“Vivía acá, éste era el comedor, pero al mismo tiempo era nuestra sala de ensayo. Así que esta casa tiene que ver con esta historia”, revela Miguel Mateos en lo que hoy es su estudio. Se encuentra a pocas cuadras de la estación de tren Liniers, erigida en el homónimo barrio, su barrio de toda la vida, salvo por los años de autoexilio en Norteamérica. Décadas antes de que la cancha de Vélez, también arraigada a ese suburbio, se volviera una plaza habitual para los recitales masivos, el músico se tornó en pionero de la cultura del sold out en el rock y el pop local previo a la existencia de ésta. En abril de 1985, se realizaron cuatro shows en el Teatro Coliseo que fueron registrados para el disco Rockas vivas, el más vendido de la historia de la música nacional hasta que Fito Páez lo desbancara con El amor después del amor en 1992.
Para celebrar los 40 años de uno de los álbumes esenciales del rock argentino, así como pieza fundamental de la radiografía social, política y cultural de una época, Mateos revisitará ese repertorio este jueves 3 de julio a las 20 en el Movistar Arena. Será el punto de partida de una gira por el país, que luego ampliará su radio de acción hacia el resto del continente americano. El artista se reencontrará con los escenarios tras la consumación del tour Miguel Mateos Sinfónico, basado en el recital que realizó en el Teatro Colón en 2022. Eso decantó en otro disco en vivo, lanzado en 2023, que lo llevó a recorrer Latinoamérica hasta el año pasado, apoyado esta vez por las orquestas sinfónicas de cada una de las ciudades que visitó.
“No tengo prurito con las celebraciones”, afirma Mateos, sentado en un sofá que mira a la consola de mezcla. “Mi hijo Juan, que tiene 30 años, trabaja conmigo. Toca la guitarra, y, entre otras cosas, compartimos música. Un día vino con una app que te hace cualquier tipo de música: rock, reggaetón, tango o samba. Le podés proponer una idea que tenga estructura, verso y temática. Si ahora es posible hacer así una canción, me resisto. Ésa fue la gota que derramó el vaso, lo que me animó a hacer este show. Las canciones de Rockas vivas fueron hechas con lo opuesto, a punta de sangre, sudor, lágrimas, borrachera, enfermedad, sueño e insomnio. Todo esto pasó entre 1981 y 1985, cuando hice mis tres primeros trabajos de estudio. Ese disco en vivo es una síntesis de esa época, por más que hayan quedado temas afuera”.
-Es de suponer que cuando te pasó eso con tu hijo volviste a escuchar Rockas vivas. ¿Qué sensación te embargó al reencontrarte con ese disco?
-Al hurgar en él, me encontré con esa especie de new wave del primer disco, ZAS (1982); el rock and roll de Huevos (1983); y el pop rock del tercero, Tengo que parar (1984). Me volví a conectar con contenidos, armonías y recuerdos de cómo fueron hechas esas canciones. En qué momento sucedieron, qué estaba haciendo y qué pensaba yo.
-¿El repertorio que presentarás será fiel a lo que se escucha en la grabación o harás algún tipo de adaptación?
-Lo que tocaremos respeta en un 80 por cierto lo que se escucha en la grabación. Voy a tocar con mi banda y con una sección de caños, para reforzar lo que hicimos en algunos de los tres discos, pero que en vivo nunca pudimos hacer. Es una formación de rock casi típica.
-De los músicos que formaron parte de la grabación de ese disco, ¿estará alguno?
-Algunos de ellos no están más (el guitarrista Eduardo “Chino” Sanz falleció en 2020). El productor tampoco está (se refiere a Oscar López, quien partió en 2023). Es un work in progress. En principio, me lo voy a dedicar a mí y a mi hermano Alejandro, que somos los Gallagher más buenos del Sur. Me parece que va a ser así. No descarto que, como sorpresa, haya un tercero.
A pesar de que pasaron cuatro décadas desde su lanzamiento, Rockas vivas, grabado por Mateos cuando estuvo al frente de Zas, sigue siendo incluso en la actualidad un trabajo solvente, constituido por nueve canciones (“Perdiendo el control” fue la única de estudio) que supieron sortear el paso del tiempo. “Yo tengo esa misma sensación”, comparte el artista de 71 años. “Cuando revisito Rockas vivas me asombra la potencia intrínseca de ese material. Lo veo vigente en la gente, que me para y me habla del disco, sobre todo luego del anuncio del show. Estamos tratando de respetar el formato, porque tiene cosas alocadas como las improvisaciones de tres minutos, que se hacían en ese momento porque no sabíamos qué carajo estábamos haciendo. Y eso era lo maravilloso. Mantendremos ese tipo de libertades”.
-Es curioso que el primer disco superventas del rock argentino haya sido una grabación en vivo. ¿Cómo era hacer algo así a mediados de los años 80? ¿Qué referencias tuviste al momento de llevar adelante el proyecto?
