“Como artistas tenemos una responsabilidad: trabajamos con el imaginario, creamos formas de pensar y de mirar el mundo. Yo quiero formar parte de una generación que sea capaz de dialogar con lo político, con el territorio, y que pueda pensar el pasado y el presente para imaginar el futuro”, dice Luciana Demichelis, fotógrafa ensenadense cuyo trabajo explora los límites entre archivo documental y ficción.

Las imágenes de Demichelis recorrieron el planeta: fueron premiadas y participaron de exhibiciones y publicaciones en España, Inglaterra, Alemania, Francia, Eslovenia, Estados Unidos, México, Colombia, Uruguay y Argentina. Con una fuerte proyección internacional y tras haber vivido en Europa, la artista, que también es Licenciada en Comunicación con orientación en Periodismo, volvió a su país natal para dar clases en la flamante carrera de fotografía de la UNLP. En diálogo con Buenos Aires/12, Demichelis piensa la figura autoral, las tensiones entre realidad y ficción, primer mundo y tercer mundo, y su último proyecto: “A pesar de las bombas”, que trabaja sobre el bombardeo a Ensenada el 16 de septiembre de 1955, cuando la Libertadora derrocó a Perón.

-¿Cómo te acercaste a la fotografía?

- Soy de Ensenada, crecí ahí en los noventa, en esa ciudad cercana al río. Es una ciudad espectacular, a la que siempre vuelvo, donde sigo haciendo cosas y estoy súper interesada en todo lo que pasa, porque fue muy central cuando empecé a hacer fotografía. Empecé a interesarme por lo visual un poco en relación con los primeros accesos a Internet, al mirar imágenes y preguntarme: ¿cómo se hace esto?, ¿cómo se logra lo otro? Las carreras de fotografía eran carísimas, totalmente imposibles para mí por mi contexto social. Así que empecé a formarme en el Pasaje Dardo Rocha, en un taller que daba la Municipalidad. Después, cuando entré a la Universidad a estudiar periodismo, fui a la TAE (Escuela de Arte y Oficios del Teatro Argentino de La Plata), que tenía talleres gratuitos de iluminación, fotografía de espectáculos y fotografía de moda con Gustavo Di Mario. Estuve dos o tres años estudiando en esa escuela, hasta que en un momento el fotógrafo institucional se retiró. La directora me convocó para que hiciera ese trabajo, así que empecé a laburar en el proyecto del archivo y en todo lo que era la comunicación del espacio. Mientras tanto, también iba trabajando como fotógrafa en La Plata. Trabajé con muchas bandas, en la ciudad me conocen más que nada por ese ambiente, pero siempre tuve una inclinación muy fuerte por la idea de autoría. Desde chica me gustó pensar en los autores, en qué significa ser autor, tomar decisiones, armar una propuesta, profundizar. Me parecía que ahí había una libertad muy poderosa.


- ¿Cuál fue tu primer proyecto fotográfico como autora?

“Limbo”, un proyecto que desarrollé en pandemia durante un taller muy corto con Cristina de Middel, en el Festival de Valparaíso, de forma online. Era un taller breve, pero yo ya venía siguiendo a Cristina desde hacía años, sobre todo por cómo trabaja la mezcla entre realidad y ficción, el cruce entre periodismo y arte. Vengo de la comunicación, entonces es una temática que me interpela. En “Limbo” hubo algo clave: pude reconocer que ahí había un proyecto. Y también que estábamos viviendo un momento muy de transición, tanto a nivel personal como colectivo. Un tiempo marcado por la muerte, la destrucción, la inacción. En ese contexto, empecé a trabajar con fotos de archivo de fiestas electrónicas. Lo que me interesaba era el valor político de la fiesta, capturar ese estado de trance que provoca la música electrónica, cómo transforma los cuerpos. Lo que hice, entonces, fue complementar esas fotos de archivo con puestas en escena y performances en espacios públicos durante la pandemia. Fue una forma de completar la serie ante la imposibilidad producida por la pandemia. Por suerte le fue muy bien, participó en varios festivales, interesó por cómo logra hibridar archivo documental con ficción, y por esa pregunta que deja flotando sobre qué pasa con el baile, con los cuerpos en movimiento, con la forma en que nos afecta el sonido. No son fotos típicas de fiestas electrónicas. Usé una iluminación muy específica, con luz difusa, llevé cajas, armé escenas. Creo que La Plata es un gran laboratorio de experimentación: realmente se puede hacer lo que uno quiere. Hay algo muy comunitario en la forma de producir acá, muy de base, que me parece valiosísimo.

