Tengo dos hijas: Olivia de 19 años y Nina de 15. Cada vez que aparece en televisión o en alguna red social alguien desconocido para mí les pregunto quién es y la respuesta, en el 99 por ciento de los casos es tan breve como contundente: “Un/una influencer ”. Al principio yo solía insistir: “¿Y qué hace?” a lo que me miraban con condescendencia y respondían “Es influencer”.
No tardé en notar lo obvio, ellas naturalizan la existencia de una figura que me costó aceptar: el “famoso puro” o “famoso de síntesis”. Sí, como una droga de síntesis. O sea, el famoso per sé, el famoso en sí, sin mayor mérito ni habilidad que el haber alcanzado la fama. Intenté explicarles cómo, cuando yo era chico, esa figura casi no existía. Si alguien era famoso era porque jugaba muy bien al fútbol, o era una gran actriz, o un gran escritor. Siempre había un mérito más allá de la fama en sí misma. Y ese mérito, habilidad, logro, trascendía esa fama, no estaba atado a ella.
Ya en 1977 Susan Sontag analizaba esta división entre ser/simular de forma brillante. Nos hablaba de lo que ella llama “la economía de las imágenes” analizando entre otras cosas el comportamiento de los turistas y el uso de sus cámaras fotográficas portátiles. “Ya no deseamos vivir, sino el valor simbólico de la vida. No buscamos experiencias, sino souvenirs. No queremos estar, sino certificar el haber estado”, escribía. En los siguientes cincuenta años y con la llegada de las redes sociales, la situación se intensificó. Ya no habitamos, no comemos, no disfrutamos, no vivimos si no es a través de la representación, la cual termina siendo más importante que la experiencia, que el habitar.
Di el ingreso a la Escuela de Bellas Artes en 1992, mismo año en el que empecé a trabajar con Enio Iommi, sin comprenderlo del todo ni terminar de entender quién era ni realmente merecerlo. Simplemente me pasó. Pero no era tonto y enseguida me di cuenta dónde estaba. En pocos meses me encontraba totalmente embriagado de todo lo que habían significado los colectivos artísticos de la década del ‘50 aquí en Argentina, fascinado por sus debates, publicaciones y manifiestos. Obviamente todo eso me llevó a conocer enseguida las vanguardias europeas (suprematismo, dadaísmo, expresionismo, etcétera) y a fascinarme, casi hasta la obsesión, con todo lo que fueran colectivos artísticos. Pero eran los ‘90 y al igual que ahora, lo colectivo no estaba nada de moda. Solo importaba el éxito individual y mis intentos por replicar esos trabajos grupales fracasaron una y otra vez.
Por eso mi obra de arte favorita es el Manifiesto Invencionista y todo lo que produjo. Voy a hacer una descripción taxativa y simplista para no aburrirlos: entre muchas cosas plantea que la figuración, la representación de la realidad es la muerte del arte, porque implica una falsedad. Por ende el arte no debe representar nada, debe ser concreto, directo, puro. Celebra el nacimiento de un arte que no se limita a representar la realidad (pintar paisajes, retratos, escenas alegóricas, héroes, musas) sino que es en sí mismo.
Siempre lo tengo presente y me resulta divertido aplicar las ideas del Manifiesto Invencionista al mundo de hoy y cómo la búsqueda de ser, de estar, de habitar (arte concreto) parece una filosofía mucho más sana y vital que abandonarnos al mundo de la simulación (arte figurativo).
Y obviamente admiro y envidio en dosis similares el que toda su obra se construya desde lo grupal, lo colectivo. Priorizando el todo por sobre las partes y como siempre, en el arte, en la vida, el colectivo lejos de anular lo individual, lo enriquece.
Nobleza obliga: al Grupo de Arte Callejero, que es el colectivo artístico en actividad más importante de Argentina, lo crearon dos compañeras mías del ingreso a la Pueyrredón, Lorena Bossi y Mariana Corral. Sí, en los ‘90, en plena era del individualismo, probando otra vez que de momentos malos pueden surgir cosas hermosas.
Juan Pablo Cambariere es artista plástico y diseñador gráfico. Trabajó como ayudante del escultor Enio Iommi durante siete años. Desde 1997 viene trabajando en Usted está aquí, su proyecto escultórico. Se trata de un sistema de muñecos/marionetas de madera de diferentes formatos mediante los cuales intenta retratar y reflexionar sobre la sociedad actual. Ha realizado exposiciones individuales y grupales en Nueva York, Berlín, París, Londres, Milán y Buenos Aires. Actualmente está mostrando Riesen (Gigantes) en la galería Mar Dulce.