sudeste: el Viejo, el Boga, el Cabecita y el largo Fourcade, entre otros.
Sudeste -que obtuvo el Primer Premio del concurso organizado por Fabril Editora y fue publicada en 1962- se inicia con una descripción del arroyo del Anguilas que podría conectar con el principio de Mientras agonizo de William Faulkner. Luego de la muerte del Viejo para el que trabajaba, El Boga elige llevar una vida solitaria, viviendo de la pesca, hasta que encuentra un barco derruido que decide reparar. Pero la incursión de una seguidilla de personajes desvía ese proyecto y el grupo impone la delincuencia, el robo y el asesinato. “Se sentía respirar y moverse levemente con mil movimientos y crujidos de sus ropas húmedas y mugrientas; se olía y se sentía de cien formas, en toda la extensión de su cuerpo. Y su propia presencia pesaba sobre él, como algo latente, cálido y muy solitario. Él era, en este momento, el centro de ese mundo anegado por las aguas. Un sobreviviente. El silencio y la noche, y las aguas desbordadas y la soledad de aquel río semejante al mar venían a morir alrededor de él. El sentimiento de esto, no la idea, le provocaba una extraña alegría y una especie de rara seguridad. No tenía que marchar hacia nada. Ahora todo convergía hacia él”, revela el narrador.
En esa primera novela hay algo de Hemingway (El viejo y el mar), como de Fray Mocho (Un viaje al país de los matreros); pero también se puede rastrear el influjo de los existencialistas, especialmente de Albert Camus en el personaje del Boga, que se deja llevar por las aguas que conoce como la palma de su mano. Pero también se puede consignar una impronta cinematográfica del escritor, que realizó trabajos como asistente de dirección en la película La bestia debe morir, del director Román Vignoli Barreto; y escribió el guion del film La muerte de Sebastián Arache y su pobre entierro, dirigido por Nicolás Sarquís. También se animó a la escritura teatral y recibió el premio OLAT (Organización Latinoamericana de Teatro) por Examinado, una obra de un solo acto, que fue seleccionada para ser leída en el Teatro Odeón.
Contra la penetración cultural
La década del 60 fue una suerte de taller intensivo de escritura y edición: Todos los veranos, el libro de cuentos que siguió a su primera novela, se publicó en 1964; la novela Alrededor de la jaula, salió en 1967, el mismo año en que el Centro Editor de América Latina lanzó el libro de relatos Con otra gente. En 1971, la novela En vida, recibió el Premio Barral por un jurado integrado por Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. Un año después rechazó una invitación para participar en la beca Guggenheim. “Con el respeto que ustedes merecen por el sólo hecho de haber obrado con lo que se supone es un gesto de buena voluntad, deseo dejar en claro que mis convicciones ideológicas me impiden postularme para un beneficio que, con o sin intención expresa, resulta cuanto más no sea por fatalidad del sistema, una de las formas más sutiles de penetración cultural del imperialismo norteamericano en América latina", escribió en una carta a Stephen L. Schlesinger, de la Fundación Guggenheim.
Un año antes del secuestro y desaparición la novela Mascaró, el cazador americano ganó el Premio Casa de las Américas en Cuba. También en 1975 publicó su libro de cuentos La balada del álamo carolina. En octubre de ese año comenzó a recibir avisos de que su nombre estaba incluido en una lista de “agentes subversivos”, realizada por las Fuerzas Armadas. “A la diestra”, el último cuento que escribió permaneció en la máquina de escribir del escritor, ante el ruego de su última compañera Marta Scavac en el momento de su secuestro. Este relato es un homenaje en clave fantástica a su tía Teresa, la esposa del tío Agustín (personaje que aparece en el cuento “Las doce a Bragado”). El narrador inventa y hasta cree leer una crónica sobre el asado organizado por Dios en recibimiento de la tía Teresa, que llega al cielo limpia de pecados. Luego del asado hubo festejos en una fantasmagórica fiesta de la que participan Juan Gelman (1930-2014) y el Tata Cedrón.
