Unos días antes antes del último Bafici, donde Nuestra parte del mundo se mostró ante el público por primera vez, Margarita Molfino sintió la necesidad de ver la película en su casa, acompañada únicamente por Juan Barberini, su coprotagonista. Aunque en los últimos años afianzó su recorrido como actriz de cine, es la primera vez que un film la tiene como protagonista casi absoluta: verse en pantalla grande durante una hora y media, casi sin interrupciones, era una experiencia demasiado inédita como para enfrentarla sin anestesia en una sala llena. Al final, mientras veía pasar los créditos sentada en su sillón, Margarita pensó dos cosas. La primera: que le gustaba mucho el resultado y lo que había hecho. La segunda: que ojalá el cine argentino siga existiendo, para que a este proyecto sigan otros.

​​Para quienes hayan visto El incendio, la primera película que Juan Schnitman dirigió en solitario, el personaje de Barberini resultará un viejo conocido: es el mismo Marcelo que por aquel entonces estaba a punto de comprar una casa con Lucía (Pilar Gamboa) y ahora, después de haber armado una familia con Jazmín (interpretada por Margarita), se está separando de ella. Si entre Marcelo y Lucía se forjaba un amor propio de treintañeros, Nuestra parte del mundo continúa la misión de retratar algo de lo vincular en la generación a la que pertenecen el director y los actores. Ahora lo que está en el centro de la escena son los cuarenta y, con ellos, el ingreso tardío y definitivo de la vanguardia millennial en la adultez.

Esa primera separación con hijos, la aceptación de lo que fue y sobre todo, de lo que no va a ser, conlleva un duelo novedoso que Marcelo y Jazmín parecen tener medianamente transitado la mañana durante la que se desarrolla la película. No es una mañana más para ellos: están preparando los bolsos para pasar sus últimas vacaciones en pareja junto a su hijo y la familia extendida, antes de hacer pública una decisión que ya fue tomada en el fuero íntimo. La película comienza cuando todavía es de noche, se desarrolla mientras va amaneciendo y termina con los primeros rayos de sol y el momento en que Gaspar, el hijo, se despierta. Aunque hasta entonces está durmiendo en su cuarto, su presencia se cuela en la voz y los cuerpos de sus padres: no solo porque domina buena parte de las conversaciones entre Marcelo y Jazmín, sino porque condiciona su tono, determina el ritmo de sus movimientos e impone una geografía en la casa. Hay espacios a los que conviene no acercarse porque Gaspar duerme, un volumen que no se debe superar y emociones que conviene contener para no perturbar su sueño.

De ahí que a Margarita le guste pensar este y cada set de filmación como un espacio propicio para desplegar una coreografía. “Me cuesta disociar la danza del teatro. En el centro de una y otro siempre está el cuerpo”, dice ella, de quien podría decirse que también es bailarina, aunque eso pueda sonar extraño para la gran mayoría de quienes la conocen y sea justamente al revés, es decir, bailarina venga antes del adverbio y Margarita también sea actriz. Cuando llegó desde Rafaela a Buenos Aires para estudiar Artes Combinadas en la facultad de Filosofía y Letras, lo primero que hizo fue buscar clases de danza, para seguir incursionando en el camino que había iniciado en su ciudad natal. Apenas una semana después había dado con Carlos Casella, cuyo nombre le sonaba por una nota que había leído en una revista (“yo no había visto nada, pero me sabía todo”, se ríe). El flechazo fue mutuo y Casella se convirtió en una suerte de padrino artístico para Margarita. Fue quien la conectó con la escuela de Julio Chávez, donde Margarita empezó a dar clases de entrenamiento corporal, destreza importante para los futuros actores. Ahí mismo Margarita aprovechó para formarse también como actriz, y más adelante continuó su camino con Alejandro Catalán y Mariana Obersztern, en cuyo espacio descubrió el enfoque que había estado buscando desde siempre: un territorio creativo en el que la voz, los movimientos y los objetos en escena se piensen como texturas vivas que se combinan y potencian entre sí, sin preocuparse demasiado por las fronteras del teatro, la danza o las artes visuales.

Margarita Molfino

A veces, sin embargo, ese límite entre una y otra disciplina se vuelve más concreto. “Tengo la sensación de que como actriz suelo estar mucho más ubicada en una situación de espera: necesito que me llamen, que las cosas me pasen, no puedo crear una obra sola, mucho menos una película”, dice Margarita. “Como performer, en cambio, tengo la experimentación más a mano, estoy acostumbrada a juntarme con otros para probar, crear sin buscarlo”. A ese espacio de prueba y error vuelve cada vez que se junta con las performers y coreógrafas Alina Marinelli, Natalí Faloni, Mariana Montepagano y Bárbara Hang, con quienes Margarita comparte una “nubecita creativa” que a veces deviene en duetos, a veces en un proyecto de a cinco, de vez en cuando en alguna colaboración.

Con ellas, Margarita volverá a presentar en las próximas semanas dos funciones de la obra Maniobra temporal, título que remite a una técnica osteopática que busca reanimar el cuerpo a partir de los huesos temporales del cráneo. Fue Mariana Montepagano, osteópata además de performer, quien contó al grupo sobre esta maniobra, rodeada de cierto mito por su capacidad de modificar signos vitales a partir del contacto. La pieza –que se estrenó el año pasado en el Centro Cultural San Martín, y ahora vuelve en un espacio muy distinto– se despliega así desde una investigación profunda sobre los límites entre lo vivo y lo inanimado, pensando el contacto físico como una tecnología capaz de transformar. Acá y en el resto de sus performances, Margarita y sus compañeras trabajan desde una noción de proceso constante: “Hay algo en la performance que pone el ojo en lo procesual, no porque lo que mostremos sea necesariamente un work in progress, sino porque lo que finalmente ve el espectador siempre revela algo de su propio procedimiento; como si expusiera un poco las costuras”.

Nuestra parte del mundo se estrena el jueves en el Cine Gaumont. Maniobra temporal puede verse el sábado 31 de mayo y el domingo 8 de junio en Nos en Vera, Vera 1350. A las 16.