Hoy se está produciendo una vertiginosa reconfiguración de la psicología colectiva. Una ráfaga de hechos atestigua el advenimiento de un nuevo orden brutal en todo el mundo. El primero de ellos radica en la degradación de la palabra y los efectos resultantes de la polarización.
Lo que llama la atención es la dimensión sin ley que se escucha en el manejo inédito del significante por parte de los agentes de estas convulsiones: un cinismo fuera de la castración.
Esta torsión del significante se propone reformatear el campo del discurso y de la realidad. Esta operación cínica se realiza también por el uso que hace de dos principios lacanianos: el mandato propio del significante y la explotación de su desconexión con el significado, garantizando que es posible afirmar todo y su contrario y negar la evidencia que rompe los ojos.
El segundo hecho se verifica en el impacto real de la destrucción de la palabra dada: la erupción de terremotos geopolíticos también marcados por lo ilimitado. Los autócratas se están acercando y rompiendo los pactos y diques del derecho por la fuerza.
La invasión rusa de Ucrania y el nuevo mandato de Donald Trump se han saldado con dos recortes sin precedentes que han llevado a la aparición del paradójico régimen de lo impredecible permanente.
Cabe destacar que lo ilimitado que se está apoderando del mundo se está produciendo en un momento en el que lo real del cambio climático y el agotamiento de los recursos lo están confrontando como nunca antes a su finitud. Entre estos dos polos, se teje lo que empuja a la civilización a la destrucción.
En este contexto, el extraño consentimiento colectivo a lo ilimitado ideológica de los nuevos autócratas plantea interrogantes. La adhesión masiva en Rusia a la política neo-imperialista de Putin, y la de los partidarios de MAGA en Estados Unidos a las palabras feroces y veletas de Trump, lucha por ser iluminada en un marco puramente sociopolítico.
A través del prisma del psicoanálisis, esta adhesión también elude los hitos clásicos de la Massenpsychologie (Psicología de las masas): no puede explicarse por la promesa de revitalizar la insignia ideal de una grandeza perdida.
Jacques-Alain Miller nos ha ofrecido recientemente una luminosa aproximación a lo real de nuestro tiempo, a partir de la afirmación de Lacan de que "los dioses son lo real": no es el real de la repetición que vuelve al mismo lugar.
"Es lo real sin ley, lo real impredecible, como los dioses grecorromanos [...] Cada uno hace lo que le da la gana y, de mil maneras, abusan. Si quieres un modelo del dios pagano, toma a Trump. El que es verdaderamente anárquico, el que quiere deshacerse de la Ley, y añadimos, el que está en el camino del éxito".
En un mundo aturdido por la innegable evidencia de su finitud, los nuevos amos cautivan con la omnipotencia de una palabra fuera de la castración. Del mismo modo que lo ilimitado del dios despiadado de Daesh quedó atrapado en el registro monoteísta.
En el corazón de nuestras convulsiones civilizatorias, Dios sigue siendo inconsciente, pero en forma múltiple, como esas deidades paganas en las que albergamos tantas pulsiones como objetos a cautivantes.
Pero no lo sabemos, dice Lacan: "Los dioses son un elemento de lo real, nos guste o no, y aunque ya no tengamos ninguna relación con ellos. […] Es bastante obvio que es de incógnito que están caminando". J.-A. Miller añade: "Se quedan sin que lo sepamos [...] porque están reprimidos".
Para los psicoanalistas interesados en los resortes opacos de la fascinación colectiva, no es poca cosa saberlo. Advertidos de los efectos de la "petrificación" inducida por estos dioses que regresan bajo una nueva luz, también saben que la característica de lo real es cojear.
Si nada en este mundo queda fuera de la castración -siempre acaba por apoderarse-, se plantea la cuestión de cómo los psicoanalistas, en el plano de su acción, pueden limitar este goce sin ambages.
*Publicado en el blog PsicoanálisisLacaniano.com el 01/06/2025.