En Volver (2006), de Pedro Almodóvar, una escena peculiar abre la película. Son mujeres, muchas, todas lavando, cepillando, lustrando y emprolijando no otra cosa más que tumbas. Hay que protegerlas. El viento solano, una molesta ráfaga de calor y polvo, lo destruye todo. Una vez por semana repiten el ritual y cambian las flores en el cementerio. Según la superstición manchega, el viento solano tiene el poder de enloquecerte. Mariano Saborido (Lo que el río hace , Paraguay), criado en Puerto Deseado, Santa Cruz, conoce un ritual parecido: limpiaba con su bisabuela y su tía la tumba de su bisabuelo y de una hija de su abuela. Sin embargo, acá hay que protegerlo todo de otro viento: el viento blanco, frío.
Mariano Saborido: A los frasquitos con las flores había que ponerle piedras adentro para que no se lo vuele el viento o enterrarlos en la greda, porque no hay ni siquiera tierra. Hacer todo de piedra para que no se vuele. Entonces es así, limpiar las hojas que se acumulan, como la tierra, y escuchar a mi abuela toda la vida protestando por la tierra que entra por la ventana. Y obvio que está el ruido constante. Estás en tu casa, estás haciendo cualquier cosa y hay un silbido que sí, es psicotizante. Tiene algo, como una presencia que en algunos casos puede llevar a la locura.
Viento Blanco es también el nombre de la obra que protagoniza, domingos y lunes, en Dumont 4040. Nominada a Mejor Unipersonal y Mejor Actor Protagónico Off (MS) en los Martín Fierro Teatro 2025, es una propuesta hecha para él. Fue Santiago Loza (Matar cansa, La mujer puerca, Todo verde) quien emprendió escribir para Saborido, algo a su medida, que codirigen Juanse Rausch (Paquito la cabeza contra el suelo) y Valeria Lois (La mujer puerca, La vida extraordinaria) —en su primera experiencia como directora—.
-A Santiago lo conocía por su obra, por haberlo leído y visto en teatro, algunas películas y en el momento en el que me propuso esto yo estaba yendo a sus talleres de dramaturgia, que da junto con Andrés Gallina. Ahí fue que me hizo la propuesta y yo estuve encantado. Creo que el texto es para mí porque tiene algo de mi mundo, tiene algo del paisaje del pueblo de donde vengo, que es un pueblo patagónico, marítimo, árido, desértico, con un mar azul hermoso, pingüinos, lobos marinos. Creo que tiene que ver conmigo el paisaje y después con lo marica en un sentido más universal, si querés, o argentino, como para no ser tan ambicioso.
Este texto se escribió a lo largo de un año, Mariano leyendo cada avance y aportando un poco de su mundo para que Loza transforme en letra. Aunque “un noventa porciento es ficción” Saborido está inmerso desde el génesis del proyecto, siendo además de su protagonista, su productor junto a Compañía Teatro Futuro. Lo atrapó el universo Loza del que el guión se empapa.
-Hacer algo de su mundo me interpelaba absolutamente, fue un gran "sí, quiero hacer ese personaje tuyo". Vale Lois dice que ver algo de él es como ver una de Almodóvar. Porque ahí siempre estás viendo su universo con esas mujeres, esas madres, esos gays, esas trans y siento que es así también con Santiago. Algo que se expande y tiene muchas versiones pero que salen todas de un mismo punto. Algo fractal.
Este mundo es también el mundo de Marito, el que él cuenta en un monólogo magistral que va incrementando la complejidad con una urgencia impalpable durante la hora veinte que dura la obra. Se encuentra en un pueblo patagónico olvidado por dios y por todo el resto, también. Está sólo al cuidado del hostal que regentaba con su madre, que ya no está y fue la única compañía en su vida si no contamos a José, el único amigo de Marito, que se fue de allí para convertirse en cura. Marito mantiene en pie el hostal y también la iglesia que sólo sirve para esporádicas visitas de sacerdotes lejanos que llegan sólo por cosas puntuales. En la iglesia canta limpiando a los santos. En su casa, lavando sábanas. Todo hay que hacerlo seguido porque el viento y el polvo no cesan. Mientras lava, Marito recuerda a su madre y cuenta la última visita de su amigo.
