El escritor mexicano Fabio Morábito estuvo de visita en Buenos Aires el pasado mes de mayo, para presentar la nueva edición de Un náufrago jamás se seca, edición aumentada 1984-2024, publicada por Gog & Magog, entre otras actividades. Nacido en Alejandría (Egipto) en 1955, de familia italiana, el poeta y narrador se afincó con los suyos, luego de Milán, en México, cuando era adolescente, y desde entonces el castellano es el idioma en el que escribe. Morábito publicó novelas (Emilio, los chistes y la muerte, El lector a domicilio), varios libros de relatos (Caja de herramientas, La lenta furia, Grieta de fatiga, La vida ordenada, El idioma materno) y poemarios (Lotes baldíos, Alguien de lava). Tradujo la Poesía completa de Eugenio Montale, entre otros autores italianos, y editó una antología de textos narrativos clásicos: Cuentos populares mexicanos. Aprovechando una jornada de prensa que organizó la editorial Edhasa, que publicó aquí La sombra del mamut y Jardín de noche, dos libros de relatos aparecidos durante 2024, repletos de sutileza e imaginación, sorpresa y humor, la siguiente conversación con Morábito se enfocó en este último libro -de comienzo recurrente: “El tiempo siempre pasa veloz cuando miro el jardín. Y debieron de haber transcurrido muchas horas, porque todo alrededor estaba oscuro”-, y en la relación entre narración y poesía, entre otros temas.

Fabio, ¿qué te ha traído a Buenos Aires?

-Vine para el Festival de Poesía de la Feria de Libro, una invitación de Jorge Fondebrider, y luego he tenido un par de eventos fuera del Festival de Poesía. Concretamente, uno en el MALBA, y he tenido, para los cinco días en que he estado, mucha actividad, y no he podido siquiera caminar un poco por Buenos Aires. Lo tomo un poco “excursión de trabajo”.

¿Y has venido para presentar más de un libro?

-Presentamos ayer la edición aumentada de Un náufrago jamás se seca, que es el título de una antología de mis poemas que hizo Gog & Magog hace varios años atrás. Y salió la bastante aumentada. Y de eso hablamos con Jorge Fondebrider en la Feria. Y luego con Inés Garland, tuvimos anteayer una charla muy linda, no basada en El idioma materno (otro libro de Gog & Magog), pero sí centrada en él. De hecho no presenté ningún libro nuevo, sino esta edición aumentada de poesía. Y aprovechando que ya están circulando dos libros míos de cuentos, pues sí, venía muy “a cuento” que viniera aquí, a Buenos Aires.

Es decir que no hubo presentación de ninguno de los dos libros de relatos que salieron por Edhasa en 2024, La sombra del mamut y Jardín de noche.

-No. No ha habido nada de eso. Solamente estas entrevistas que he tenido con varios medios durante esta mañana. No ha habido en la Feria ningún evento particular sobre esto.

Has comentado en entrevistas que Jardín de noche surgió en base a una frase “inspiradora” de un cuento de Haruki Murakami. ¿Esto fue un desafío, una especie de “regla” que te autoimpusiste para comenzar todos -o casi todos- los cuentos?

-No. Yo no lo veo como un desafío. Esto fue todo un poco casual. Yo tengo una clase de traducción, en la UNAM, y una alumna vino un día con ese cuento, en la versión italiana, para traducirlo. Y entonces fue una traducción de otra traducción. Y en ese momento tradujimos el cuento donde aparece esa frase de Murakami, hicimos la traducción, y yo lo perdí un poco de vista -al cuento-, pero en otro momento lo recuperé, y me fijé con más atención en esa frase. Y esa frase me cautivó. Son tres líneas, y de hecho son dos frases. Y entonces escribí un cuento, usando esa frase. “A ver hacia dónde voy”. El cuento donde aparece esa frase de Murakami es un cuento absolutamente fantástico, donde aparece un monstruo en el jardín, verde, que no ataca sino que se enamora de la mujer que está allí. Es un cuento muy simpático, un poco triste incluso. Obviamente no tiene nada que ver con el cuento que yo escribí, pero esa frase me dio el ambiente, me dio el personaje. Yo agregué el gin-tonic que siempre aparece ahí. Y una vez que escribí ese cuento dije: “Bueno, escribí un cuento”. Punto. Pero, la frase me seguía rondando. Entonces dije: “Voy a escribir otro”. Y ahí sí, dije: “A lo mejor puedo escribir varios cuentos sobre esto”, porque me seguía interesando mucho esa frase. Y una vez que escribí el segundo cuento, ahí me quedó claro que quería seguir en esa línea. Y no fue tanto un desafío sino un placer, porque me sentí, desde el primer cuento, con esa voz femenina en primera persona, muy a gusto. Sentí como una libertad de imaginar cosas muy grandes, que yo atribuyo a la voz femenina en primera persona, que es una doble máscara, ¿no?