¿Cómo es esto del cruce entre el archivo real y el archivo ficcional?

- Mi segundo proyecto, “La tierra es un satélite de la luna”, venía ya con una carga bastante tecnológica y ficcional. Ahí fue cuando empecé a trabajar con archivos científicos, imágenes de la NASA, documentos sobre la carrera aeroespacial argentina. Pero lo que me interesaba no era sólo recopilar datos, sino ver qué posibilidades abría ese material desde la imaginación. Hay algo muy poderoso en que, con únicamente once satélites propios, Argentina haya podido construir una red federal de conectividad, mientras empresas del norte global lanzan miles para privatizar el cielo y vendernos internet. Me interesa hablar de eso desde una mirada política de la imaginación, mezclar la fotografía documental con la ficción para pensar nuestra manera de ver el mundo. Lo ficcional me permite correrme del registro puro, abrir una dimensión sensible, poética. En el proyecto, lo interesante fue indagar la noción de sueño colectivo. Pensar cómo contamos desde acá. Porque viajando me di cuenta de que tenemos una manera muy específica de ver el mundo. Una mirada argentina que no es igual a la de otras personas de Latinoamérica. Una mirada forjada en una historia de industria, de conquistas colectivas, de luchas. Y eso nos vuelve, creo, más optimistas con ciertos temas. Donde en otros lugares dicen "ya fue", acá todavía hay una pulsión de cuidar lo que tenemos. De construir algo distinto. Desde ese lugar político quise trabajar.

- Estás trabajando con archivo del bombardeo a Ensenada

- Sí, para mi último proyecto, ‘A pesar de las bombas’, que también fue mi tesis de grado: un trabajo fotográfico sobre el bombardeo a Ensenada. Se cumplen setenta años de ese hecho, y sigue siendo un tema del que casi no se habla. Es un proyecto que me llevó mucho tiempo, casi cinco años. Entre el proceso de investigación y el momento en que finalmente me animé a hacerlo, pasaron muchas cosas. A mí lo histórico me daba miedo. Me preguntaba: ¿seré capaz de hacer algo con esto? ¿Qué implica narrar un hecho que ocurrió hace setenta años desde la imagen? Para mí fue muy inspirador lo que hizo Lucrecia Martel con “Zama”, eso de dialogar con el pasado sin intentar hacer una reconstrucción literal. Me parecía clave entender que trabajar con la historia es también una forma de hablar del presente. Hay otras producciones artísticas que me parecen hermosas, como la película “Ensenada 55” de Hugo Crexell, o los murales a cielo abierto de Melina Eslobodian. Lo que hice fue recopilar testimonios de vecinos y vecinas. Organizamos jornadas con personas mayores que vivieron ese momento. También trabajé mucho con el Flaco Ortiz, que es el protagonista de la historia: sobrevivió a una de las bombas que cayeron en el barrio Campamento y vio morir a su padre. Para mí fue muy fuerte poder construir ese vínculo y trabajar con él desde la imagen, fotografiarlo, escucharlo. Me donó archivos, objetos, materiales. Fue muy generoso. Yo le pasé todo lo que hice, le dije: “usalo, es tuyo también”. Además, usé imágenes de archivo de Ensenada que ya tenía, y fue una manera de volver a la ciudad. Porque empecé todo en Ensenada. Siempre estoy ahí, aunque a veces me conflictúe. Es una ciudad con muchas capas. Lo que me interpelaba mucho era el silencio. En la escuela nunca me contaron nada. Y mi escuela está justo frente a la plaza principal, donde todavía hay balas en la cúpula del edificio. Hay marcas por toda la ciudad que gritan que eso pasó, pero no se habla. Como con el bombardeo a Plaza de Mayo. El otro día escuchaba a Julia Rosemberg en una columna que me encantó, donde hablaba del “Guernica” y de cómo no tenemos tantas obras artísticas que narren nuestros bombardeos. Yo pensaba: ¿cómo puede ser que no haya más? Y claro, hay que buscar. Pero también es cierto que ahora nos toca a nosotros construir eso, producir memoria desde el arte. Y no estoy sola: somos varias personas trabajando sobre este hecho, y creo que eso tiene que ver con la cantidad de años que se lo silenció. Creo que cuanto más haya, mejor. La memoria es colectiva, es un trabajo diario, una construcción constante. Me alivia saber que hay otras voces también diciendo, mostrando, investigando. Ahora tengo ganas de exponer el proyecto, estoy viendo cómo. Quiero hacerlo en Ensenada y también en la facultad. Me lo propusieron, pero estamos en un momento difícil en términos de recursos. Todo es caro. Hacer obra hoy, desde la imagen y lo digital, es carísimo. Pero visibilizar es parte del proceso, porque me importa que este hecho se conozca, y porque sigo creyendo que, aunque el contexto sea complejo, hay que hacer la muestra igual. Lo importante es seguir. Seguir narrando. Seguir construyendo memoria.

