Cuando Los Macocos cumplieron 30 años eligieron reestrenar su obra más emblemática, La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi. Ahora están cumpliendo 40, y fueron más allá: inventaron una obra nueva, que es prueba de varias cosas. La vigencia del cuarteto de actores; una sintonía grupal que, surgida en la Escuela Nacional de Arte Dramático en los '80, se ve intacta; lo mismo que la exploración, la búsqueda de riesgos y la frescura. Con afilada dirección de Mariana Chaud, en lo que es su primera colaboración con el grupo, ¡Chau, Macoco! es una verdadera fiesta de cumpleaños en el Teatro San Martín que sintetiza y condensa cuatro décadas de teatro, humor y una poderosa conexión hacia dentro y con el público.

¡Chau, Macoco! -el título suena a despedida de los escenarios, pero nada indica que esto vaya a suceder- fue definido como un viudrama, en un juego de palabras con el concepto de "biodrama", acuñado por Vivi Tellas para aludir al teatro que pone en escena biografías. Gabriel Wolf, Daniel Casablanca, Marcelo Xicarts y Martín Salazar hacen, por primera vez, los cuatro de mujeres y encarnan cada uno a su propia viuda, señoras que están circunstancialmente unidas por el acontecimiento de la muerte y que deben cumplir la voluntad de que las cenizas de sus esposos sean esparcidas juntas en una sala teatral. Riéndose de su propio final, Los Macocos convierten al tema más álgido de todos en algo desopilante. Pero habría que decir que el tema de la obra no es precisamente la muerte sino la vida. Como pasa en los velatorios, aquí de lo que se habla es de la vida de cuatro hombres dedicados a una pasión, de cuatro amigos que decidieron entregarse a ella y vivirla en conjunto.

Esta obra es una fiesta en un sentido que excede los 40 años de existencia, algo que ya de por sí sería motivo de celebración. Los Macocos, seguramente uno de los grupos más longevos de la escena nacional, representan y celebran muchas cosas que en este contexto están en crisis o, mejor dicho, señaladas, atacadas: la grupalidad, el teatro, incluso las derivas de la educación pública. El tema de la obra es, entonces, el teatro, si es que fuera posible separarlo de la vida en este caso. 

"Esta decisión de contarnos es una decisión política. Es como si fuera Teatro x la Identidad. Porque nuestra identidad está totalmente bombardeada, destrozada, bastardeada, puesta en jaque, boludeada", dijo Salazar a Página/12 días antes del estreno. La obra está cargada de sentido político sin bajada de línea: "Un actor, un espectador, una silla, una mesa, una luz, un concepto. Y uno o dos subsidios, ya es teatro", dice Casablanca en un pasaje del espectáculo festejado por el público, en un momento de recortes y subestimación a la actividad por parte del gobierno nacional.

Estas viudas con peluca y anteojos negros -cada una con una impronta física y energética singular- reciben al público en el hall de la sala Casacuberta con las urnas de madera donde están las cenizas de sus macocos y, muy cálidas, permiten que se saquen selfies con ellas. Dentro de la sala son el hilo conductor del espectáculo, las maestras de ceremonia, la excusa perfecta, el disparador para que Los Macocos puedan contarse a sí mismos. Entran y salen de la escena, y toda vez que aparecen reflejan tensiones entre ellas, se despachan hablando mal de sus maridos -quienes vivieron para llamar la atención, dentro y fuera de casa-, tienen inconvenientes con las cenizas y van construyendo una trama que deriva hacia la muerte del último Macoco, una situación esperada por aquellas que hacía tiempo se veían obligadas a guardar las cenizas en sus hogares.

En el arte, dar origen a un adjetivo es un logro, y a lo largo de estos años Los Macocos lo han conseguido: este espectáculo es bien macocal. No se agota en la presencia de las viudas -más que personajes, sus alter egos-, sino que salta de un registro a otro con naturalidad, lo que lo vuelve muy dinámico. Elementos de la puesta como la escenografía y la iluminación sostienen bien los vaivenes. A lo largo de la obra, cada actor tiene su momento al borde del escenario. En soledad, cada uno se dirige a público con un monólogo en el que revela cómo llegó al teatro, al grupo, o cómo conoció a alguno de sus compañeros. Son escenas íntimas, emotivas, que no dejan de ser graciosas, incluso por las apariciones furtivas de los demás desde detrás de unas puertas, interrumpiendo o acompañando con humor esas confesiones.

Estos monólogos aparecen intercalados también entre otras escenas de cierto surrealismo absurdo, que tienen la forma y el carácter de recuerdos. En una de ellas, Xicarts está disfrazado de "bichito del teatro, ese que te pica y te dice 'hacé teatro'", atacando a "gente inocente que podría tener un futuro brillante", mientras en un cochecito están metidos los otros Macocos como bebés. Una clase de teatro de los '80 con un profesor insoportable, egomaníaco y maltratador (Salazar), y un camarín en el que un actor (Casablanca) se prepara son otros momentos. La música tiene, definitivamente, un gran protagonismo en esta fiesta, que también conduce a un universo paralelo en el cual Los Macocos muestran en qué se hubieran convertido de no haber sido quienes son. Esa es, quizá, la apuesta de ¡Chau, Macoco!: por fuera de la nostalgia o el homenaje, la reafirmación del teatro como decisión de vida, como juego serio, espacio de resistencia y pacto colectivo.

¡Chau, Macoco!
9 puntos.
Dirección: Mariana Chaud
Diseño de escenografía: Ariel Vaccaro, Paola Delgado
Diseño de vestuario: Analía Morales
Diseño de iluminación: Eli Sirlin
Canciones: Los Macocos
Música original: Los Macocos y Tomi Rodríguez
Diseño sonoro y arreglos musicales: Tomi Rodríguez
Realización y puesta de video: Francisco Chiapparo
Coreografía: Luciana Acuña
Asistencia de dirección y producción: Macocal Jimena Morrone
Asistencia de iluminación: Francisco Toia
Funciones: miércoles a domingos a las 20.30 en Teatro San Martín (Avenida Corrientes 1530).