El 2017 fue también un año interesante para pensar la cuestión de género vinculada a lo teatral. El desplazamiento de las mujeres en los cargos de gestión de los teatros públicos no es novedad, y basta con señalar que nunca hubo una directora general mujer ni en el Teatro San Martín ni en el Teatro Nacional Cervantes, los más importantes de la Ciudad y la Nación, respectivamente. Pero este año, gracias al aporte de distintas asociaciones, teatristas y funcionarias que prestaron atención a esa desigualdad, también se hizo muy evidente la falta de oportunidades para las trabajadoras del teatro en otras áreas, más allá de las directivas.

Una de las primeras alarmas se encendió cuando se dieron a conocer las diecisiete obras nacionales seleccionadas para participar del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA). De ese total, sólo cuatro eran dirigidas por mujeres. En esa oportunidad, un grupo de mujeres teatristas propuso el debate sobre si no debería haber un cupo mínimo establecido para garantizar la participación femenina. Hasta ahora al menos eso no ocurrió, pero durante el FIBA pasó algo histórico que fue que se programó una mesa que llevó por título “Teatro, poder e igualdad de género”, en la que cuatro expositoras artistas discutieron sobre la “matriz cultural patriarcal”.

Hace unas semanas el tema volvió al centro de la escena con la presentación de un proyecto de ley en la legislatura porteña para incorporar la paridad de géneros en la actividad teatral pública, con el foco puesto en el Complejo Teatral de Buenos Aires. Lo presentó la legisladora Andrea Conde (FpV) tras notar que, durante este año, en todo el complejo sólo el 20 por ciento de las obras estuvieron dirigidas por mujeres (todas en el Teatro Regio) y que el 94 por ciento de la dramaturgia estuvo en pluma de varones, exceptuando un solo texto que fue escrito por una mujer. Según contó la diputada, la única área donde las mujeres superaron en cantidad a los varones fue en la de vestuario, mientras que fueron menos, además de en las mencionadas, en diseño sonoro, escenografía, iluminación, música original y actuación dentro de las obras. 

Su proyecto dio impulso para que se relevara la situación de otros teatros, como el Cervantes. Unos días después de la presentación de esos datos, se conoció que en el único teatro nacional la desigualdad también fue abismal. Allí, el 77 por ciento de la dramaturgia fue de varones y en casi igual proporción se dio la dirección: el 74 por ciento fueron directores (de las mujeres que dirigieron, ninguna lo hizo en la sala María Guerrero, la más importante). Por otra parte, el 92 por ciento de los trabajadores del área de iluminación fueron varones y en música ocuparon el 90 por ciento. Lo que sí sucedió en este teatro fue que las mujeres superaron a los hombres en los elencos de las obras, y también fueron más en los rubros de escenografía y vestuario.