Las fronteras se dibujan con sangre y se rellenan con fuego. Hace un siglo, gran parte de lo que hoy es territorio del Paraguay y que se ve desde los satélites como un mosaico de rectangulitos color verde amarillento (son estancias) era boliviano y verde profundo. Aquella selva (hoy una víctima más de la deforestación en el país vecino) está presente como una fuerza más en los álbumes de la Guerra del Chaco Paraguayo (1932-1935) que el médico rosarino Carlos De Sanctis trajo como testimonio del luctuoso conflicto, y que constituye el núcleo del complejo expositivo "La guerra es una gran porquería", en el Museo Histórico Provincial "Dr. Julio Marc" (Av. Eduardo M. Gallo s/n, Parque Independencia, Rosario).
A la entrada, a cada espectador se le entrega amablemente un folleto doblado en cuatro cuartos que es preciso desplegar de inmediato, porque contiene un plano, guía imprescindible en el laberinto de salas que conduce al sancta sanctorum: el archivo De Sanctis (no apto para niños).
En la primera sala, señalada con los números 4 y 5 en el mapa, las vitrinas vacías exhiben una ficción: ¿qué pasaría con el museo en caso de guerra? En un texto de sala, se desnaturaliza la asociación ilícita entre guerras y museos, que suelen enriquecer su patrimonio gracias al saqueo. Instalaciones en diversos materiales por tres artistas contemporáneos (Laura Códega, Michele Siquot y Federico Cantini, con texto de Roberto Amigo) aportan miradas actuales y metafóricas sobre la violencia, la muerte y el conflicto, culminando en la expresión literal de un deseo de paz. Los troncos de samu'ũ (palo borracho) en la obra de Fede prefiguran algo de aquella selva ensangrentada, donde el árbol nativo ofrecía sombra y refugio, y atesoraba un agua vital.
Dos salas laterales aportan perspectivas artísticas desde Rosario y Bolivia. En la de los altares de plata, Maxi Rossini, tras investigar diversas tipografías en la historia del arte político, dibujó en frágil papel tres afiches alternativos para la película argentina La sed (1961), basada en una novela del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos: Hijo de hombre, uno de cuyos ejemplares exhibe abierto en una vitrina de la colección; marcas ficticias de balazos en dos de las paredes aggiornan un Cristo crucificado barroco colonial. A la derecha del hall de entrada, el fotoperiodista boliviano Patricio Crooke (La Paz, 1975) presenta una instalación fotográfica y sonora en homenaje a los excombatientes: memoria viva con sus ojos heridos y voces roncas, y el documento como foto en la foto.
La perspectiva de las comunidades originarias está representada en otra sala donde los dibujos de Eurides Asque Modesto Gómez (1977 - 2019), del pueblo Nivaclé, narran los combates a partir de relatos que le transmitió su abuelo materno Toya. Sus figuras en el paisaje, a vuelo de pájaro, con una estética distinta al canon renacentista, evocan las de un Brueghel el Viejo sudamericano. La curadora y autora del texto de esta muestra fue Carolina Urresti.
Los investigadores académicos Silvia Dolinko, Guillermo Fantoni, Gabriela Águila, Laura Luciani y Mariana Ponisio, con infografía de Pablo Boffelli y obras de arte escultóricas y gráficas, tanto de la colección del Marc como de colecciones particulares, despliegan "Una guerra entre dos guerras": un recorrido histórico y visual tanto por el conflicto de 1932 como por sus repercusiones desde el compromiso político que asumieron artistas de aquel tiempo, entre los que se destaca un joven Antonio Berni, expresando una firme posición antibélica que abarcaba una gama de izquierdas, no sólo comunistas y socialistas sino anarquistas, como atestigua una selección de los libros del Museo.
Hay que ir con tiempo para leer los detalles (los camiones cisterna ametrallados, los soldados agonizando de sed) en los textos y dibujos de sala, y conmoverse ante la expresión trágica de las tallas en madera de los hermanos Godofredo y Guillermo Paino, artistas de la agrupación "Refugio".
Al fin, con curaduría de Paulina Scheitlin, se abre la "Crónica de la Guerra en el Chaco". Allí, un ordenado relato a través de fotos, textos originales, objetos, recortes de prensa, cartas, memorabilia diversa y retratos al óleo recorre la donación De Sanctis, realizada tras la muerte del médico por su familia, cumpliendo tardíamente su voluntad de que el corpus de tres álbumes -conservado en una caja que construyó con esmero él mismo- se exhiba al público para denunciar los horrores de "la guerra, una gran porquería", como escribe dicho cronista.
Los asteriscos insertados por Paula permiten unir cada objeto con su fotografía. El trayecto constituye un descenso al corazón de las tinieblas, donde se mezclan el dolor, el coraje, la camaradería, la compasión... y la selva feroz, presente siempre, una baja de aquella lucha que todavía sangra.
El aura de verdad que irradian estos documentos físicos, si se los examina con atención, como asimismo la elocuencia y precisión de las crónicas de De Sanctis, construyen la experiencia de entrar con él al frente desde donde envió sus despachos de guerra, sin saber si volvería con vida, ya que como médico de campaña se hallaba junto a los combatientes. Recomendación: aprovechar las visitas guiadas por Scheitlin y Rossini, o tener el privilegio de que nos guíe el historiador Pablo Montini, director del Museo Marc.
La producción del complejo expositivo, realizada por el Museo Marc con el apoyo de la Fundación Ana Amoedo, Amigos del Museo Marc y el Ministerio de Cultura de Santa Fe, ha creado un ejemplo excelente de cómo contar y mostrar la Historia, en una impecable articulación didáctica y estética: de la crónica al arte, del documento al testimonio, desde diversas naciones o pueblos, desde sectores políticos hoy silenciados, sin que lo sensible haga sombra al rigor histórico.
Y lo más importante: en sincronía y con una mirada crítica sobre un presente cada vez más violento, para traer -desde otro siglo y en este mismo lugar- imitables ejemplos del rol que debemos asumir periodistas, intelectuales y artistas ante la crueldad que arrasa a la humanidad. Palabras tales como "antifascismo" retornan desde antiguas consignas y agrupaciones para dotarnos de armas simbólicas con que romper la apatía. Si la historia se repite, aprendamos de ella y levantémonos por la paz.