En septiembre de 2018, el cineasta Sergei Loznitsa –bielorruso de nacimiento, ucraniano por adopción- estrenó uno de los mejores documentales con material de archivo jamás realizados, una especialidad en la que siempre se destacó como un auténtico maestro. Se tituló Proceso –un título de inequívoca resonancia kafkiana- y exhumaba imágenes y sonidos de uno de los primeros Juicios de Moscú impulsados por Iósif Stalin, quizás el más olvidado, en tanto quienes comparecieron en el banquillo en el gélido invierno de 1930 no fueron líderes políticos prominentes como Grigori Zinóviev y Lev Kámenev sino una docena de ingenieros a cargo de la industria soviética, acusados de alta traición a la patria. Se trataba de una forma de desviar la atención pública sobre el fracaso de la política industrial de ese momento y la necesidad de encontrar chivos expiatorios, una práctica que luego Stalin llevaría a cabo a una escala monstruosa.
Aquel título fundamental en la filmografía del director de Funeral de Estado (2019) tiene ahora su correlato en el film Dos fiscales, un austero, riguroso film de ficción –sin duda, el mejor que ha hecho en este campo, donde hasta ahora nunca había logrado lucirse- que acaba de presentarse en la competencia oficial del último Festival de Cannes, concluido hace menos de dos semanas. Tal como informó el propio Loznitsa, se trata de una adaptación de una nouvelle de un autor prácticamente desconocido, Georgy Demidov (1908-1987), físico e ingeniero soviético que sufrió una persecución similar a las que narra el film Proceso.
Hijo de una familia numerosa de clase trabajadora (su madre era analfabeta, su padre capataz en una fábrica), Demidov pudo matricularse primero en la Universidad de Járkov y luego en el Instituto Politécnico de Leningrado, de donde salió graduado con honores. La paradoja de Demidov fue la de tantos de sus colegas: la misma Revolución que lo sacó de la miseria y lo formó científicamente fue la que luego lo condenó, hacia 1938, a un destierro de casi tres lustros en distintos gulags –entre ellos el de Kolyma, denominado el “Auschwitz sin hornos”- acusado de trotskista y de “agitación antisoviética”.
Rehabilitado en 1958, Demidov fue reconocido como “el mejor inventor de la República Socialista Soviética Autónoma de Komi” y allí comenzó a escribir historias sobre las represiones y la vida en el campo de Kolyma, que con el tiempo comenzaron a distribuirse en esas publicaciones clandestinas y artesanales llamadas samizdat. Revolucionario convencido, se opuso sistemáticamente a la publicación de sus historias en Occidente, lo que no impidió que hacia 1980 la KGB confiscara todos sus escritos, que recién le fueron devueltos a su hija después de la muerte de su padre, en febrero de 1987.
El nuevo film de Loznitsa no está, sin embargo, basado en la vida de Demidov sino en un relato breve que el físico e ingeniero escribió hacia 1967 y que el cineasta adaptó con una exactitud geométrica, que parece corresponderse con su formación inicial como matemático. La simetría del film es tan precisa e implacable como el destino de su protagonista, un joven fiscal de la república socialista soviética, quien contra toda la lógica de la época –corre el año 1937, en el apogeo de las purgas estalinistas- acude a una cárcel del Estado por pedido de un recluso a quien cree no conocer y que milagrosamente ha conseguido pedir su asistencia legal a través de una nota minúscula llegada a su despacho, escrita con la sangre de sus propias heridas.
La enorme puerta de hierro oxidado de la prisión de Bryansk (a unos 400 kilómetros de Moscú), cuyos goznes chirrían ominosamente cuando dejan entrar al idealista fiscal Kornyev (Alexander Kuznetsov) no presagian nada bueno acerca de lo que pueda suceder allí dentro. En la fotografía descolorida, casi sepia del rumano Oleg Mutu, la cárcel parece más bien una morgue, con una paleta de colores mortecinos que manifiestan de modo muy expresivo la desesperanza que reina entre esos muros. Y la agotadora, deliberada espera a la que es sometido Kornyev antes de poder entrevistar a quien lo ha convocado es apenas la primera de una larga serie de absurdas dilaciones de un carácter eminentemente kafkiano que van pautando todo el film.
“La película está dividida en dos partes, con un prólogo y un intermedio entre los capítulos”, declaró Loznitsa en Cannes. “Toda la primera parte es en realidad solo el comienzo de la historia de Kornyev. Solo a la mitad de la película nos damos cuenta completamente de lo que el héroe debe hacer. Siempre me ha desconcertado el hecho de que, más a menudo de lo que se podría pensar, las personas, a veces incluso países enteros, no pueden comprender su propia historia, no pueden ver ‘el bosque por los árboles’, y no entienden el significado de los eventos históricos en los que están participando. En otras palabras: no entienden el significado de los eventos que afectan directamente su destino. Cada vez que nos decimos a nosotros mismos ‘¡Esto no puede estar sucediendo!’ sin embargo está sucediendo, en el aquí y ahora, y nos encontramos impotentes para resistirlo”.
El hecho de que Kornyev, luego de ver al prisionero en cuestión, un viejo profesor de derecho víctima de las peores iniquidades de la NKDV, la policía secreta soviética, decida ir a Moscú a ver directamente al fiscal general para denunciar la situación y pedir su liberación, tiene que ver con esa imposibilidad de ver el bosque a causa de un árbol. Ese fiscal general es nada menos que Andréi Vyshinski, un personaje que existió realmente y se hizo famoso como la mano de hierro de Stalin durante el período conocido como Gran Terror. Ficción y realidad se encuentran de pronto en una encrucijada de la Historia, de la que el film de Loznitsa da cuenta con las herramientas del mejor cine clásico narrativo.
Hay una sólida construcción dramática en Dos fiscales que hace de Kornyev un auténtico agonista, un personaje que no puede dejar de hacer lo que hace, aunque su destino sea cada vez más evidente y manifiesto. La puesta en escena –que utiliza el ratio 4:3 de la época en que transcurre el film y excluye deliberadamente cualquier movimiento de cámara- va introduciendo pequeños detalles que enrarecen cada vez más el entorno de Korneyev. Desde el director de la prisión, que le explica que no le conviene ver al prisionero porque es portador de “un virus muy contagioso”, hasta un escribiente que parece salido de un cuento de Gógol y demora aún más la postergada entrevista con Vyshinski, los encuentros de Korneyev se vuelven cada vez más infaustos y paradójicos.
Consultado en Cannes sobre la relación del film con el presente, Sergei Loznitsa eligió ser tan sutil como lo es su película y evitar las comparaciones fáciles: “El mundo se ha vuelto tan complejo ahora que no podemos lidiar con sus problemas utilizando métodos simples. Necesitamos un lenguaje diferente para describir nuestra comprensión del mundo y, en consecuencia, nuestras acciones. No quiero decir que sea imposible encontrar un lenguaje así, pero primero necesitamos al menos formular esa tarea. Esto, de hecho, es lo que estoy tratando de hacer con mi película”. Se podría pensar que fue también lo que intentó el ingeniero Georgy Demidov cuando decidió ponerse a escribir acerca de sus experiencias en el gulag.