Todo empezó con un artículo sobre el proyecto Huemul y el físico austríaco Ronald Richter, que el fotógrafo Pablo Cabado leyó en un diario. La historia, que no conocía más que vagamente, lo decidió a investigar y lo enloqueció de entusiasmo, porque tenía mucho de aventura, de contradicciones, de la densidad del siglo XX. Se tomó un micro a Bariloche por puro instinto y se quedó en un hostel de Playa Bonita, que queda justo frente a la isla Huemul. Era fines de 2018. “Bajé una tarde de tormenta, era un paisaje majestuoso, y la vi por primera vez. Está a dos kilómetros de la playa, pero no tenía idea de cómo se podía llegar. El encargado del hostel me dijo que la gente iba en kayak, pero no me sedujo, porque tenía todo mi equipo encima. En ese hostel conocí a unos chicos tucumanos que estaban viajando, les conté la historia, les interesó y entre los tres le pagamos a un tipo con un bote, que nos cruzó”, cuenta Cabado.
El pequeño grupo se internó en Huemul. La isla está abandonada y deshabitada. La naturaleza ocupó las pocas estructuras que quedaban. Los impresionó el clima de misterio y pasado latente. Cabado se hizo amigo de un velerista profesional que cruzó con su nave el Atlántico, y ahora trabaja en el Nahuel Huapi: él lo cruzaba con las cámaras y se pasaba el día en la isla, fotografiando. Cree que debe haberlo hecho unas veinte veces. El resultado de la investigación y las peregrinaciones es Pequeños soles en la Tierra, un elegante libro de fotografía que fue publicado primero en Holanda –donde ganó un importante premio de diseño– y ahora se acaba de publicar en Argentina, en una edición pulida y con un extenso y apasionante texto del historiador Diego Castelfranco. La edición local viene en un sleeve case con una serigrafía, los libros fueron cosidos en un taller de Avellaneda con máquinas de los años ‘40, un proceso que refiere y homenajea una época.
FOTOGRAFÍA FORENSE
El Proyecto Huemul es una de las tantas áreas en disputa de la historia argentina, y rodeada de un silencio denso. En 1949, Juan Domingo Perón contrató al científico austríaco Ronald Richter para un proyecto de desarrollo de energía por medio de la fusión atómica. Se lo presentó Kurt Tank, el ingeniero alemán que desarrolló el avión argentino Pulqui. Según explica Castelfranco, “su propuesta estuvo enfocada en señalar las virtudes de una estrategia, que presentó como mucho más barata, mucho más simple y sencillamente extraordinaria. En ese momento Richter introdujo la idea de construir un pequeño sol, que él podría manipular según su voluntad. A partir del trabajo que había hecho durante la década anterior, aseguró que podía generar y controlar reacciones de fusión en cadena capaces de proveer energía virtualmente ilimitada, con un costo irrisorio”. El título del libro es la expresión que usó Richter para explicarle a Perón su proyecto: lo que estaba tratando de emular en su laboratorio era la manera en que las estrellas producen la energía, por eso los pequeños soles. De lograrlo, la Argentina no sólo sería pionera, sino que tendría energía muy barata para desarrollarse.
El texto de Castelfranco sigue el derrotero de la construcción del laboratorio y el reactor en la isla, las constantes inspecciones, las pruebas –incluso aquella que Richter consideró como un resultado positivo–, la paranoia del físico y sus caprichos, el sostén de Perón hasta que resultó inviable, las sospechas y escándalos, y el final del proyecto con Richter desalojado, quien terminó su vida en Monte Grande. Para muchos, Richter engañó a Perón, o bien estaba un poco loco, o hubo otro tipo de intereses. Y no hay que olvidar que Richter estaba afiliado al partido nazi, aunque no tuvo nunca una posición militar o de poder. Castelfranco es riguroso y comparte la mirada crítica hacia Richter. Cabado es menos severo. Él entrevistó, entre otros, al físico atómico argentino Mario Mariscotti, autor del libro El secreto de Huemul. “Fui a su casa y me mostró una mesa repleta de cajas. Era su archivo sobre Huemul, que me permitió usar, escanear y consultar”.
Mariscotti, dice, destruye a Richter, “con mucho más autoridad que yo, pero igual tengo una mirada distinta sobre lo que pasó con los experimentos. El proyecto duró muy poco tiempo, desde que llega Richter hasta que se cancela, del ‘48 al ‘52, son cuatro años: yo en ese tiempo ni pude terminar mi casa. Con lo compleja que es la ejecución, con el traslado desde Buenos Aires y por el lago de todas las cosas, claro que demandó mucho tiempo construir. Paul Jürgen Hahn, un físico atómico alemán, sostiene que los experimentos que realizó Richter en la isla Huemul fueron adelantados a su época. Yo lo llamé, hablé con él, tiene el mismo rango que Mariscotti, y lo defiende a capa y espada”.