-Fue muy difícil, las condiciones eran paupérrimas para un disco que tuvo una explosión mundial. Sacamos oro del barro. No estaban dadas las condiciones para hacer una cosa así. Como antecedente, había un disco de Sui Generis grabado en vivo en el Luna Park (se trata de Adiós Sui Generis, editado curiosamente, por esas cuestiones cíclicas, 10 años antes). Oscar también estuvo inmerso en la producción. Rockas vivas (que en su momento fue Disco de diamante, lo que equivalía a 500 mil copias) se grabó durante varios conciertos en el Coliseo, que al principio no sabíamos si lo íbamos a llenar. Lo grabamos de la forma más cuidada posible. En esa época, recién llegaron a la Argentina las consolas de 24 canales, un verdadero mamotreto en el estudio. Pero tuvimos que llevar una consola de 16 canales. Hoy solo la batería la grabás en 16 canales, por ejemplo. Y eso quedó registrado en una cinta, no existía otra manera. No había la tecnología digital de hoy. Sin embargo, ese ruido que se escucha, ese noise, es parte de la gloria del disco.
-¿Las voces son reales?
-Sí, claro. Me escucho, y me odio.
-No, ¡las voces del público!
-Se grabaron dos o tres de los shows, y recuerdo que las voces del público también estaban microfoneadas. Al ruido de los artefactos teníamos que sumarle el ruido ambiente. Así capturábamos la esencia de lo que estaba pasando. Yo lo pedí, eso no se usaba en ese tiempo. Ése es otro de los secretos del disco.
-Es curioso que “Tirá para arriba” no haya tenido en Tengo que parar la importancia que sí conllevó en Rockas vivas. Gracias a esa segunda oportunidad, se tornó en uno de los himnos del rock argentino.
-A ese tema le pasó lo mismo que a mis tres primeros discos: pasaron debajo del radar. Me es más fácil explicarte una teoría de Stephen Hawking o de Nietzsche, porque la verdad es que no sé a qué se debió el éxito de esa canción ni del disco. Todavía sigue siendo un misterio para mí. La única diferencia que veo con el tema en Rockas vivas es que es en vivo, y que la fuerza con la que lo canta el público es demencial. La gente fue la que llevó a esa canción al éxtasis, yo no tuve nada que ver.
“Tirá para arriba” versa sobre el esfuerzo y la superación personal, aunque su pulso pareciera apuntar hacia el proletariado. Es rasgo se debe a la particularidad de su lenguaje, que apeló por la frontalidad frente al estilo poético que había caracterizado al rock argentino hasta ese momento. Es por eso que el productor y mánager de Mateos en aquella época, Oscar López, tuvo la idea de mimetizar la imagen del músico con la de Bruce Springsteen, autor de canciones afines a las de su par argentino. De ahí su apodo: “El Jefe” (al de Nueva Jersey lo llaman “The Boss”). “Nunca fue ésa mi intención, pero, si vas a hurgar en el rock latinoamericano, de repente puedo llegar a estar ahí”, reflexiona el cantautor. “Y me siento cómodo con la analogía porque él es un artista venerado por mí”.
-Ya no hay canciones que cuentan con semejante intensidad la época que les tocó vivir. ¿Estás de acuerdo?
-Estoy fuera del sistema, no te puedo acompañar en eso que me preguntás.
-¿Y por qué vos sí te animaste a hacerlo?
-Porque no me quedaba otra. Luego de revisitar mis canciones entre el 81 y el 85, me di cuenta de su importancia. Y quise ponerlas en un plano. Yo puedo hacer un disco hoy describiendo la actualidad. ¿Si me cabe hacer un disco como Huevos? No lo sé. Cuando hice esos tres discos, yo no pensaba en lo que sucedía afuera de la Argentina. Era un pibe que esperaba el 172 en la esquina de Uriburu y Rivadavia, mientras fumaba un pucho. Me preguntan mucho cómo sería hacer Rockas vivas hoy, lo que me llama la atención. Debe ser por la carencia. Pero en este momento no me siento capacitado para hacerlo. En un mundo tan globalizado, no sé si me saldría retratar la realidad actual de la Argentina. Mis palabras, mis contenidos y hasta mis acordes serían totalmente diferentes. Lo que sí tengo pensado hacer el año que viene es un proyecto sobre la conquista de América.
-¿En qué consiste?
Es una ópera rock que vengo trabajando desde la pandemia. Es una obra para banda, orquesta y cuatro cantantes, con una visión universalista sobre nosotros. Lo iba a hacer este año, pero el aniversario de Rockas vivas nos pasó por encima.
-Al menos en los 80, la modernidad tuvo un relato político, más no necesariamente politizado. Sin embargo, se le banalizó. O no se le comprendió. Pero tú éxito se basó en que usaste ese sonido pop para contar la realidad argentina.
-En “Un poco de satisfacción”, yo canto: “Quiero votar un presidente, quiero un país muy, muy diferente. No banco más tanto dolor esta ciudad”. Ésa era una canción pop, y canté lo que canté en un contexto en el que debería haber cantado: “Dame amor, no me traiciones”. Lo que no quiere decir que me parezca pertinente opinar acerca de si se banalizó la música. Al menos yo, traté de ser consecuente. “Obsesión” es mi canción más escuchada en Spotify, cuando pensaba que era “Tirá para arriba”, “Cuando seas grande” o “Atado a un sentimiento”. ¿Reniego de eso?, para nada. Fue una canción maravillosamente concebida, y sigue formando parte de mi repertorio.
