El 16 de junio -el mismo día que estallaron las bombas setenta años atrás- se dio a conocer la noticia de la muerte (un día antes, domingo) de Juan Manuel Abal Medina, el hombre elegido por Perón para diseñar su estrategia de regreso en 1972, cuando era un joven abogado de 27 años. Cumplió su misión con lealtad no obsecuente y sin señalar a nadie con el dedo por traidor. Pero también acaba de morir el hombre que a fines de 2022 llegó a publicar Conocer a Perón.
El libro relata su involucramiento en el regreso y en las interminables internas desatadas hasta la muerte del general. Está narrado en primera persona, es memorioso y tiene más anécdotas que una noche de fogón. Pero también tiene algo más. Algo tal vez secreto, una urdimbre intimista entre política, amistad y familia, un relato iniciático formidable (tenía 14 años cuando se inicia en la militancia), un personaje enigmático y fantasmal (su hermano Fernando), un inmejorable tono estoico; todos ingredientes que no solo lo convirtieron en un éxito editorial (en parte) insospechado sino además en una contraseña, un libro de culto, un tesoro para lo que vendrá. Si un ciclo histórico murió con Juan Manuel Abal Medina, el legado de su libro abre una relectura del peronismo en la resistencia y un retrato inédito y de primera mano del más denostado Perón, el Viejo, el último. Además, convoca la posibilidad de releer la siempre compleja e incómoda conexión entre peronismo y literatura argentina.
Hace ya tiempo que sabemos que los grandes textos sobre el peronismo (de Borges y Cortázar a Tomás Eloy Martínez, entre otros) fueron escritos desde la perspectiva antiperonista. Y brillaba en solitario la figura de Leopoldo Marechal, que derivó tanto de la vanguardia martinfierrista a su crítica paródica en el Adán Buenosayres, como del nacionalismo católico, neoplatónico y hermético a un peronismo barrial y estilizado. Leopoldo Marechal es otro de los grandes protagonistas de Conocer a Perón.
Según nos enteramos en el relato, los hermanos Juan Manuel y Fernando se fueron aproximando al peronismo desde la toma del frigorífico Lisandro de la Torre en el tórrido enero de 1959, aún de pantalones cortos los dos. De un hecho a otro, de una participación en un acto del 17 de octubre a reuniones semiclandestinas, de frecuentar gente del palo, hasta que un día Arturo Jauretche les pregunta si conocían (o querían conocer) a Marechal. Juan Manuel estaba justo leyendo, obnubilado, el Adán Buenosayres, y hacia fines de 1964 los hermanos finalmente peregrinaron al departamento de la avenida Rivadavia al 2300 a conocer al tótem. “Para mi hermano Fernando, esa reunión y la lectura reiterada de una hoja que nos dio a leer Marechal y que luego sería la primera parte del texto El poeta depuesto, fueron determinantes en su adhesión, ya manifestada abiertamente, al peronismo”. La hoja de Marechal planteaba una línea muy simple, al señalar que al nacionalismo le había faltado un contacto con lo popular y que eso, justito, era el justicialismo.
A partir de entonces, los hermanos, medio en broma pero con un trasfondo serio, adoptarán la fórmula de que ellos eran “peronistas marechalianos”. En definitiva, era un modo de resolver mentalmente el mambo de los jóvenes estudiantes tanto del nacionalismo como de la izquierda. El peronismo metió una cuña ahí, para siempre. Hay que estar donde está el pueblo, el trabajador. Y los Abal Medina se deslumbraron con un Marechal que resolvía el drama con dos trazos de elegante pluma y humor (se autotitulaba “el poeta depuesto”). Pero faltaba algo más, algo más allá del risueño Adán Buenosayres. Faltaba Megafón, o la guerra.
En febrero de 1970 los hermanos volvieron a ver a Marechal y el escritor depuesto les cuenta que acababa de entregar los originales de su novela. Juan Manuel se retira primero y Fernando se queda conversando. Tres meses después se produce el secuestro de Aramburu. Fernando deserta del servicio militar y se desconoce su paradero. Marechal, muy nervioso, le cuenta a Juan Manuel que esa vez cuando Fernando se quedó hablando a solas con él, conversaron largamente sobre Megafón y en especial sobre el luego famoso capítulo Rapsodia VI, “donde relata el secuestro del General Bruno González Cabezón. Marechal nos dijo que era una referencia obvia a Aramburu. Pensaba que mi hermano Fernando estaba por lanzar una guerrilla urbana”, refiere en Conocer a Perón.
El resto de la historia es conocida. Juzgamiento y fusilamiento de Aramburu, Fernando Abal Medina es emboscado por la policía en una pizzería en William Morris el 7 de septiembre y es abatido a los tiros. Para cerrar el relato marechaliano (que había muerto el 26 de junio, a menos de un mes del secuestro de Aramburu), cuenta Juan Manuel que, al visitar a Perón en Madrid por primera vez, el 20 de enero de 1972, este le pide que hablen de Fernando. “Me pidió que definiera políticamente a Fernando y yo le dije cómo se definía él, sobre todo las últimas veces que habíamos hablado luego del regreso de su viaje a Cuba: ‘Le gustaba decir que él era un peronista marechaliano’”. Y entonces, Juan Manuel le dice a Perón que antes él era un nacionalista y ahora también se definía como un peronista marechaliano. “De inmediato, y haciéndose el solemne, Perón dijo: ‘Entonces, queda integrado’”.
Mucho se ha debatido y escrito acerca del carácter profético de Megafón, del fusilamiento de Aramburu en particular y de la violencia de los setenta en general. En su libro, Juan Manuel cita a María Rosa Lojo y otros estudiosos que abordaron el tema, además de aportar toda una trama interna de datos nada desdeñables. Lo cierto es que si hay algo clave es que más allá de la conexión de los hechos de ficción/ realidad, hay un momento clave en el texto, a mi juicio, cuando inquirido por el general Cabezón: ¿quiénes son?, Megafón le contesta, muy aplomado: “Somos la Crítica Histórica”.
El cielo de la historia está lleno de signos que deben ser descifrados. Nada es totalmente casual o contingente, pero tampoco está todo inscripto en la piedra del determinismo. Son señales. Anticipos. Retornos.
En estos días tan marechalianos (días como flechas) se fue un hombre que seguramente debe haber recordado a su hermano y al escritor gran parte de su vida, volviendo una y otra vez (así lo imagino yo) a ese encuentro diferido del que se retiró un poco antes, alterando (o no) un posible curso de los acontecimientos, preguntándose si, quizás, tal vez...
En Conocer a Perón, Juan Manuel Abal Medina dejó un testimonio que, otra vez por obra de un destino hermético, pero no inabordable, quizás resulte profético de algunas nuevas señales del porvenir. Y si no, nos habrá dejado la moraleja de que nunca hay que desestimar la potencia de la literatura para hacer más compleja, atractiva y llevadera la política, la historia, la vida.