“Dios da, Dios quita/ Le cuesta ver donde está, la herida”: es imposible que no estremezca cuando León Gieco canta esos versos de “Ruta del coya”. Lo hace poco. Tal vez porque desee mantener el enigma, resguardar el misterio en algún lugar nítido del alma, como lo hubiera hecho su autor: Germán Choquevilca, icono y mártir de la poesía andina, que dejó este mundo cuando comenzaba a saberse algo de él. Lo dejó joven, apenas 46 años tenía, y de la manera más sufrida y sórdida: sin saber, igual que su Dios, dónde estaba la herida. Fue el 21 de diciembre de 1987 (día de Capac Raymi para los suyos), hace exactamente treinta años, víctima de una mezcla letal: alcohol más penas mal curadas. Esa mezcla que lo hizo presagiar su final con una frase acorde: “Ya no tendré verano”. Churqui, le decían, y alguna relación habría de haber entre él y ese árbol espinoso, esa tusca sufriente que crece en las altas alturas del norte. Alguna relación tenía con lo atemporal de la naturaleza. “Germán es de esas personas que siguen muy vivas; vivíamos a tres cuadras allí en Jujuy y con mi mujer solemos decir ‘Che, vos sabés que me parece que lo vi doblar en la esquina al flaco’. Es muy fuerte”, recordó alguna vez ante este cronista Gustavo Patiño, un multiinstrumentista aquerenciado en Tilcara.

A él se debe una de las pocas obras a través de las cuales se manifestó tangiblemente el poeta: un casete llamado German Walter Choque Vilca dice sus poemas, en el que Patiño le imaginaba sonidos a las bellas y desgarradas poesías de Churqui. Una obra incunable al día de hoy, que había solventado el Coya Mercado “con su sueldo de maestro” y de la que abrevó Divididos para agregar como fragmento en Amapola del 66. Esa obra, poblada por improvisaciones en quena, flautillas, trompes y quenachos (“Canto por vos”, “La pastora de Abra Pampa”, “Ofertorio”) quedó impregnada en cierto imaginario. Al igual que “Ruta del coya”, citada al principio, que el tándem Gurevich-Gieco, desde lo más profundo de sus músicas, reivindicó como ameritaba. Los escritos de Choquevilca también recibieron una contraprestación musical por parte del mismo Coya Mercado, Tukuta Gordillo y de Tomás Lipán, toda gente del noroeste argentino. Ya sin músicas, el Churqui publicó un notable libro llamado Los pasos del viento, mostró voz y poemas en el Teatro San Martín de Buenos Aires, y vivió el cenit de su devenir en 1986, cuando acompañó a Jaime Torres a Medio Oriente, como parte del grupo Las Voces de la Quebrada. 

Germán “Churqui” Choquevilca, docente, artista, vate de la Quebrada y la puna, había nacido en Tilcara, Jujuy, el 9 de abril de 1940. En ese pueblo hermoso que designado bajo el nombre de “Muchacha azul, princesa americana” (tal fue la pieza que tomó Divididos), y le había dedicado un trazo de sensibilidad trasvasado a palabras: “Cáliz de luz, fecundo sueño agrario, doncella con alforjas de esmeralda. A tus plantas un río de salitre, otro río de cuarzo a tus espaldas. Y allá a lo lejos, entre vos y el cielo, la hidrográfica senda del Huichaira, pupila del ocaso interminable”. Versos debidamente registrados en un documental de César Irigoitia (El Churqui, tras las huellas del poeta), que se agregan a gemas como “Canción para un único amigo”, “Abuelo Victoriano” y el maravilloso “Canto Rojo”: “Tal vez mi canto enjuague las lágrimas de cobre / que ruedan por la oscura mejilla de mi raza / Quizás tenga mi canto la turbia rebeldía / que ruge en las entrañas de la tierra olvidada”.