-Hay algo ahí del tema con el homosexual y la madre, aunque me parece que toda la humanidad tiene un tema con la madre, con el padre, por supuesto, pero el modo homosexual de vivir esa relación es distinta, ¿no? Y también hay un deseo o una sexualidad que está como ahí enrojecida. En la obra no aparece tanto como algo prohibido sino como algo más; algo que no se sabe cómo abordar porque los medios que tienen los personajes de los que habla Marito, e incluso él mismo, son acotados. Pasa un tiempo hasta que finalmente descubren qué está pasando entre Marito y el amigo.
El viento funciona como metáfora de lo que trae, de lo que dice y lo que no, de lo que se lleva, de lo que destruye. Es un susurro constante, tortuoso, como el de los que hablan sin que se pueda escucharlos. Entre lo dicho y lo no dicho la madre juega en el filo entre la ternura y la exigencia. Por un lado tiene lo que lo que ama una madre a su hijo y del otro lado tiene todo lo que exige a cambio de ese amor. Él es un hombre finalmente, pero que no puede cumplir con los mandatos. Es un hombre diferente. Es un hombre que canta, es un hombre que reza, es un hombre que se enamora, es ese hombre, no el que la madre soñó.
Marito limpia religiosamente la iglesia, pero no es devoto como puede ser su amigo cura, sino que es devoto desde un lado más queer “que eso es muy Santiago Loza”, aclara Mariano. “Él es devoto porque le gusta cantar, le gustan los vestidos que se ponen los curas, le gusta la ceremonia, como ese cruce entre la religión y la perfo que es muy loca, pero que pasa. La ropa de los curas parecen vestidos y a la vez están bordados y tienen hilos de oro. Hay algo muy maricón ahí, medio de dragqueen en vestirse de cura. Es como montarse”.
-Marito no es tan fiel, no es un fiel que cumple a rajatabla a los mandatos de Dios, sino que más bien él hace su interpretación. Para él la religión es poder probarse esos vestidos, sentir esas telas, ver esos colores, cantar y repetir algo del discurso de Dios que es lo que le decía la madre. Él en la iglesia puede cantar y sentirse feliz cantando.
Lo queer eleva la obra de una manera distinta a la que Rausch acostumbra. Esta vez lo hace de manera sútil, ocultos con picardía en los detalles con los que el actor construye a Marito, potenciados por el minimalista diseño de vestuario de Pablo Ramirez y esa única pared de lavadero desbordante de Rodrigo González Garillo como escenógrafo. Tal vez sea expresión de deseo, pero hay algo de Lois que se deja ver en el personaje. Mariano describe como un tesoro que ella haya codirigido.
-No pensé tanto en Vale como alguien dirigiendo por primera vez, sino más bien como alguien que yo sentía que para la obra me podía ayudar mucho su experiencia como actriz, sobre todo habiendo actuado también un texto de Santiago Loza. Sentía que era alguien con quien me era un sueño trabajar y es un sueño todavía estar al lado de ella porque es una grande, absolutamente, y es una referente de la actuación. Yo sentía que si ella se copaba en dirigirme me iba a poder enseñar muchas cosas. Y gracias a Dios fue así. Además, en la dupla con Juanse como codirector, llevábamos más o menos un año de relación y yo tenía muchas ganas de seguir trabajando con él. Es así que seguimos trabajando juntos después de Viento Blanco. Era como un combo perfecto.
De chico, Mariano no era consciente de su predisposición a la actuación. En su pueblo fue a grupos de teatro hasta la adolescencia y fue recién cuando se mudó a Buenos Aires para estudiar psicología, y luego comunicación social, que empezó a trabajar de actor. Lo hacía junto a otros trabajos; en una florería, de niñero del hijo de una amiga. Era un hobby paralelo mientras cumplía el mandato que la mayoría de los jóvenes del interior tienen: ir a una ciudad grande, estudiar y recibirse.
Crecer en ese pueblo patagónico que describe Mariano deja sus huellas. Él dice que viene de un lugar con mucho viento y que eso no es distinto a decir que venís del campo y ahí hay muchas vacas. Pero que el viento conlleva otra cosas; un clima árido, seco, sin vegetación. Polvo. Un viento como el que Leila Guerriero describe en Los Suicidas del Fin del Mundo, un libro sobre 12 jóvenes que se suicidaron a fines de los 90 en La Heras, también Santa Cruz, un pueblo como en el que transcurre Viento Blanco, abandonado e incapaz de ofrecer un futuro.
