"Ozzy se comió un murciélago en vivo".
La muletilla se repetía con la misma convicción que "Kiss aplasta pollitos con las plataformas" o "Freddie Mercury se cortó un huevo para cantar más alto". Incomprobable como tanta fake news que proliferaba bajo el corset de la dictadura, donde efectivamente cualquier cosa podía suceder. Tiempo después descubrimos que los pollitos gozaban de buena salud y Freddie no necesitó irse al gremio de los castrati para cantar así, pero Ozzy Osbourne sí había mordido a un murciélago en un show. No fue un gesto meditado, se lo tiraron al escenario, creyó que era de goma y le arrancó la cabeza de un mordisco. Luego corrió a un hospital a vacunarse contra la rabia, una precaución que todos sabíamos inútil porque la que debía cuidarse era la rabia, no Ozzy.
Ozzy, Príncipe de las Tinieblas. Ozzy, la voz de una de las más potentes y viscosas formas del hard rock. Ozzy, el inmortal.
Inmortal, sí. Que los titulares de todos los medios del mundo -incluido éste- digan lo que quieran, pero a John Michael Osbourne no lo mata ni la muerte.
Enciendan los parlantes. Denle sin descanso a la Sagrada Biblia del Rock Oscuro, registrada en apenas dos años y medio: un continuo de Black Sabbath, Paranoid, Master of Reality y Vol. 4. Y a ver quién se atreve a levantar la voz para decir que Ozz está muerto.
Para quienes nos asomamos a la adolescencia en los estertores de los '70, Black Sabbath fue una de las bandas de sonido que necesitábamos. Los sueños del jipismo se habían deshilachado, The Beatles ya no existían, la realidad era gris y necesitaba un sonido que la hiciera temblar. Sabbath -Ozzy, Tony Iommi, Geezer Butler, Bill Ward: los Cuatro Jinetes del Apocalipsis Rock- era el perfecto espantamayores, que concedían hasta ahí en nuestras incipientes diferenciaciones musicales pero escuchaban la galopante demencia de las risitas en "Am I Going Insane?" o la tos a repetición antes de la máquina de demolerlo todo en "Sweet Leaf" y salían corriendo. Bajá ese ruido, querés, decían, y cada vez que lo decían era un reaseguro de nuestra nueva identidad.
La voz de Ozzy partiendo la oscuridad. La voz de Ozzy atravesando esa tormenta de nubes negras y relámpagos lejanos, la leyenda creciendo con cada anécdota de excesos, de merca, de escabio, de rock and roll más allá del límite. Vino a la Argentina y alguna vez salimos preocupados por su estado, pero hubo una noche de Sabbath en La Plata en la que solo hubo asombro, el cierre de un círculo, reencontrar a la adolescencia vivita y coleando con Sabbath volando cabezas a diestra y siniestra. Y en el medio él, con su uniforme negro y sus ojos pintados y ese "¡cucú!" entre juguetón y siniestro. Ningún murciélago a la vista. Solo la voz de Ozzy, nuestra insignia, nuestro prócer único, irrepetible. Inmortal.