Verano, colonia de vacaciones. El año: 1983 o 1984. El agua cae a baldazos desde el cielo y las actividades usuales, pileta de natación incluida, se ven canceladas. La solución para el tedio es proyectar bajo techo una película en Super-8, una de esas versiones reducidas en su metraje que se vendían o alquilaban para el consumo hogareño. El título elegido es Tiburón, el clásico de Steven Spielberg estrenado originalmente en 1975, que los chicos y chicas de la colonia no habían podido ver en pantalla grande en su momento ya que apenas si habían comenzado a gatear. A pesar de comprimir las dos horas de duración en una bobina de poco más de 20 minutos, las escenas climáticas están allí, desde el primer mordiscón del escualo a la cacería en altamar, del peligro inminente mientras los veraneantes se sumergen en el agua a la explosión que hace volar al animal por los aires. Las emociones que transmiten las imágenes y sonidos surten efecto y esa primera vez para la mayoría de los presentes, más allá de los posteriores disfrutes en su versión completa y en diversos formatos, queda grabada en la memoria personal para siempre. La historia es real y cuenta como ejemplo particular del enorme impacto cultural del tercer largometraje de Steven Spielberg, un proyecto que estuvo a punto de hundirse sin posibilidad de rescate y que, en palabras del propio cineasta, pudo haber acabado con su carrera justo cuando esta comenzaba a despegar.
Tiburón cumplió hace algunas semanas 50 años de existencia y la aparición del documental Tiburón: La historia de un clásico en la plataforma Disney+ lo celebra con la usual prestancia de quien tiene acceso a material de archivo invaluable y cuenta con la presencia de decenas de entrevistados dispuestos a recordar anécdotas y detalles interesantes. Entre ellos, desde luego, el propio Spielberg, quien sobre el comienzo es consultado por la voz en off de Laurent Bouzereau -el realizador francés especialista en documentales sobre el cine y su historia, director de títulos como Natalie Wood: What Remains Behind, Five Came Back y Music by John Williams- si tiene algo para decir que nunca haya dicho antes. La respuesta es un enigmático “Ya lo veremos”, aunque casi de inmediato hace una afirmación rotunda: “De alguna manera, Tiburón es una secuela de Reto a muerte, sólo que en el agua en lugar de la ruta”. De cómo ese proyecto que superó los costos de producción y tiempos de rodaje al punto de hacer peligrar su existencia se convirtió en uno de los éxitos más rotundos -y, según varios especialistas, en el primer blockbuster de la era moderna- trata el documental de Bouzereau, trazando orígenes, influencias, desafíos y logros, detallando cada una de las etapas de realización de un clásico inhundible.
EL HOMBRE Y EL MAR
En el comienzo fue el libro, Jaws (“Mandíbulas” o “Fauces”), que a su vez es el título original de la película. Publicada en 1973, la primera novela del escritor Peter Benchley fue un inesperado y rotundo éxito de ventas, ingresando como un torbellino en la lista de bestsellers de esa temporada. Tiburón: La historia de un clásico comienza por allí, con la escritura de ese relato acerca de tres hombres enfrentados a un peligroso tiburón blanco y a la desidia y corrupción de los políticos del pequeño y ficcional pueblo costero de Amity, ubicado frente a la costa de Long Island. Este último y nada pequeño detalle, como se describe en el documental, hizo que el mismísimo Fidel Castro declarara, ante la consulta de un periodista acerca de su fascinación por el texto, que no se trataba de una simple novelita de bolsillo para entretenerse un rato, sino de una “verdadera crítica marxista del capitalismo norteamericano”. Benchley conocía la región y había leído algunas viejas noticias de ataques de escualos en las costas neoyorquinas. Ese bagaje, sumado a la aparición del documental sobre la vida salvaje Blue Water, White Death (1971), centrado en los tiburones de la isla australiana Dangerous Reef, lo pusieron a escribir un relato que también bebe de viejas leyendas y mitos marítimos, tan antiguos como el hombre y los océanos.
