Berta y Luisa son concuñadas; quedan viudas, a cargo de un hotel rutero venido a menos, y quieren venderlo para irse lo antes posible de allí. “¿Qué hacés?”, pregunta Luisa. “Viendo los avisos fúnebres buscando algún nuevo viudo para conseguir pareja”, le explica Berta. Quieren dejar esa vida atrás, rodeadas de chismes de pueblo y sueños dormidos que intentan despertar, pero no saben qué hacer. Un vínculo que no eligieron y que sin embargo les permite, con humor (a veces negro), acompañarse y apoyarse ante el abismo, en donde la sobrina Cecilia, embarazada a punto de parir y sin el padre en el horizonte, les abre una puerta de esperanza. “Me han pasado cosas malas, como a todo el mundo”, dice a Página/12 Julieta Cayetina, autora de Al final las tragedias no mejoran a nadie, “pero tengo esa cosa de tomármelo con humor. No todo hay que contarlo con drama. Podés contar con humor sobre una mujer que queda viuda. Y eso no significa que no la pase mal, que no sufra, que no se haga planteos”, adelanta sobre lo que puede verse los sábados a las 20.30 en Timbre 4 (México 3554).
“Me cago en las supersticiones”, protesta Berta, y Luisa le retruca: “Te cagás pero nos mantienen a salvo…”. Las protagonistas están inspiradas en una de sus abuelas, fuente de creatividad para la autora. “Si bien la trama es inventada -asegura la autora- los vínculos entre los personajes están bastante basados en mi abuela materna, Luisa, y sus amigas. No las temáticas, pero sí el día a día, las formas en las que se hablaban”, cuenta y ejemplifica: “Una se paraba para ir al baño y otra decía Esta que no escucha, y cuando volvía le respondía Y esta que no puede caminar...”, ríe. “La acompañaba a las clases de baile, al burako con sus amigas, los sábados a la noche me iba a su casa... Estaba siempre”, recuerda, y entonces empezó a anotar frases que escuchaba en esas situaciones. “Un día empecé a escribir, pero más que nada diálogos. No tenía trama. Y me fueron apareciendo ideas, les daba vueltas, y un día se transformó en una obra de teatro, que del borrador al estreno tiene muchas cosas distintas”, compara, además de las “supervisiones” de Mariano Tenconi Blanco y Mauricio Kartún.
- Las tres historias son tragedias personales que se entrecruzan y logran un resultado distinto que si cada una siguiera su propio camino. ¿Cómo armaste este rompecabezas?
- Cuando una se sienta a escribir no tiene el final de la historia. Para mí, lo maravilloso es que te vas encontrando con pensamientos o formas tuyas que si lo planeabas nunca te hubieras encontrado con ese resultado. Yo tenía una premisa, una temática sobre la que quería hablar, y la sexualidad estaba incluida. A mí me interesa mucho, en la vida, cómo es el día a día y esto de que la vida no se termina a los 60, a los 70, a los 80... Se puede terminar a los 20 si uno vive sin alegría, sin esperanzas, sin ganas de otras oportunidades. Esto de que la edad nos deja clavados en lo que debería ser. Y la sexualidad era otro tema que quería transitar. Siempre trabajé los personajes muy en base a la necesidad del otro personaje, qué me pueden dar para contar la historia del otro. Y está pasando algo que me sorprende muchísimo, en las funciones hay mujeres jóvenes que salen alucinadas por, a esa edad, poder pensar adónde quieren ir con su vida. Pensé que iba a tocar más fibras a personas más grandes. Eso me sorprendió muchísimo, no me lo esperaba.
“¿Qué vas a hacer con la herencia?”, curiosea Berta a Luisa, que se entusiasma: “Me la guardo por si aparece una enfermedad nueva”. La herencia es por la venta del Hotel Magistral, del que la puesta en escena recupera la recepción con el mostrador en el centro, un sillón de un lado y una mesita ratona y dos sillas del otro. Colores fuertes, cortinas estampadas y un televisor pequeño de tubo dan el contexto de clausura de los años ´80, anclado en el comentario de la transmisión del casamiento de Diego Maradona y Claudia Villafañe en el Luna Park. Con el paso de las escenas, los personajes (interpretados por Graciela Stefani, Miriam Odorico y Dalma Maradona) van transformándose frente a los ojos del público, en un arco dramático que se despliega de a un prejuicio a la vez, motorizados por la irrupción voluptuosa de Cecilia, con un desborde impertinente que resquebraja los estereotipos (sociales y personales, si vale la diferenciación) con los que se manejan Berta y Luisa.