Claro. Porque tenés la “máscara literaria”, primero, que es la que crea la historia, y luego además quién la encarna o protagoniza, que es una mujer.

-Exacto. Entonces esa doble máscara, lejos de constreñir abre más la ficción, abre más la imaginación. Con ese espíritu escribí.

Son doce cuentos.

-Doce cuentos que tienen alguna mínima vinculación: de pronto algo resuena en una y en otra situación. Esto lo comento, porque me han dicho “¿No es una novela disfrazada?”. No. Yo no siento que tenga nada que ver con una novela, son doce cuentos muy independientes, que tienen algún tipo de vinculación, pero a mí me parece superficial eso, que sólo tiene que ver con elementos muy exteriores. Empezando por esa primera frase, claro. Pero desde luego, para mí son cuentos.

 

Yo también lo leí así. Que se repitan elementos, como el que alguien al anochecer se sienta a beber un trago, el avión, o el mismo jardín, son “elementos compositivos” que luego dependen de más cosas que aparecen o la acción particular de la historia. Por eso te preguntaba la posibilidad de entederlo como desafío o “autoconsigna”.

-Iban saliendo los cuentos. Como por ejemplo con el tema del avión, que fue un tema que yo estaba justamente viviendo en carne propia mientras escribía el libro: cambiaron las rutas de los aviones. Era un elemento real. Y entonces, de pronto, empezamos a tener estos aviones, y los incluí. Me pasa muchas veces eso, de incluir elementos que están en la realidad. Y ahora se alejaron los aviones. Es curioso. Los alejaron un poco. Los tenía sobre la cabeza, y ahora, por alguna razón, los movieron un poco. Seguimos oyéndolos, seguimos viéndolos, pero como si hubieran bajado el volumen. (Risas.) Ya no son algo tan ensordecedor. ¡Pero yo me había encariñado con ese ruido! Y además había notado algo: te acostumbras fácilmente. Al principio todo el mundo donde vivíamos protestaba. Al principio creían ingenuamente que iban a poder mover una ruta. Y ahora que lo hicieron -seguramente por razones aeronáuticas-, me di cuenta que ese ruido se me estaba volviendo familiar. Entonces ya no me despertaba. ¡La facilidad con que alguien se acostumbra!

TRABAJO PANDÉMICO, TRABAJO POÉTICO

En Jardín de noche un relato menciona la pandemia, el encierro por el Covid. Y en alguna entrevista mencionaste que escribiste el libro durante la pandemia. ¿Podrás comentar algo sobre la relación pandemia-encierro-escritura?

-Muy leve. Porque de hecho no llegamos a tener un cierre como fue aquí o en países de Europa. Nada radical. La vida más o menos igualmente cambió, ¿no? Empezando por las escuelas. Obviamente se cerraron las escuelas. Pero la gente podía salir. Dejó de salir, por supuesto, mucha gente. Empezamos a depender, como en todas partes, de los repartidores, pero no fue así un cierre radical. En mi caso, yo la pasé muy bien la pandemia. Me concentré en lo mío, no tenía compromisos, no tenía pendiente que ver a nadie, no tenía que ir a mi trabajo… Mi trabajo de algún modo es un trabajo pandémico, porque soy investigador, y por lo tanto mi trabajo es escribir, y eso uno lo puede hacer en su casa, uno lo puede hacer en la universidad, ¿no es cierto?

Es un concepto notable el de trabajo pandémico.

-Ese silencio, ese mundo detenido, yo creo que no sólo a mí sino a muchos escritores en México, sin tener al mismo tiempo la claustrofobia de un cierre radical, nos ha servido mucho. Y yo sé de muchos colegas que dijeron: “Yo escribí muy bien”. Y no sólo colegas, académicos también. Como que mucha gente que escribía poco empezó a escribir mucho, por todo esto.

