Aunque no nos abrumemos con premisas epistemológicas, ellas están insertas en la pregunta del título. Cuanto menos, el acento de la interrogación puede recaer en el nosotros tácito o en las cualidades de la realidad actual (¿podemos pensar? y/o ¿el presente es pensable?). Como sea, entre ambos polos, que se imbrican mutuamente, se desarrollan vicisitudes complejas. De eso trata el breve diccionario que sigue.
I. Desensibilización: ¿Por qué defendemos a los jubilados? No es un dato menor que la reacción concreta ocurre cuando el gobierno los reprime brutalmente. Es decir, la defensa activa está ausente si “sólo” se trata de sus haberes. El entrecomillado no es casual: ¿cuál es el nivel de sufrimiento que debemos observar o padecer para que se despierte nuestra voluntad? Intuyo que estamos afectados por el virus de la desensibilización, un adormecimiento cuyo riesgo es que solo al borde de la muerte nos despertemos.
II. Ideal: Debemos, pues, preguntarnos: ¿en qué medida nos moviliza un ideal y cuánto, más bien, un sufrimiento profundo? No creo errar si pienso que nos mueve la reunión de ambos factores. Sin embargo, si el horizonte de nuestros ideales se acorta progresivamente, si cada día exhiben una mayor anemia, también por ese camino quedamos expuestos a tener que sentir un dolor más severo para poder actuar. La reacción ante la condena a CFK es un analizador ilustrativo.
III. Insatisfacción: Freud sostuvo que es desde la insatisfacción que surgen las fuerzas pulsionales; que “hace falta un obstáculo para pulsionar a la libido hacia lo alto”. Que esta sea una necesidad psíquica, entonces, debe operar como una advertencia que anime la propia conciencia de la insatisfacción.
IV. Salvación: “Nadie se salva solo” repetimos una y otra vez desde que vimos El Eternauta. Y aunque resaltamos el “solo” versus el “colectivamente”, el enigma que nos impacta también debe dirigirse al verbo: ¿estamos seguros de que todos deseamos salvarnos? A su vez, como dije respecto de los jubilados, la serie exhibe una situación límite: ¿debemos, entonces, encontrarnos ante el abismo de la muerte para pensar que no nos salvamos solos? Tenemos muy cerca el ejemplo de la pandemia para pensar la complejidad que nos concierne.
V. Contagio: Las conjeturas deben combinarse. Esto es, lo que podamos pensar sobre el actual gobierno no puede desconocer las insuficiencias de la oposición, sobre todo de sus dirigentes. Asimismo, la sociedad (que, desde luego, es un significante que abarca una heterogeneidad que impide cualquier simplificación) también debe ser pensada en cuanto a su estado actual. Si bien solemos prestar atención a la acción de los referentes políticos, y a la sociedad como su consecuencia, ¿por qué no considerar que, en el presente, todos los dirigentes están influidos, contagiados, por el clima social de apatía, desgano y, nuevamente, de desensibilización?
VI. Trauma: No es posible entendernos sin historia. Lo que llamamos actualidad es el producto de fuerzas que juegan desde lo inmediato, pero también desde tiempos remotos. Posiblemente, la humanidad sea, en cada época, el decantado de una acumulación de sucesos traumáticos que, como pensaba Freud, empujan desde la compulsión a la repetición. También es cierto que, a los fines prácticos, es necesario marcar un punto de partida. En efecto, aunque nada es ajeno a nuestra historia como colonia y, más acá en el tiempo, aun persisten los efectos de la dictadura, de la hiperinflación, del desempleo y del corralito, hay dos hechos recientes que instalaron un quiebre en la continuidad democrática: en primer lugar, cuando Mauricio Macri se refirió al “curro de los Derechos Humanos” y, en segundo lugar, cuando intentaron asesinar a Cristina Fernández de Kirchner. Ambos sucesos, creo yo, traspasaron una línea tabú, corrompieron unas prohibiciones colectivas que, una vez quebradas, habilitaron la regresión social --con la violencia, indiferencia y egoísmo resultantes-- que estamos sufriendo.
VII. Manada: Entre los hechos recientes no podemos soslayar la pandemia. Milei alguna vez explicó por qué sus perros deben estar separados: dijo que por la pandemia perdieron el hábito de manada y se atacaban entre ellos. El desenlace, entonces, fue violencia y aislamiento (o individualismo). Tiempo después, sostuvo: “los liberales no somos manada”. En su diccionario, se deduce, no ser manada es ser violento e individualista. ¿Acaso esto afectó solo a los libertarios y a los perros de Milei?