-Ya sea un pueblo selvático o riojano o patagónico, el pueblo expulsa lo diferente, expulsa lo que quiere expresarse. En ese sentido, no sé si fue solo el viento, sino más bien el pueblo lo que me expulsó. Había como un mandato o un susurro explícito o implícito que me decía: "Tenés que irte", "En cuanto puedas andate”. Yo a veces quiero creer que ahora ya no es tan así, pero me parece que me equivoco, lamentablemente, porque además eso veía que les pasaba a los que eran como yo o a las chicas trans de mi pueblo. Es como un mito que se crea en el cual vos no vas a poder ser feliz ahí en tu lugar, donde naciste, entonces por eso te tenés que ir. Eso me parece horroroso. Los pueblos por más pintorescos, lindos y hermosos que sean; por más paisajes con mar azul, pingüinos y demás que tengan, son expulsivos con lo diferente y con lo disidente. Te quieren sometido o afuera. Vos no vas a poder ser quien sos ahí.
En Buenos Aires estudió teatro de manera independiente primero, con Inés Efrón e Ignacio Sánchez Mestre, después, con Paula Grinszpan y luego en la escuela de Nora Moseinco. Además, reivindica lo que se aprende mientras se hace: “Siento que nuestros trabajos siempre son formativos. Siempre aprendes algo nuevo, gente con la que te cruzas y te enseña algo”. Paraguay le hizo sentir el deseo de trabajar de actor y vivir de eso, un deseo que nació con potencia. Ese camino que “simplemente se dio”, lo llevó a participar de grandes proyectos audiovisuales como ATAV (2019) o El Amor Después del Amor (2023) y en teatro como en Reinos y Lo Que El Río Hace.
-La experiencia en la ATAV fue muy linda. Ya pasaron algunos años y después de eso y, por suerte, tuve otros trabajos en lo audiovisual. Esa fue mi primera novela y creo que una de las últimas que se hicieron en Argentina. Si bien se hicieron novelas después de eso, bueno… la industria cayó un poco, lamentablemente. Fue un sueño. Me formé también mirando novelas; en un pueblo tan chiquito como el mío los medios son esos: la tele, la escuelita de teatro y no mucho más. Entonces había algo de el sueño del niño de pueblo de llegar ahí que fue realmente eso: un sueño, como la Cenicienta. Fue hermoso interpretar a Paco Jamandreu, que es un un personaje que yo conocía como parte de la cultura popular, el modisto de Evita. Un hombre conocido o, al menos en el inconsciente colectivo, está todavía. Es una una figura pionera para muchos, un referente más del público homosexual o de la mariconería, esa distinción que hacía él en su libro.
Con un rango actoral y un registro amplísimo, ese mismo que despliega y lo hace brillar en Viento Blanco, el trabajo de Saborido está cargado de esa mariconería, es su condimento, un código encriptado en algunos personajes y exaltado en otros, latente. Es el registro de la telenovela, de las intensidades in crescendo. “La época de mis novelas son de la segunda mitad de los 90 a principios de los 2000. Más allá de eso contemporáneo a mí, me gusta ver cosas más viejas todavía. Hay un mundo de referencia bastante grande en Argentina. Fuimos una potencia creadora de telenovela”, dice el actor. Rosa de Lejos, La Extraña Dama, Rolando Rivas. Algo como de ese código lo llama. “Ese tono de telenovela argentina me encanta y para la actuación me gusta mucho. Siento que Viento Blanco tiene en su personaje algo de eso, un sonido que viene de otra época”, explica.
-La verdad es que a mí me encanta poder interpretar gente que me representa y que de algún modo está en mi cuerpo. Me encanta hacer papeles femeninos, hacer de mujer, hacer de mala. He hecho otros papeles, pero tengo la suerte de que muchos de los papeles que hago tienen que ver con algo de lo LGBT+. Creo que hay algo de mi que hace que los papeles tengan que ver con eso. No me pienso como un actor gay que lo llaman para hacer de gay. Por suerte puedo hacer papeles y cosas que me gustan mucho. Tenemos una industria que es chica y acotada, hay trabajos que uno los hace porque implica un sueldo. Son pocos los que pueden elegir qué hacer, qué decir, cómo hacerlo. Muchos de los actores, y en un país como este, trabajamos de lo que podemos. Por suerte, en la mayoría de las cosas que hago, son cosas que elegí y en donde puedo poner mucho de mí.
Funciones en julio en Dumont 4040: lunes y domingos a las 20.