Poco tiempo debió transcurrir para que los derechos de una adaptación cinematográfica llegaran al regazo de los productores Richard D. Zanuck y David Brown, en Universal Pictures, y finalmente a Spielberg luego de algunos coqueteos con otros realizadores. La película de Bouzereau destaca un hecho nada menor, una de las claves del éxito de Tiburón: al margen del reparto de profesionales de la actuación encabezado por Roy Scheider, Robert Shaw y Richard Dreyfuss, gran parte de los personajes del film están interpretados por auténticos habitantes de la isla de Martha's Vineyard, en Massachusetts. Ese aire de autenticidad, por momentos bajo un registro seudo documental, es reafirmado por Spielberg cuando recuerda su énfasis en rodar Reto a muerte (1971), el extraordinario telefilm que tuvo estreno en salas de cine en países como la Argentina, en rutas y parajes reales, lejos de la seguridad del estudio y técnicas como la retroproyección. “Podríamos haber filmado Tiburón en tanques y sets al aire libre en California, pero el resultado hubiera sido muy diferente”, describe el director de Jurassic Park y Encuentros cercanos del tercer tipo. Invitado para hacer algunos comentarios sobre ese mismo hecho, el cineasta Jordan Peele avala esa decisión al decir que, si bien se han producido muchas películas con tiburones digitales de un tiempo a esta parte, nada se compara a esa mole de material físico sostenida por un complejo y pesado sistema de movimientos hidráulicos.
Varios habitantes de Martha's Vineyard, que todos los visitantes suelen llamar “la isla de Jaws” y que hoy en día tiene su propio local de merchandising, conservaron filmaciones hogareñas del rodaje de la película, que se extendió durante muchos meses, para el dolor de cabeza de los productores y el estrés y preocupación de Spielberg y el resto del equipo. Algunas de esas imágenes son incorporadas en el montaje del documental para retratar el detrás de escena del rodaje, amén de varias entrevistas de época donde un jovencísimo S.S. reflexiona acerca de su oficio y las dificultades de filmar en el mar. Tiburón: La historia de un clásico también dedica un buen espacio a describir la relación delante y detrás de las cámaras del trío protagónico –tres actores de diferentes generaciones y temperamentos–, en particular el vínculo competitivo entre Shaw (con sus borracheras auspiciadas por el personaje del viejo lobo de mar Quint) y Dreyfuss, reflejo del tenso tironeo entre las criaturas de ficción y viceversa. Asimismo, el propio Spielberg recuerda y relata como el famoso monólogo sobre el crucero de guerra USS Indianapolis, hundido por torpedos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, fue escrito originalmente por su amigo, el realizador John Milius, pero luego acortado y adaptado a la perfección por el propio Shaw, actor y dramaturgo.
TIBURONES, LOS DE ANTES
De la mofa de muchas reseñas de la época, que veían en la película poco más que un divertimento “pochoclero”, a la revisión crítica poco tiempo después; de los guiños a Alfred Hitchcock y la difícil tarea de hacer funcionar el tiburón mecánico durante el rodaje; de las colas infinitas de gente que disfrutaba de la historia por quinta o décima vez; del impacto de un verismo y una tensión que nunca antes el cine de Hollywood había presentado en la pantalla de esa manera; de la influencia posterior de una obra que le abrió las puertas a Spielberg, quien a partir de ese momento tuvo siempre el corte final de sus películas, sin intromisión de los productores; de las nominaciones a los premios Oscar, que no incluyeron la de Mejor Director pero sí la de Mejor Película, que finalmente terminó ganando Atrapado sin salida (“Yo también hubiera votado por el film de Milos Forman”, dice hoy Spielberg entre risas). De todo eso y varias cosas más se habla en el documental. S.S. detalla cómo, al terminar el rodaje, comenzó a sufrir lo que sólo puede describirse como estrés postraumático, con intensos ataques de pánico que sólo lograba controlar de una particular manera: escondiéndose en la atracción basada en la película y construida en los estudios Universal, observando en secreto la reacción del público ante la aparición de la bestia.
Otro pasaje, de contenido extra cinematográfico aunque relevante, pone de relieve un aspecto poco amable, una repercusión inesperada del éxito de la película: la matanza indiscriminada de tiburones que comenzó a darse en todo el mundo. Tan fuerte fue su impacto cultural que, inevitablemente, la idea de los escualos y sus costumbres alimenticias quedaron grabadas en la mente de toda una generación a partir de las imágenes del film, aunque los ataques a seres humanos en la vida real sean realmente escasos y casi siempre extraordinarios. Un puñado de especialistas en la vida marítima admiten, sin embargo, que hoy en día esa fobia a los tiburones quedó en el pasado, y la protección de la especie forma parte de la conciencia ambientalista del público en general. También se consigna algo evidente: el perfecto engranaje narrativo que es en el fondo Tiburón, cómo su historia sigue funcionando a la perfección cuando es disfrutada por los espectadores más jóvenes, su energía tan poderosa como hace medio siglo. De lo que nunca se habla es de las secuelas que siguieron a la película original, tanto en los años 70 como en los 80 y más allá. Mejor así: casi siempre es mejor dejar a los clásicos vivir su vida en paz.