- ¿Cómo describirías tu poética? ¿Qué temas son los que más se repiten en tu práctica artística?

- Yo creo que, en todos los laburos que hice, más que nada exploré la cuestión de la imaginación política plasmada en imágenes. Primero fue desde el cuerpo, con “Limbo”; después, con “La tierra es un satélite…”, que tenía una dimensión más geopolítica; y ahora, con “A pesar de las bombas”, desde la memoria. Son tres proyectos muy distintos, pero creo que tienen en común que traen a manifiesto cosas que estaban ocultas o no vistas. Hay algo, en los tres casos, del orden de lo visible y lo invisible que está en diálogo constante. En el primer caso, la noche, la fiesta, que por mucho tiempo estuvo invisibilizada o al margen. Después, lo de los satélites, que era como un proyecto imposible. Y el caso del bombardeo fue, para mí, el más complejo. Por el archivo, sobre todo. Me preguntaba cómo dialogar con ese pasado, cómo ficcionar el archivo, cómo armar cosas nuevas. Pero siempre explicitando que hay una construcción en lo que laburo, porque para mí hay una responsabilidad con la persona que ve mi trabajo. Ahora hay límites muy difusos entre la ficción y la no ficción, y a mí me gusta jugar con eso, pero siendo responsable. Voy dejando señales todo el tiempo. Soy una fotógrafa que produce imágenes construidas, y hay mucha potencia en eso. Ya aviso que esto va a ser así: cuando avisás, podés jugar con lo que quieras. Y eso no es engañar, no es mentir, no es tergiversar. No va por el lado de la desinformación, sino que tiene más que ver con una perspectiva lúdica. Crecí mirando, entendiendo y pensando con autores y autoras que estiran esos límites. No me interesa que me piensen como una fotoperiodista de primera línea. No tengo problema con eso, me encanta: hice fotografía de toma directa toda la vida. No estoy en contra de eso. Pero estos tres proyectos que nombro no podrían haber sido sin una construcción, y eso me encanta. No compito con lo otro. Me parece que está buenísimo todo, y creo que hay que jugar. Si no, ¿para qué vinimos?

- Hay algo de lo tecnológico que aparece también, ¿no? ¿Cómo pensás la fotografía en relación a eso?

- En el exterior todavía se ve más esa tradición de armar proyectos fotográficos, de impulsarlos con fuerza, en Argentina no tanto, hay otras búsquedas. Creo que la foto tiene que convivir con la experimentación, con el cruce de lenguajes, con materiales nuevos, con lo contemporáneo. Pero hay cosas de esta “tradición fotográfica” que está bueno que sigan existiendo. El registro del otro, el estar ahí con la cámara, sigue siendo algo muy potente de la fotografía. Ahora, con todo lo de la IA, aparece esa idea de que muchas cosas ya no van a ser necesarias. Pero lo necesario no siempre es lo interesante. Creo que sigue siendo relevante entender cómo una persona piensa el mundo. Me parece que ahí está lo verdaderamente rupturista. A mí no me interesa cómo una IA ve el mundo. Me interesa cómo lo ve una persona. Cómo lo ve mi abuela cuando le saca fotos a las plantas, o cómo lo ve un autor que vende sus obras en otra parte del mundo. Eso es lo más interesante, para mí, de la fotografía: ver cómo el otro piensa el mundo, cómo lo traduce en una imagen. Y también creo que estamos en un momento latinoamericano súper interesante, pero tenemos que seguir empujando, porque como autores latinoamericanos nos cuesta muchísimo mover nuestros proyectos, lograr que nos den bola a nivel internacional. Es importante seguir apostando a que la fotografía latinoamericana pueda narrarse a sí misma, porque todavía hay mucho de fetichización, de exotización. Hay una mirada reduccionista sobre lo que nos pasa. A veces te piden que simplifiques todo, que limpies tu historia, que la cuentes como si fuera para Netflix, y eso no me interesa para nada: me interesa que podamos narrarnos a nosotros mismos, contar nuestras historias.