DIAMANTE SALVAJE 7 puntos
(Francia, 2024)
Dirección y guion: Agathe Riedinger.
Duración: 103 minutos.
Intérpretes: Malou Khebizi, Idir Azougli, Andréa Bescond, Ashley Romano, Alexis Manenti.
Disponible en MUBI.
La primera imagen de Liane es nocturna. En un estacionamiento desierto la joven gira alrededor de un poste de luz imitando sin demasiado éxito los movimientos básicos del baile del caño. La elipsis trae el día y Liane, que acaba de terminar los estudios secundarios, vuelve a la casa que comparte con su madre y una pequeña hermana. La caminata desde la estación de tren marca el contraste entre la apariencia del ser humano y el ambiente: con tacos altos, uñas esculpidas, maquillaje a pleno y un short de jean ajustado, la protagonista de Diamante salvaje camina al costado de la ruta y entre pastizales con la cartera llena de productos que acaba de robar en el shopping. La ópera prima de la realizadora francesa Agathe Riedinger, que formó parte de la competencia oficial del Festival de Cannes el año pasado, bebe de las aguas del cine de los hermanos Dardenne, entre otros cultores del realismo cinematográfico, pero lo hace con una temática central en extremo contemporánea: las redes sociales y la imagen física como obsesión vital y posible tabla de salvación económica.
El hecho de que Liane (notable, intenso debut de Malou Khebizi), con sus 19 años, ya se haya implantado prótesis mamarias y estudie la posibilidad de hacer lo mismo en los glúteos describe en cierta medida sus deseos e intenciones. La interacción con los seguidores en redes se dispara cuando, luego de un casting, surge la posibilidad de ser elegida para participar de un reality show. Pero nada es sencillo en los suburbios de Fréjus, en el sur de Francia, en especial cuando las posibilidades laborales no abundan. Con las cejas remarcadas a fuerza de delineador y unos labios explotados de ácido hialurónico, Liane discute con su madre, eterna desempleada, y protege a su hermana con pequeños gestos cotidianos. Frente a la luz circular que rodea el teléfono celular, la protagonista graba otro de sus videos en típica pose sexualizada, antes de salir a tomar algo con sus amigas del barrio.
El cuerpo, el rostro, la “actitud” lo son todo y, para Liane, parecen encarnar en la única vía de escape de una existencia que ve con ojos de prisionera. Lejos de juzgar, Riedinger crea un universo y a una criatura atrapada en un círculo en parte autoimpuesto y otro tanto generado por el hábitat. La realizadora incorpora una subtrama relevante cuando un viejo amigo de la infancia se transforma en su amigovio, y desliza la posibilidad de que la virginidad de la protagonista sea un hecho, aparente gran ironía que choca de frente contra la hipersexualización de su imagen, ante los demás y ella misma. La visita casual a una mansión cercana, donde tiene lugar una sesión de fotografías de moda, vuelve a poner de relieve los contrastes, esta vez con la otra cara de una misma moneda: la obsesión por los lujos superficiales y los objetos onerosos como máxima aspiracional.
El guion de Riedinger es definitivamente programático y, durante el tercer acto, replica la estructura dardenniana que desemboca en una situación límite, poniendo a la protagonista ante una decisión ética o moral que puede definir su futuro inmediato. A pesar de esas limitaciones, evidentes sobre todo para el espectador habitual del cine francés de raigambre social, Diamante salvaje se destaca por la potente actuación central de Khebizi y la precisa pintura de ambientes, alejada de los clichés fílmicos más consecuentes respecto de la clase trabajadora y sus ansiedades. El final, abierto, deja de lado moralejas pero pone aún más en tensión los conceptos del éxito personal y económico en este siglo XXI cambalache.