-Pese a lo que contás, el común denominador de las canciones del pop argentino sigue diciendo: “Dame amor, no me traiciones”…
-Es cierto que el pop sigue siendo banalizado, pero tiene sentido porque muchas de las cosas que se dicen hoy en día no las entiendo. Supongo que es parte del asunto. De todas maneras, prefiero callarme la boca. Cada uno se expresa como quiere o puede, mientras no afecte la susceptibilidad del otro.
-Luego de Rockas vivas te transformaste en una especie de artista insular en la música popular contemporánea nacional. Sos el candidato ideal para estar, por ejemplo, entre los colaboradores de un disco como Hotel Miranda! Pero no fuiste de la partida.
-Me siento insular, sí. Ha sido una autoprotección haber salido del eje. Tené en cuenta que muchos de los artistas de mi generación ya no están rockeando. No sé si quiero participar en un disco como el que mencionaste. Tampoco me voy a hacer la víctima, me hago responsable de esa marginalización. Yo mismo me puse en un margen. Si bien fue muy rica toda esa experiencia, al mismo tiempo se trató de un golpe abrupto. Ahora estaré en el Arena (el recital se va a filmar en video, en sintonía con lo que pasó en 1985 con Rockas vivas, que fue grabado en VHS, producción que corrió por cuenta de Juan Alberto Badía), giraré por otras ciudades del país, tocaré en Chile y México, y haré una veintena de fechas en los Estados Unidos. Esto sucede porque me cuidé. Sin embargo, mi agradecimiento a la Argentina es tan inmenso como infinito. La gente me quiere y me respeta. Cuando pensamos en la retrospectiva de Rockas vivas, no sabíamos si interesaría esa vuelta a repensar las cosas. Y la respuesta fue unánime.
-A propósito de eso, Rockas vivas no tuvo el mismo impacto en Latinoamérica como en la Argentina. Vos mismos lo dijiste: tu canción más escuchada es “Obsesión” y no “Tirá para arriba”. ¿Sentís que hay un antes y un después, puertas adentro, con ese disco en vivo?
-¿No te parece que lo que te acabo de decir no implica ese reconocimiento en mi país? Digamos que soy un tipo de bajo perfil. Con lo que hice, me alcanza. También hay que entender que luego de Rockas vivas me fui cinco años a afuera, en el 89 me fui. En el medio hice Solos en América (1986) y Atado a un sentimiento (1987), y vi lo que estaba pasando con esos discos en el resto del continente. Es cierto que me hicieron la vida imposible acá porque cambié ese formato. Me fui aggiornando a un devenir en el que no me acompañaron ni la crítica ni el público de ese momento. Pero, a lo largo del tiempo, sí llegó ese reconocimiento. He sido muy consistente a lo largo de mi carrera, y nunca me vendí. En todo sentido, hice una carrera de la cual hoy estoy orgulloso.
-Algo pasó entre Rockas vivas y Atado a un sentimiento, porque cambiaste el abordaje temático de tus canciones. ¿Qué sucedió?
-En Rockas vivas yo era el pibe de Buenos Aires que esperaba el bondi, y ésa es una realidad. Cuando explota ese disco, me explota el mundo. Sale Solos en América, y explotan México, Colombia y Venezuela. Pasé tres años de gira, y recién volví en el 89. Obviamente, no estuve en Argentina. Fui el representante y el cronista entre el 81 y el 85, y después me convertí en una especie de ciudadano del mundo. Ahí empecé a retratar otras realidades. Cuando acá me dijeron que no era posible que un argentino pudiera contarlas, fui el primero en subirse al micro. A partir de ahí, mi realidad pasó a ser diferente. Ya no podía cantar sobre lo mismo.
-¿De qué manera adaptaste esa forma tan porteña de componer canciones, donde que prima la recreación del espacio físico, a una forma más latinoamericana?
-Tengo que ser sincero: me fui adaptando, tuve una simbiosis en mi trabajo, pero sin darme cuenta. Fui también comparando realidades, y viendo cómo se podía contra eso. Se fue armando, me fui armando yo de esa manera, producto de la experiencia vivida.
-¿Cómo te llevabas con la escena local de primera mitad de los 80?
-Tenía muy buena relación con Virus, en especial con los Moura, y con Los Abuelos de la Nada, porque generacionalmente éramos de la misma época. De hecho, Cachorro (López) terminó tocando conmigo, al igual que el Negro García López, que venía de La Torre. Había una especie de comunidad, aunque, por ahí, no era del “Clan García”. También tuve muy buen vínculo con los Soda, a los que solía cruzarme en las giras. Cuando hice mi primer concierto en el Palace, en Hollywood, ellos estuvieron presentes. Yo les dije: “Eso no termina acá, ahora vienen ustedes, si no todo lo que hicimos se vuelve un evento efímero”. El bondi arrancó en Uriburu y Rivadavia, y me dejó en Sunset Boulevard.