Hoy nos reunimos para celebrar algo inusual y necesario, lo anuncio como un oxímoron: la reedición de un nuevo libro.

Hoy, julio de 2025 se reedita un libro nuevo: Clínica psicoanalítica ante las catástrofes sociales. La experiencia argentina. Salvo en dos imperdibles y nuevos prólogos, coincide en su título y en su texto totalmente con otro escrito en 2002 y publicado en 2003. Ya nos lo había enseñado Borges, en el cuento Pierre Menard autor del Quijote, se los recuerdo: un oscuro escritor francés de principios del siglo XX se propone escribir, pero no copiar, el Quijote de Miguel de Cervantes 300 años después. Y lo logra. Los capítulos, dice Borges, son iguales en cada palabra y cada coma. Menard decide escribir el mismo libro sin copiarlo. Y finalmente el narrador del cuento muestra las notables diferencias entre estos idénticos libros con 300 años de diferencia.

Reeditar un libro nuevo significa que reeditar es reescribir. Aunque se escriba lo mismo ya no será lo mismo. Pero reeditar también es releer. Y ya sabemos que releer después, un mismo libro ya leído antes, es leer otro libro. Porque cambió el libro, cambió el autor y cambió el lector. Los que lo lean por primera vez leerán algo que no fue escrito en 2002. Los que lo relean leerán algo diferente de lo que leyeron antes. Se bañarán, como diría Heráclito, en otro libro.

¿El nombre catástrofe social en 2025 es lo mismo que en 2002? El lector es llevado a un trabajo político de lectura para poder ver, para poder leer lo repetido en lo que irrumpe diferente. Así como la historia cambió entre 1602 y 1918, la aceleración que hubo después de 2002, con pandemia y redes sociales de por medio, nos lleva a un verdadero cambio civilizatorio que como bien dice la nueva introducción, nos impone otro tiempo y otro espacio. Como decíamos antes, otro libro.

En nuestro primer Quijote había palabras como piquete, cacerola, asamblea, empresa recuperada. ¿Les suena? ¿O es español antiguo?

En el 2001 y hasta el 2001 la política era algo que sucedía en la calle. Piquetes, escraches, asambleas, marchas; transcurrían, ocurrían en la calle. Una de las cosas que sucedió en pandemia es que se perdió la calle. Es que cambió la calle. Con Cervantes Don Quijote cabalgaba por caminos, con Menard Quijote twitea con Sancho Panza.

Hoy la calle es el lugar en el que viven y duermen los que están (¡qué espantosa denominación!) en situación de calle. Pero la historia política argentina nos cuenta los grandes acontecimientos callejeros, las patas en la fuente, la plaza de esa fuente bombardeada en el 55, el Cordobazo de las calles cordobesas, las madres de Plaza de Mayo circulando por la plaza, las marchas que aún sobreviven y que Lila Feldman tan bien poetizó en las contratapas de Página 12. Es que política y calle siempre marcharon juntas. Como cada 24 de marzo. La calle fue también el lugar de la represión. Donde circulaban los falcon verdes, donde murieron Kosteki y Santillán justo antes de las jornadas. Hoy la circulación es restringida a la vereda. Nos quieren poner en vereda mientras apalean jubilados. En la calle, claro. Nos quieren, ¿nos pueden? quitar la calle.

Vuelvo entonces a cómo leer a Menard después de Cervantes. Se volvió un lugar común decir que con el diario del lunes es mas fácil entender. Grave error. Hay que saber leer el diario del lunes. Este libro que presentamos hoy es un gran diario del lunes. Pero no sólo para leer bien lo que pasó la semana anterior. Aunque es indispensable, claro. Este diario del lunes es necesario para saber cómo sigue la semana. Un lunes que debe entender el domingo para poder amanecer bien el martes. Las jornadas del 2002 muestran que habían recursos simbólicos que parecían suficientes para pensar la devastación catastrófica de ese momento. Ese es el Quijote de nuestro Cervantes. Pero en el de Menard verán cómo muchos de esos recursos resultan insuficientes. Que la calle quedó en la calle y que las autopistas digitales nos atropellan y generan un desamparo intelectual que Cervantes no tenía.

Y agrego la muerte de algunos, demasiados, de los participantes de las jornadas que nos dejaron en esa intemperie. Silvia Bleichmar, Nacho Lewcowicz, Laura Conte, Isidoro Bernstein, Hugo Hurquijo, Marilú Pelento, Janine Puget. No llegaron a este lunes para ayudarnos a leer este diario.

Pero dejaron algunos mojones que nos guían. Sólo menciono algunos: Silvia Bleichmar hace un diagnóstico político diferencial entre estar a la deriva y estar en tránsito. Y nos esperanza en poder transformar en tránsito a la deriva. Agrega que es importante saber, en estas aguas de Heráclito, de qué puerto se salió; el de Palos catrografía Silvia. En una hermosa discusión, Nacho Lewcowicz plantea que no se parte del puerto de origen sino de un presente actual. Leyéndolos ahora, con más palos que puerto, ¿cómo volver tránsito esta desamparada deriva, queridos Silvia y Nacho?

Los autores del libro y organizadores de las jornadas confluyen en llamar devastación al efecto que genera la catástrofe social en la subjetividad colectiva e individual. Con el consecuente vacío del sentido del futuro.

La vasta historia, la vasta cultura, el vasto tejido social están siendo devastados. A eso se la llama batalla cultural, a una política de devastación.

Hay un presidente que en sus malabaristas y crueles saltos a la autoexaltación se llama a sí mismo el mejor presidente de la historia de la humanidad. Me detengo sólo en uno de sus términos: humanidad. ¿Humanidad? Destruir todo lo que sostiene a lo humano, la alimentación, el trabajo, le educación, la salud, la justicia social son devastados por el mejor de la historia de la humanidad. ¡Qué vasta catástrofe!

Nada de lo humano me es ajeno, decía el exesclavo y gran dramaturgo romano Terencio. Esa frase fue elegida por Carlos Marx como su máxima preferida. Pero después de Freud, la frase resulta ser incompleta; parece cruelmente más acertado decir: nada de lo inhumano me es ajeno. La humanidad del humano no es natural. La naturaleza no le dona humanismo al humano. Es una elección. Una elección política, cada vez más difícil. Pero indispensable. Para saber de qué humanidad hablan los derechos humanos.

Es que no hay humanismo pensable si no se reconoce lo inhumano de lo humano. Es ahí donde se vuelve crítico, como quería el añorado Horacio González, y no romántico. Se trata, insisto, de luchar contra lo inhumano de lo humano.

Para que lo mejor de lo humano no se degrade a ser un resto humano. Esa sería la peor catástrofe.