VIII. Cultura: La cultura, decía Freud, se edifica sobre la renuncia pulsional que, traducido, significa sofocar la agresividad, la satisfacción irrestricta y la ilusión de omnipotencia. Posiblemente, estemos en un tiempo en el que muchos no admitan dicha renuncia y habría diversas razones que explican la expansión de ese rechazo: la pandemia, la entronización del individualismo, aunque también los avances culturales, paradójicamente, despiertan en algunos las ilusiones sofocadas. Como sea, cada pérdida de renuncia pulsional deviene en mayor violencia.
IX. Batalla: ¿Estamos perdiendo la batalla cultural? Por el momento, la triste respuesta es afirmativa, aunque convienen algunas precisiones. En primer lugar, la derrota no es apenas de un sector político contra otro, sino que, precisamente, es una derrota de la civilización. De hecho, hace varios años afirmé en estas mismas páginas que la derecha no desarrolla una batalla cultural sino una batalla contra la cultura. También podemos arrojar una fórmula: mientras la derecha sólo atina a una batalla pero sin cultura, el progresismo propuso cultura pero sin batalla.
X. Apropiación: Si algo caracteriza a la derecha es su afán por la apropiación, al tiempo que el progresismo ha ido desistiendo de ella. La consecuencia fue a doble vía: las ideas y políticas del progresismo fueron perdiendo eficacia concreta, se fue empobreciendo la transformación de la realidad y, al mismo tiempo, la derecha a cada paso logró mayor apropiación, claro que bajo una horrorosa perversión de su sentido. Hay sobrados ejemplos: cuando en el siglo pasado los trabajadores pelearon por sus cuerpos agotados, la medicina terminó siendo una herramienta de recuperación de la fuerza de trabajo. Cuando los reclamos refirieron a la salud mental, la derecha se apropió de las mentes con sus estrategias de management, coaching y motivación. Durante la dictadura se apropiaron de los hijos de los desaparecidos y, siempre, se apropian del mayor dinero posible. Hoy, además, se apropiaron de la palabra libertad e incluso del término revolución. Con la era digital, nos ilusionamos con la democratización de la información, pero se apropiaron de los medios y las redes para plagar la comunicación de falsas noticias, disparates y discursos violentos. Por último, luego de años de luchar por la memoria, hoy buscan, también, apropiarse de ella a través del negacionismo al que llaman memoria completa. Me pregunto si el reciente y significativo ausentismo en las elecciones en CABA no fue otro signo de la apropiación, ya que aquel “que se vayan todos” no devino en una mejor representación política sino que fueron los propios votantes los que desistieron, fueron ellos el todos que se fue.
Palabras finales
A la pregunta de inicio podemos responder que sí, efectivamente podemos pensar el presente; a condición de entender, aun con la trascendencia que tiene, que no se trata sólo de una contienda electoral entre sectores políticos. Hay, en juego, fuerzas sociales emocionales complejas que anudan el presente, nacional e internacional, nuestra historia extensa y, por qué no, quizá también la historia de la especie humana. Pensar el presente exige implicación, ya que los problemas y obstáculos no están únicamente en el gobierno. Qué deseamos hacer, qué creemos posible, cuánta inteligencia tenemos sobre la realidad y cuáles son los límites de nuestra voluntad, también son preguntas que aguardan una respuesta.
Para la teoría freudiana, el primer juicio que un niño desarrolla es el de atribución, por medio del cual decide si algo es bueno o malo, produce placer o displacer. Solo tiempo después surge el juicio de existencia y, con él, la capacidad de definir si algo está solo en la mente o, también, en la realidad. Es decir, los humanos somos una especie que comienza a juzgar si algo nos gusta o no antes de saber si ese algo existe.
La infoesfera, como la llama Bifo Berardi, con su hipercirculación de información, afectó dicho juicio de existencia, y entonces todos opinamos sobre si algo es bueno o malo sin atender a si eso existe o no. En síntesis, podemos pensar el presente siempre y cuando, para transformarlo, sepamos qué es realidad y construyamos algo diferente, pero real.
Sebastián Plut es doctor en Psicología y psicoanalista.