Anatomía de la esperanza
Marcelo Conti, uno de los hijos que el escritor tuvo con su primera pareja Dora Campos, dice que para él hay varios Conti: el escritor, el periodista, el aventurero, el viajero (el homo viator) y el militante. “A mí me marcó, además del padre, el militante que tuve la suerte de conocer siendo muy joven y que me permitió tomar conciencia", recuerda el hijo. "La historia se repite, no sólo mi padre ha sido perseguido, sino yo también. He perdido mi trabajo después de 35 años en el Estado por la persecución política, por la traición de los que supuestamente estaban en mi mismo bando. Yo trabajé 35 años en la Biblioteca Nacional y la Junta Interna de Arte, que ya había elaborado listas de despido durante el macrismo, lo volvió a hacer con el mileísmo. Casualmente, varios de los despedidos habíamos sido delegados y pertenecíamos a las listas opositoras”.
El escritor, sociólogo y docente Hernán Ronsino (Chivilcoy, 1975) observa que la obra de Conti se inscribe en una tradición que está pensando un territorio desplazado y marginal, como los pueblos de la provincia de Buenos Aires o incluso el territorio del Delta, que es el que empieza a trabajar en su primera novela en Sudeste. “También dentro de la ciudad de Buenos Aires, la mirada de Conti apunta a personajes periféricos, como pasa por ejemplo en las novelas Alrededor de la jaula o en En Vida; incluso en los cuentos aparecen personajes que giran en torno del puerto, en esa zona taciturna y periférica de la ciudad. Más allá del lugar, la mirada de Conti muestra a personajes que están tratando de pelearle a la vida y encontrar un lugar”, reflexiona Ronsino. “En muchos de sus cuentos y novelas, uno de los ejes fundamentales es que la mayoría de sus personajes trata de huir, de escapar de una vida que los aplasta, y elegir el camino. La cumbre de esa fuga es Mascaró, el momento donde el camino es el que organiza la trama, el recorrido de los personajes. A diferencia de las otras novelas, donde hay un mundo más bien aplastado, quieto y oprimido, en Mascaró hay una especie de anatomía de la esperanza”.
La literatura de Conti, agrega Ronsino, como lo hizo Roberto Arlt en su momento con los inmigrantes “le da voz a los gringos de la Pampa, a los descendientes de los inmigrantes que se fueron a la provincia de Buenos Aires. Esta idea la trabajó Miguel Briante en un artículo sobre Conti: la aparición de la voz de los hijos de los inmigrantes, de los gringos pampeanos”.
Volver a Conti
“Hay autores a los que siempre se regresa. Haroldo Conti es uno de ellos”, destaca la escritora Débora Mundani (Buenos Aires, 1972). “Su obra es una carta de navegación que recorre nuestra historia y permite indagar nuestro presente, por eso es importante que sus libros estén vivos en las bibliotecas escolares y populares del país. Por eso es importante, también, que recordemos su vida, su lucha y no olvidemos cómo fue el fin de su vida, en mayo del ´76 secuestrado por un grupo de tareas de la última dictadura cívico-militar”.
A Mundani le interesa particularmente la manera en que construye la representación de lo cotidiano, las historias mínimas, encarnadas por hombres y mujeres comunes y corrientes. La relación intrínseca entre el paisaje y sus personajes. Entre sus personajes y el mundo de objetos que los rodean. “Su escritura está profundamente atravesada por una mirada crítica y comprometida. En muchos de sus cuentos y novelas, su atención se posa sobre vidas marginales, existencias que suelen estar fuera de los radares. Al rescatar esas vidas que hoy engrosan estadísticas y se excluyen de las políticas públicas, Conti rehabilita la voz de quienes suelen quedar fuera del relato oficial. Hoy, más que nunca, necesitamos reencontrar esas voces”, concluye la escritora.