Ni bien Acorazado Potemkin irrumpió por el escenario de Niceto Club, su cantante y guitarrista, Juan Pablo Fernández, advirtió: “Esto no es una despedida. Siempre estaremos por acá y en los discos, y en los videos y en las fotos. En la música y en las canciones, que ya son de ustedes, igual que nosotros”. Esa noche del viernes 17 de noviembre de 2023, el trío consumó su último show. Al día siguiente, mientras la vida continuaba, cada uno de los integrantes de la banda comenzó a acomodarse en sus inminentes realidades artísticas: el baterista Lulo Esain es parte de Fantasmagoria, y el bajista Federico Ghazarossian fundó el dúo tanguero Buseca y recientemente se sumó a la vuelta de Me Darás Mil Hijos. En tanto, el frontman se probó en solitario, lo que decantó en un novel emprendimiento.
Tras su debut en la sala Humboldt el 3 de mayo de 2024, a lo que le siguió una serie de actuaciones por otras ciudades del país y la celebración de su primer año en el CAFF, Juan Pablo Fernández y los Techistas del Apocalipsis estrenarán su disco introductorio: Hay ruidos arriba, el sábado 12 a las 20 en La Tangente (Honduras 5317). Y lo harán a la vieja usanza, porque sólo tienen el single “En los bordes” dando vueltas en las plataformas digitales de música. “Ahora estamos más acostumbrados a que todo se sepa por las redes. Pero en los '90, un artista presentaba un disco el mismo día del show y vendía la entrada con el CD”, justifica Fernández, al tiempo que informa que previo al recital el álbum estará disponible en Bandcamp. “El disco lo terminó de mezclar Manza Esain esta semana”.
Aparte de “En los bordes”, otras canciones inéditas del disco son “Indeleble”, compuesta por el músico en 2020 para el homónimo documental de Marcos Altamirano, y “Maldito sea el día”. Los otros 15 temas que constituyen el flamante repertorio constan de las apropiaciones de “En remolinos”, de Soda Stereo, y “Crucero”, de la banda uruguaya La Hermana Menor, así como las revisitas a clásicos de Acorazado Potemkin y Pequeña Orquesta Reincidentes, banda con la que Fernández se dio a conocer a principios de los años '90. “Algunos de esos temas tienen 30 años, como ‘Stick & Stones’, y los traduje a otro formato”, dice su coautor. “Fue una forma de honrar lo que se hizo. Me pregunté por mucho tiempo si valía la pena reencontrarse con esos temas, y la verdad es que sí. Estuvo buenísimo”.
Cuando el frontman se refiere a su nuevo proyecto, lo hace con esa emoción tan propia del primer enamoramiento. Si bien reconoce que tarde o temprano hubiera dado este paso en solitario, agradece haberse rodeado en esta etapa por Mateo Baudino (guitarras y voces), Pipa Dellamea (bajo y voces), Pablo Olivera (percusión) y Topo Vergara (bajo, guitarras y voces). Y es que luego de que el artista les compartiera una playlist con 35 temas que compuso a lo largo de su carrera, los hoy Techistas no sólo lo alentaron a seguir adelante sino que también se pusieron a sus órdenes para cualquier entretejido que estuviera diseñando. “Hubo tanto entusiasmo que no dudé en convocarlos, por más que eran dos bajistas y dos guitarristas”, evoca. “Tuvo que salir así. Es un proyecto solista, pero a la vez es muy colectivo”.
Al momento de situar la primera vez que se vio en un escenario solo, sin sus compañeros de banda, Fernández se remonta a 2018. “Ese año me invitaron a un ciclo de cantautores en Montevideo y luego toqué en la terraza de Niceto Bar, en una de las ventanas de la pandemia, en plan de solo set, con la guitarra eléctrica. Ahora que miro atrás, linkeo esos eventos como antecedentes de lo que pasó luego”, afirma. “Más allá de que hubo un proceso de ir encontrando ese camino, creo en los vínculos personales para hacer música y siempre trabajé así. Es algo único e irrepetible. Sin eso, no hubiera podido pensar en el lanzamiento de un single solista. Es una mezcla de varias cosas, lo que lo hace aún más raro. Lo que sí me gusta es la idea de una dirección: cada show tendrá una innovación, un invitado distinto y una lista de temas diferente”.
Aunque jura y perjura que nunca pensó en ser solista, el artista asegura que lo que le dio sentido a este arrebato fue la comprensión de que a lo largo de 30 años hubo un mismo recorrido, con ideas y búsquedas comunes. Sostenido por una estética sonora tanguera, ubicada en el conurbano del arrabal, y cuya taciturnidad era al mismo tiempo tan universal que su emocionalidad melancólica, tensa, malévola y etérea podía conectar con cualquier terrícola de Occidente. Incluso en esta versión madura suya, de lo que puede dar constancia la relectura shoegaze (desvestida de colchones atmosféricos) de “En remolinos”. “Tengo mis años y me siento joven”, confiesa este “gótico rioplatense”, aludiendo al tema de los Reincidentes. “Por eso no siento que haya que reescribir cosas. Está bueno mirar para atrás y cruzar todo”.
Una vez que presenten Hay ruidos arriba, el quinteto empezará a esbozar su próximo álbum, de una impronta no tan distante a ésta ni a lo anteriormente hecho por Fernández. “El otro día fui a ver El mensaje, una película preciosa argentina. Una de las cosas que decía el director (Iván Fund), que se la robo, era que hay una forma de filmar o de componer que no tiene que ver con la forma de realizar la producción. Y con esto me refiero a que la idea sería cómo vos desarrollás una forma de trabajo en la cual no queda otra que hacerlo así”, articula. “Nosotros grabamos en la sala de ensayo, que está en el fondo de mi casa, con unos buenos fierros. Entonces esto terminó siendo original y distinto, y con identidad propia. No tiene que ver con el sonido súper profesional que se espera de una grabación”.
Ante la similitud entre la intención del nombre de su banda con Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, el cantante, compositor y guitarrista se defiende. “Ya me dijeron que me quedó re ricotero”, confirma. “Cuando todo el mundo te lo dice es porque tienen razón. Lo que sí te juro es que hay algo divertido, que terminó siendo poético, porque en marzo del año pasado nos estábamos preparando para hacer nuestro debut y no había forma de que dejara de llover. Como teníamos que tapar huecos en nuestra sala de ensayo, surgió esa imagen apocalíptica. Era la de alguien cabeza dura que quiere resolver algo, en medio del final, en medio de la caída, en medio de la bronca que nos daba todo esto. Algo teníamos que hacer para que no siguiera entrando agua por el techo”.