Ahora, al principio de la pandemia hubo mucha gente -me imagino que aquí también, en Argentina- que llamó a los escritores para pedirles “un poema sobre la pandemia”, “un cuento sobre la pandemia”, “una carta sobre la pandemia”, lo que fuera, ¿no? Y yo me negué desde el principio. Primero porque empezaba apenas la experiencia, ¿y de qué voy a hablar? Y luego porque ya me parecía una moda. Porque llegaban realmente peticiones de todos lados. Como si los escritores fueran “seres especiales”, que sólo ellos se dan cuenta de algo… en fin. Entonces, en uno de los cuentos, así sea de un modo superficial, cae ahí la pandemia, no es tan importante en el cuento.

Quedándonos un poco más en el punto de la “literatura pandémica”, ¿has escrito algo más sobre el tema? ¿Has leído buenas cosas de otros escritores o escritoras al respecto?

-No, para nada. A mí la pandemia me parece un hecho vital, importantísimo. O sea, ha cambiado tantas cosas. A mí personalmente me ha sucedido con la pandemia esto: me dijeron “¿Sabes qué? Eres viejo, no te habías dado cuenta”. Porque, claro: desde esa clasificación de las edades vulneradas en la pandemia, yo entraba en la categoría más vulnerada: la de los ancianos.

No he escrito nada sobre eso. Pero la cosa es: “Eres viejo. Tienes 65 años, y por lo tanto estás en la categoría de quienes corren más riesgo”. Eso al principio me lo tomé un poco en broma, hacíamos chistes. Pero, en verdad, a partir de eso, pienso mucho en la muerte. Y supongo que eso le ha pasado a mucha gente de la “tercera edad”, porque finalmente era un fantasma permanente. Y veíamos cómo el amigo, o el padre o el abuelo, o incluso jóvenes se estaban muriendo. Yo por ejemplo perdí siete kilos durante la pandemia. Sin embargo, comía, hacía mi vida normal, nunca me enfermé. Me dio un Covid ligerísimo, que después me di cuenta que lo había tenido, porque me hicieron un examen, y sin embargo ahora me doy cuenta que esos kilos que perdí, yo siendo de por sí una persona delgada, los perdí porque seguramente había allí una angustia soterrada que me estaba carcomiendo.

FOTO DE ALEJANDRO ARRAS
 

Tal vez la vulnerabilidad que surge o se manifiesta. Al creernos seguros en nuestro mundo, y de repente vivenciar un cambio tan abrupto y peligroso.

-Creo que es algo que le ha ocurrido a mucha gente, incluyendo a jóvenes. Este estar en una situación de epidemia. Y casualmente yo estaba trabajando el Decamerón de Bocaccio, que se escribió justamente durante una peste, y ahí sí fue algo dramático, con millones de personas que murieron en Europa. Esa fue mi única relación casual, intelectual, con la pandemia, que yo estaba trabajando el marco del Decamerón, en el que estos jóvenes, huyendo de la peste -porque obviamente son florentinos de clase alta-, tienen la posibilidad de salir de la ciudad apestada, e ir a un retiro bucólico, maravilloso, como si te fueras a un hotel de cinco estrellas, esperando ahí que pase la peste, a salvo, para luego regresar. Esa situación es siempre algo que me llamó la atención. Y desde que apareció la pandemia, volví a eso que ya había trabajado un poco, con la voluntad de terminar. Fue una coincidencia muy curiosa.

En otra entrevista dijiste que la escritura sería para vos como un “combate con” o “contra” el lenguaje”. ¿Podrías desarrollar más esto, qué tipo de lucha o combate es?

-Yo creo que es lucha para todos los que escriben. Desde el momento en que no usas ya el lenguaje común y corriente, sino que tienes que apelar a otro lenguaje que a su vez te lleva a imaginar cosas distintas, bueno, eso se puede ver como una lucha. No dejarte llevar por lo dogmático, por lo fácil. Sino buscar una expresividad más concentrada, más original. En ese sentido podemos hablar de lucha. Claro: tal vez sea una palabra un poco altisonante. Pero finalmente tú sí tienes que retirarte de lo que es la comunicación pragmática normal, para buscar otro tipo de comunicación y lenguaje.

¿Sería el mismo tipo de lucha cuando escribís poesía que cuando escribís narrativa?

