“Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste?” nos dijeron Astor Piazzolla y Horacio Ferrer hace tiempo y no les faltaba razón. La del pasado sábado 12 de julio, en el parque Lezama, junto a las rejas del Museo Histórico Nacional, quienes amamos la historia vivimos una tardecita inolvidable.

Nos convocó Gabriel Di Meglio que había pensado realizar su última visita guiada por el Museo después que se le comunicara imprevistamente que cesaría a fin de mes en su cargo de Director del Museo. Pensaba compartir una vez más algo de lo mucho que sabe y que investigó sobre la historia popular y de lo que se puede ver en el museo si se aprende a mirar. No pudo ser: el martes 8 se le comunicó que cesaba ese mismo día. Liliana Barela, la Subsecretaria de Patrimonio Cultural, hasta ahora no ha dado ninguna explicación pública de las razones de ninguna de estas decisiones. Tampoco lo hizo María Inés Rodríguez Aguilar, ex Directora Nacional de Museos que el mismo lunes 30 de junio al mediodía los principales medios periodísticos ya anunciaban que reemplazaría a Di Meglio. Mucho menos se dignó hacerlo el secretario de Cultura de la Nación, el “señor” Leonardo Cifelli. Todo lo que se sabe al respecto se basa en rumores y versiones de prensa pero lo cierto es que la reacción y el repudio en la opinión pública fue inmediato, masivo y contundente: se reunieron más de 4.000 firmas reclamando su restitución, se pronunciaron las más diversas personas del ámbito historiográfico y también instituciones reconocidas como el Instituto Ravignani, la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, la Asociación Argentina de Investigadores en Historia y la Asociación Uruguaya de Historiadores. Aún así, ninguna autoridad tuvo la valentía de ofrecer la más mínima explicación. Me corrijo: lo hizo en un tweet el subsecretario de Políticas Universitarias Alejandro Álvarez afirmando “Llora la izquierda. Ideologizaron todo y persiguieron la disidencia. Llegó la hora de liberar a los museos de sus dictados ideológicos”. No puede sorprender porque se trata de un abierto enemigo de la universidad pública y primer responsable de su desfinanciamiento, funcionario de un gobierno que se ha propuesto destruir el sistema educativo, el de ciencia y técnica y, en particular, a las ciencias sociales y a las humanidades ¿Esto es lo que motivó las decisiones de Barela que en algún momento se presentaba como historiadora? Algún día deberá explicarlo… Lo que sí sabemos es que Gabriel es un reconocido historiador, profesor universitario, investigador del Conicet y que tuvo una exitosa gestión como Director del Museo renovando su guion y ampliando sus colecciones. ¿Serán esas las razones de su destitución?

Pero el propósito de estas pocas líneas no es solo expresar la indignación que muchas y muchos compartimos. Lo que me interesa es transmitir algo de esta conmovedora experiencia que vivimos en esa fría tarde de sábado y que como historiadoras e historiadores nos interpela. Gabriel decidió convertir la prohibida visita guiada por el Museo en una charla sobre “la historia popular”. Acudieron varios miles de personas que no solo la escucharon sino que también inundaron el Museo como nunca y lo convirtieron en un espacio vivo. Por supuesto había historiadoras e historiadores pero eran muchos y muchas más las profesoras y los profesores, las exalumnas y los exalumnos, las alumnas y los alumnos, las y los jóvenes, las y los adultos –y algunas y algunas muy creciditos ya--, las trabajadoras y los trabajadores de museos y de archivos, las jubiladas y los jubilados, quienes escriben libros y quienes los corrigen y los editan, quienes los leen y los discuten, quienes frecuentan el Museo y pueden disfrutar de su renovación historiográfica y museográfica, familiares, amigas, amigos… Todas y todos trajeron su indignación, su convicción y su emoción… Se expresó allí un verdadero fervor de Buenos Aires pero lo protagonizaron personas llegadas no solo de la ciudad sino de muchas otras ciudades y también de otras provincias… El listado es incompleto y solo contiene a quienes pude reconocer. Algo muy bueno habrán hecho Gabriel y un equipo de trabajo tan creativo como incansable y responsable para que esta contundente expresión de voluntad colectiva pudiera producirse. Quien haya ido al Museo podrá dar testimonio de cómo lo cuidaron consiguieron mantenerlo y mejorarlo sin más recursos que la capacidad y el compromiso de sus trabajadoras y trabajadores.