- ¿Por qué elegiste esa época para ubicar la historia?
- Hay algo de los dispositivos que a mí poéticamente en el teatro no me interesa. Los textos que ya tienen mucho de whatsapp o el celular me alejan. ¡Ya vivo con eso 24 horas! Y desde el principio tuve claro que se iba a situar a fines de los ´80. La diferencia entre el ´86 y principios de los ´90 es abismal. Otra escenografía, otro vestuario... (risas). Me decidí por fines de los ´80, y cuando Dalma me confirmó que iba a estar busqué que pasó con Diego después del ´86. Cuando encontré el casamiento con Claudia en el ´89 me puse a buscar imágenes, a leer todo lo que encontraba. Y me pareció muy interesante porque se la nombra a Claudia, no a Diego. Yo lo amo a él, pero se la nombra a ella. Y me pareció lindo que estuviera la mamá. Soy amiga de Dalma, y obvio que le pregunté (risas). Es un pequeño guiño que me gustó, y un gesto de amor a Claudia y Diego, dándole ese lugar a Dalma a quien quiero muchísimo.
“Si no pasa una tragedia no nos vemos nunca”, dice Cecilia, que acaba de llegar. “Por suerte las tragedias no nos faltan”, ironiza Luisa. Ya desde el título, Julieta se propone reflexionar sobre las formas de ser y las posibles transformaciones en el devenir de las personas. Al final las tragedias no mejoran a nadie le apareció en un “chat de amigas”, cuando contaban el “accidente doméstico” que sufrió una conocida, que se recuperó rápidamente, y luego tuvo un feo gesto con una de ellas. “Me pareció maravilloso, y me quedó resonando en la cabeza”, confiesa. "Y en la búsqueda del título me acordé de esa situación. Pero no vengo a decir eso, lo pongo sobre la mesa”, advierte la autora. “Creo que va con la obra, como se manejan los personajes. Y me parecía atractivo contar desde el título lo que se va a ver. Hay gente que está de acuerdo y otra que no. ¡Por momentos yo no estoy de acuerdo!”, ríe. “A mí me han pasado cosas trágicas y tal vez me han cambiado por períodos, pero hay una esencia que no. Hay gente a la que una tragedia la cambia y lo tomo para bien”, analiza.
- Hacés muchas cosas: radio, televisión, plataformas, cine, teatro como actriz y como autora. ¿Qué es lo que más te gusta del teatro?
- El teatro me gustó toda la vida, desde muy chica. Voy mucho al teatro, ahora se lo estoy inculcando a mis hijos. Hice mucho teatro independiente, y también comercial, pero hay algo del independiente en el sentido de forjar tu propio proyecto, de no tener que transar con casi nada. Siempre hay que transar, pero acá es menos... (risas). Estar ahí en vivo es una adrenalina, una alegría, unos nervios que es muy difícil de explicar. En general me gustan todos los trabajos en los que estuve. Soy una privilegiada en ese sentido. Ojo, también agarré trabajos por plata, como corresponde (risas), y lo sigo haciendo, por algo tardé tanto con esta obra. El teatro no es lo que más plata da... Pero es estar vivo todo el tiempo, es pura adrenalina.
Inspiración y homenaje
Julieta Cayetina ya había escrito y protagonizado una obra, Eye y yo, inspirada en la historia de su otra abuela, que estuvo en campos de concentración nazis, que empezó como la búsqueda de recordar del número de prisionera de su abuela para tatuárselo. Para Julieta, llevar sus historias al teatro es una manera de homenajearlas. “Me siento privilegiada de haber conocido a mis abuelas, de haber pasado momentos maravillosos con ellas”, se emociona. “En momentos difíciles de mi niñez tenía mucho refugio, contención y mucho amor. En todo el proceso de escritura mi abuela está presente. ¡Por algo le puse al personaje principal Luisa! Por más que no tenga nada que ver con ella, solo que no escucha bien”, bromea. “Es tenerla cerca todo el tiempo. Hay algo de criarse con los abuelos que es la raíz de la vida. Nos emocionamos hablando de nuestros abuelos, cuando necesitamos amor en el alma algunos escribimos obras de teatro y otros hacen knishes”, ríe. “Eso es más importante que cualquier trabajo, es una base en la vida que te sostiene desde un lugar emocional muy importante”, concluye.