-Ahora, no lo veo muy distinto en cuanto a poesía y cuento, porque finalmente tú tienes que lograr, en géneros distintos, la misma eficacia, la misma potencia de las palabras: evitar superfluidades, cosas accesorias, irte por las ramas y todo eso. Y por otro lado, en mi caso al menos, igual escribo cuentos como se escriben los poemas: es decir, verso a verso, no necesito saber de qué va la historia, más bien necesito no saberlo, o necesito saber muy poco. Lo suficiente como para decir “por aquí hay algo”, ¿no? Pero no necesito saber cómo termina la historia. ¡Al contrario!, si sé demasiado de una historia ya como que deja de interesarme un poco. Pero, entonces es un poco como escribir un poema: verso por verso, no puedes nunca prever lo que vendrá después, lo que cada cosa “te dicta”, lo que sigue. En ese sentido encuentro el cuento y la poesía como dos géneros muy cercanos. Incluso más cercanos que el cuento y la novela. A pesar de que el cuento y la novela son narrativa, la novela tiene otra respiración, tiene algo muy diferente: te permite saltos de tiempo, saltos por ejemplo de perspectivas, puede hablar un personaje en un capítulo y otro distinto en otro. Y te pide que no lo leas todo de golpe, y se convierte en una cita periódica. En cambio, el cuento es mucho más exigente.

En el aspecto de la brevedad lo emparentás por ello con la poesía.

-Con la poesía por la concentración. La concentración incluso del lector. En una novela te puedes distraer. La propia novela encuentra la forma de “corregir” ciertas distracciones, pero el cuento no. El cuento es de un solo aliento, tienes que prestar mucha atención a cada palabra. Entonces esa es la relación entre poesía y cuento. Creo que en el fondo está más cerca de la poesía que de la novela.

Podría pensarse como algo para escapar del registro “realista”, e incluso “racionalista” de la narrativa, tal como lo planteás. Algo muy distinto al de un Julio Cortázar o Carlos Fuentes. Narradores portentosos que planificaban y sabían el final, cómo impactar, etcétera.

-Claro. Pero si pensamos en Raymond Carver, estoy seguro de que él pertenece a otras maneras. Yo creo que él empezaba el cuento así, a partir de un “estímulo minimo”, y luego: a ver hacia dónde va. Que no se le vea que sabe toda la historia, sino que se vaya descubriendo. Es cierto lo que dices: Cortázar probablemente sí sabía hacia dónde iba. Carlos Fuentes incluso lo dijo: “Yo no escribo una sola línea hasta no saber todo, perfectamente todo de la historia”. Lo cual no quiere decir que no se sorprendiera a sí mismo mientras escribía. Pero él necesitaba “cerrar el círculo” antes de comenzar un cuento.

EN RECUERDO DE NOÉ

Para finalizar, te quería pedir, ya a dos años y medio del fallecimiento de Noé Jitrik algún recuerdo o valoración que te surja ahora.

-Noé fue uno de mis maestros. De mis pocos maestros. Cuando digo maestro no es alguien que te enseña cosas- Los que te “enseñan cosas” son los profesores, pero los maestros te enseñan una visión de la vida, una actitud vital. La actitud vital de Noé, de cuestionar, de una insatisfacción permanente, de no irse con la primera interpretación de las cosas, el cuestionar todo, me parece que esas son las enseñanzas de los maestros. No te enseñan cosas prácticas, y eso te dura para siempre. Aparte de su calidez, de su generosidad, de su disponibilidad para escuchar, para oír. Y luego el humor: siempre estaba dispuesto a reírse, a encontrar el lado absurdo y risible de la vida, nunca se espantaba ¡al contrario!

Y habiendo estado exiliado en México por varios años. Una de las personas denominadas “argenmex”, aquellas que en la década de 1970 tuvieron que salir hacia otros países.

-¡Claro! Y yo justamente pienso que el hecho de ser exiliado te acerca más a lo efímero de la existencia. Que la existencia puede cambiar en cualquier momento, nunca tienes nada seguro. Y eso tiene un lado cómico, un lado risible: finalmente, estamos aquí de “invitados”, ¿no? Entonces, hay que tomar las cosas con ligereza, con la misma ligereza con que la vida te puede sacudir.

 

Además, toda la gente que yo conocí y que trató a Noé, casi podría decir que suscribiría a las palabras que estoy diciendo. Noé tenía esa capacidad de ser el mismo para todos. Tenía sus defectos, desde luego, todos los tenemos. Pero siempre prevalecía esa calidez humana. Yo creo que Noé era calidez. Siempre estaba frente a una persona real, te veía como una persona real. Y te escuchaba. Ahora que nadie escucha a nadie, o donde ni siquiera se escucha la gente a sí misma porque está invadida de aparatos y aparatejos que te invaden, eso ya casi es una santidad, más que una virtud.