Quienes estuvimos esa tarde no debiéramos olvidarla. Fuimos partícipes de una experiencia única y excepcional. Si se prefiere, de un acto político en el más pleno y más profundo sentido de esta palabra bastardeada -como tantas otras en estos tiempos- y que tenemos la obligación de recuperar. Nadie lo organizó aunque muchas y muchos pusieron todo de sí para que este momento fuera posible. Los que estuvimos presentes no éramos un “público” que escuchaba una clase que, por cierto, fue impecable, atrapante y sugestiva. Fue una exposición breve pero fundamentada en argumentos, de esos a los que apelan los buenos historiadores para incitarnos a pensar. Fue una demostración contundente de cómo se ha enriquecido lo que se sabe de la historia popular y cómo esos saberes pacientemente amasados por generaciones de historiadoras e historiadores pueden trascender el ámbito académico, pueden ser disfrutados y apropiados y quizás hasta convertirse en caja de herramientas para transformar la enseñanza de la historia, los modos de exponerla en los museos y disputar sus sentidos.

Se entiende que a las autoridades, a quienes las apoyan, a quienes no tienen obstáculos de acompañarlas a pesar de sus arbitrariedades y desatinos, les irrite. Pero al prohibir que Gabriel hiciera la visita solo consiguieron lo contrario de lo que buscaban aunque nos dejarán con las ganas de compartir las muestras que estaban planeadas y que no podrán –al menos por ahora– hacerse realidad. Sería bueno que quienes compartimos ese momento reconozcamos que de alguna manera firmamos un pacto y que ese pacto nos obliga a insistir y a persistir. Hay muchos saberes para compartir y hay que defender tanto el derecho de acrecentarlos y renovarlos como el derecho a que sean compartidos. ¿Cómo? Habrá que imaginarlo y habrá que inventarlo. Y, al respecto, la historia popular puede enseñarnos mucho pues es una fuente inagotable de ejemplos de creatividad e imaginación aunque todavía haya demasiado que desconocemos. Lo conseguido deberá ser revisado, discutido y enriquecido. Pero, mientras tanto sería oportuno que seamos capaces de convertir tanta indignación, tanta emoción y tanto fervor en una fuerza colectiva que defienda el derecho de nuestra gente a conocer su historia y las contribuciones de sus historiadoras y sus historiadores y que ellas y ellos puedan seguir investigando y nutriendo la conciencia y la cultura histórica de nuestra sociedad.

Quien quiera saber algo de este momento mágico e inolvidable le recomiendo consultar la página de instagram de Gabriel: https://www.instagram.com/megliogabrieldi?igsh=eGd3bnBiNGdvOXcy

Quien quiera descargar los catálogos de las exhibiciones permanentes y temporarias del Museo montadas durante la dirección de Gabriel pueden verlos acá: https://museohistoriconacional.cultura.gob.ar/noticia/catalogos-del-museo-historico-nacional/

Y no se pierdan la exposición permanente “Tiempo de Multitudes” inaugurada en abril sobre las transformaciones de la vida política argentina durante el período 1900-1955. Si las nuevas autoridades deciden mantener la información del sitio web institucional y no arrasan contra todo, una explicación sobre el guión y los ejes temporales de esta última exhibición está disponible en https://museohistoriconacional.cultura.gob.ar/noticia/tiempo-de-multitudes/

* Investigador del Instituto Ravignani, Profesor Emérito UNLu, Profesor Consulto UBA.