Por supuesto, el proyecto implicó una locura de gasto, un presupuesto enorme, que nadie puede ignorar, y que podría considerarse dinero del Estado malgastado. Pero Cabado cree que esta lectura es demasiado simplista. “No se puede hacer la lectura fácil de que era un chanta, y el proyecto un fraude, corrupción o ingenuidad de Perón. La idea de desarrollar energía barata nuclear al mismo tiempo que lo intentaban Estados Unidos y la Unión Soviética habla de la ambición y el proyecto de país de Perón. Ningunearlo porque ‘acá no se puede hacer nada’ o por creernos poca cosa me parece una equivocación”. En el libro, el texto principal es de Castelfranco, pero Cabado escribió una columna en la que se permite poner en duda ciertas certezas históricas.
La isla hoy parece inmutable respecto de este pasado conflictivo. Cuando Richter fue desalojado, entró el ejército a hacer prácticas, de modo que muchas construcciones están destruídas y baleadas, incluyendo la casa de Richter, que vivía ahí con su familia. Los laboratorios están derrumbados. Del enorme reactor que Richter mandó hacer dos veces quedan ladrillos y clavos de hormigón. La planta nuclear fue desmantelada y los equipos hicieron nacer a la Comisión Nacional de Energía Atómica y el Instituto Balseiro. La foto de un eclipse sobre la isla parece una imagen fuera del Tiempo, una naturaleza limpia y antigua tan cerca de Bariloche. Cabado nunca se quedó a dormir en la isla, pero hay mucha imágenes tomadas al atardecer. Un colega le dijo que las imágenes tienen mucho de fotografía forense y es verdad: es una mirada sobre el lugar de los hechos, distante y maravillada, pero que no interviene.
LA LOCURA DEL SIGLO XX
En 2020, Pablo Cabado publicó otra investigación y proyecto fotográfico que tiene cierta similitud con Pequeños soles en la tierra: el hermoso libro Psyche es su incursión en el pabellón-museo del hospital Moyano donde trabajó Christofried Jakob, inmigrante alemán y figura clave en la neurobiología argentina. Accedió al lugar, que es muy poco conocido, gracias a su amigo Gastón Solnicki, relacionado con el entonces director del lugar. El Museo Jakob, que no puede visitarse, conserva ejemplares de cerebros humanos y animales. No sólo hay cerebros, sino también cabezas enteras, todas en formol y en cristal, algunas de macabra y plácida belleza. Jakob era un hombre de su época que trabajaba con los cuerpos que le conseguían, pero es un médico estudiado y reconocido, más allá del olvido en el que está sumida su figura. Ni merece ni tiene el escarnio destinado a Richter, jamás hizo algo tan caro y controversial. Sin embargo, más allá de que eran germanos e investigadores pioneros en sus disciplinas, algo más los une.
“Tiene que ver con la locura del siglo XX”, dice sin dudar Cabado. “Yo me siento del siglo XX en todos los sentidos. No es que ahora no exista el descubrimiento, pero es diferente. Yo creo que casi no existe. La calle ya no es sexy para fotografiar, está lleno de cámaras, de teléfonos... por supuesto es más profundo que eso, pero hasta en la superficie no queda misterio, no hay tantas buenas historias. Estos personajes complicados dejaban la vida y sus trayectorias eran pequeñas épicas desordenadas, el espíritu de época era épico. Mucho de lo que hacían puede ser cuestionable con la mirada de hoy, pero a mi me fascina que iban atrás de una idea, en bolas, a ciegas, no eran billonarios, eran como exploradores en la selva con gran pasión por el conocimiento. No eran CEOS”.
La validación de los experimentos de Richter que se hacían en el laboratorio se ejecutaban con el uso de la fotografía. El espectómetro tenía una placa fotográfica. Cuando se hizo la conferencia donde Richter anunció el resultado positivo de la fusión nuclear, se mostró el logro en una foto. Ese archivo de imágenes no existe más, se perdió: eran las pruebas de los experimentos. Cabado quiere continuar con el trabajo sobre Huemul y Richter tomando este archivo perdido. “Ellos sostienen que se habían logrado resultados positivos con una placa fotográfica. Entonces el proyecto consiste en recrear imágenes fotográficas utilizando película de 4 x 5, el mismo material que se usó en la isla. A través de un ejercicio conceptual y estético, las imágenes serían una reinterpretación abstracta de lo que podría haber registrado aquél espectómetro de Richter durante los experimentos. Quiero construir una narrativa visual a partir de lo perdido, y reflexionar sobre la naturaleza fragmentada de la memoria histórica”.
Cuando a Pablo Cabado le dijeron que estas fotos parecen forenses, quizá también se referían a una segunda mirada: la de la propia isla. Oscura y dormida, es la testigo muda de experimentos, inspecciones, soledades en el confín, conspiraciones: escenario de la historia argentina, de su poderío simbólico y narrativo, de sus enormes expectativas y sus insondables frustraciones.