Vermiglio 8 puntos

Italia/Francia/Bélgica, 2024

Dirección y guion: Maura Delpero

Fotografía: Mikhail Krichman

Duración: 119 minutos

Intérpretes: Tomasso Ragno, Martina Scrinzi, Roberta Rovelli, Giuseppe Di Domenico, Rachele Potrich, Carlotta Gamba.

Estreno exclusivo en salas.

En el cine, las referencias son importantes a la hora de producir una película. A través de ellas se van señalando y asimilando las aspiraciones, las intenciones de un proyecto. Es decir, el artista realiza en el arte un procedimiento que es imposible en otras áreas de la vida: elige un grupo de pertenencia, una familia a la cual integrarse. Si lo consigue o no ya es otro asunto. En el caso de Vermiglio, tercera película de la italiana Maura Delpero, una de esas familias podría ser la pintura flamenca. Hay algo en la luz, que parece una especie de fantasma que flota entre los personajes, y en el modo en que la directora capta la dinámica de las escenas que remite a distintos artistas de aquella genealogía pictórica.

Por un lado, aunque la película transcurre en los estertores de la Segunda Guerra Mundial en el pueblito del título, ubicado sobre los Alpes italianos, muy cerca de la frontera con Austria, el retrato que Delpero realiza tranquilamente podría estar ambientado entre los siglos XVI y XIX. Salvo por detalles puntuales (la aparición ocasional de un vehículo motorizado o alguna escena donde la energía eléctrica se manifiesta como un apunte marginal), el resto da cuenta de una vida campesina que no es muy distinta de lo que muestran las escenas registradas por los Brueghel (padre e hijo) en sus obras más emblemáticas.

Cesare Graziadei es el maestro de Vermiglio, el hombre culto y respetado del pueblo. Padre y esposo inflexible, a la antigua, tiene ocho hijos de todas las edades y acepta alojar en su granero a Pietro, un joven siciliano que acaba de volver del frente y al que el resto de los vecinos miran por encima del hombro por ser un desertor. Tan inevitable como que al invierno le siga la primavera, el amor acaba floreciendo entre Pietro y Lucía, la hija mayor de los Graziadei. El matrimonio entre ellos trae felicidad a la familia y al pueblo. Delpero maneja de forma magistral la dinámica de todas las situaciones, tanto las familiares como las sociales, cuyos registros parecen descomponer en pequeños núcleos de acción las emblemáticas escenas colectivas de los cuadros de los Brueghel.

Puertas adentro, en el hogar de los Graziadei, es otra cosa: entre la multitud de sus integrantes todos parecen tener un secreto. Por un lado Lucía, cuyo amor nace clandestino, como solía ocurrir en aquella época y más en ese contexto rural. Pero también sus hermanas menores, Ada y Flavia, esconden más de lo que muestran. La primera todavía es adolescente y está tironeada por dos pulsiones enfrentadas desde siempre: la religión y el deseo. La más chiquita, la favorita de Cesare, suele meterse a escondidas en la oficina del padre para revisarle los cajones, en un juego freudianamente cinematográfico.

Un paso más allá de los Brueghel, pero aún dentro de la pintura flamenca, las escenas interiores revelan esa potencia y precisión lumínica que caracteriza a los cuadros de Vermeer. Incluso el rostro de Martina Scrinzi, la actriz debutante que interpreta a Lucía (extraordinaria en el papel), parece sacado de una escena pintada por él, una prima de la chica de la perla. Es inevitable no asombrarse con la labor que realizó el director de fotografía, el ruso Mikhail Krichman, habitual colaborador de su compatriota Andrey Zvyagintsev, quien consigue que las imágenes se liberen de su anclaje cronológico, registrando un mundo que perduró en la historia mucho más de lo que indica la teoría.

Vermiglio es un relato esencialmente femenino. Entre otras cosas, expone que el sometimiento de las mujeres a un orden medieval está muy lejos de ser un fenómeno antiguo. Una cultura que, y la película no deja de expresarlo, también causa estragos entre los hombres.