1.

Cuando tenía dieciocho años a Fátima Pecci Carou se le ocurrió estudiar Comunicación Social. En esa intención ya estaba algo de lo que terminó siendo lo que hace, que comunica, que es social, pero que tiene una intención disidente. Cuestiona las formas de decir, aunque dice. Cuestiona a la sociedad, aunque pertenece activamente a ella. A los pocos meses de empezar el CBC, Pecci abandonó esa carrera gracias a una amiga de cursada que le marcó el camino del arte, le dijo que el arte se podía estudiar. Empezó estudiando la historia y la teoría del arte, que le resultaban interesantes y densas a la vez. El primer atisbo de feminismo puede que le haya llegado cuando se dio cuenta de que “la historia del arte estaba contada por hombres”. Es que la Historia es la historia del arte, esa es una enseñanza de los saberes barrocos. La “realidad” está más condicionada por el arte que lo que el realismo quiere. Investigar quiénes cuentan la historia devela la tónica con que la historia se termina tocando. 

Pero Pecci no podía estudiar. Se dispersaba imaginando. Rápidamente se encontró traduciendo en dibujos lo que sucedía en los libros, convertía en imágenes los textos que entraban para el parcial. Después de algunos periplos por el IUNA terminó ingresando en la Universidad del Museo Social Argentino, con ese nombre misterioso que tiene,  ya no con libros sino con maestros que le enseñaban cómo pintar y cómo dibujar. Las técnicas necesarias para lanzarse y deformar lo que tocaba, como hace ahora.  Se recibió con una tesis en la que se preguntaba sobre la representación de la muerte. Si en vez de muerte decimos terror, estamos al borde de encontrar el tema que a Pecci le obsesiona. El tema no es tampoco el terror en sí, sino la forma de redimirlo. 

En paralelo a esto trabajaba en un call center del  recordadísimo Sprayette, vendiendo chucherías tecnológicas a la gente por teléfono y tonificando su habla serena y punk. Años después ingresó al Estado a trabajar en el Ministerio de Salud, también hablando por teléfono. Esta vez no vendía nada, sino que escuchaba a la gente (de verdad, no como muchos de los políticos profesionales), preguntaba qué necesitaba y trataba de orientarla en alguna solución. “Ministerio, buenas tardes” era la clave en la que Fátima encontró su relación con el bienestar general y con el peronismo. Se hizo peronista cuando se acercó al sindicato ATE. Hay que decir que su peronismo es extraño, pertenece a una rama que el movimiento aún no pudo encolumnar, y quién te dice nunca pueda hacerlo. Esa rama está proliferando, es nueva (aunque está impulsada por cientos de tradiciones) y tienes formas flamantes, se llama feminismo. Un viento de tarareo femenino recorre todos los espacios en los que vivimos. En los que actualmente vivimos. Lo femenino es reconocido ya no con las viejas reglas canallas del machismo, los electrodomésticos y la crianza de hijos sino como fuerza, como algo que no se reconoce del todo, como algo nuevo, no figurativo, algo que reclama nuevos conceptos de entendimiento. El feminismo actual está por verse, viene llegando el polvillo que levanta. Se viene una época nueva.

2. 

¿Qué es lo que hace? Desde la serie “Algún día saldré de aquí”, donde pintó 230 retratos de mujeres asesinadas, desaparecidas o confinadas por la trata, Pecci traduce el calvario de algunas escenas femeninas (los allanamientos, los prostíbulos) a situaciones que se parecen a frescos para la acción, a imágenes iconográficas para una mitología laica de las minas brillando en la autoconciencia. Se distancia y se complementa de la larga marcha de las pinturas prostibularias que van de Toulouse Lautrec  al brasileño Di Cavalcanti. Su arte proviene del dolor de algunas mujeres en el mundo y se expande hacia un mañana a corto plazo en el que el lugar donde vivimos se podría llamar mundo mujer. En esa comunidad viviríamos también los varones y viviríamos más tranquilos, no tan alertas al problema del poder, a la obsesión por alcanzarlo, a la estabilidad de la estructura mental que tanto daño produce. El feminismo tiene de extraño y prominente algo: en el medio de la crisis de representaciones tradicionales de la política plebeya, logra colar la posibilidad de algún cambio más o menos drástico sin disputar poder, sino fundando espacios desde la fraternidad y el don. 

Agustina Sicoli
2 Fanzine riot grrrl. Collage y acuarela

La muestra que está colgada en la galería Selvanegra de Villa Crespo se llama Kosupure/Cosplay. Está curada por Marcelo Galindo, que le dio unos toques extraños a la propia obra de Pecci contribuyendo a la metonimia entre sus pinturas y algunos objetos que andaban por ahí, como facsimilares de procesos judiciales que narran el divorcio de la propia artista y el proceso que la justicia le hizo por pintar paredes junto a sus compañeras con consignas pertinentes y objetivas como “NI tuya ni yuta”. Digamos que hay obras de arte, con su clásica plasticidad, y “obras sociales”, registros de las formas de vida actuales. Los restos de la época, como la mochila con la que se camina del Congreso a la Plaza De Mayo, las zapatillas con las que se caminó, los volantes extravagantes de prostíbulos del primer mundo o la propia selfie de Pecci en medio de hombres practicando artes marciales. Ahí reside una clave: lo suyo es una actitud ninja sin lastimar a nadie para barrer con las jerarquías. 

El Cosplay es la actividad que personas reales, también llamados cosplayers, encarnan al juntarse con otras personas para recrear personajes, especialmente del animé. Las reuniones provienen del idilio con el imaginario del videojuego, del manga, del comic y de ciertas películas. El arte del cosplayer es llegar a ser lo que se proyecta en la pantalla o en un papel. Volver carne una interpretación. Disfrazarse de un personaje en el que pone sus propias ganas, sus propios condicionamientos, sus propios miedos, su magia dormida por la vida dañada. No se inventan un personaje sino que están animados por personajes que ya existen e intentan emular. Imitan lo que no existe como tal, como cosa, sino que existe en el imaginario estético popular y raro de algunos países. Las cosplayers del manga son las protagonistas de la mayoría de los cuadros de la muestra, chicas de enterito generalmente sin boca con la que hablar pero con ropa cómoda para pelear, incluso con semejanzas a La Novia, de la película Kill Bill. Están arrojadas al mundo, en actitud de congoja o de revancha. Puestas ahí, colocadas de pena o de furia. En salones burgueses con alfombras, mesitas ratones, plantas, todo muy bien decorado, con aires de estilo similares a los de la vieja galería Witcomb, donde los primeros pintores de la “época bella” vendían los primeros cuadros del mercado nacional. La discusión es si ellas son parte del ornamento o si son lo único viviente. ¿Están a punto de huir? ¿Están confinadas? Esa duda implica pensar en si lo que hay es un terror letal o si se puede escapar de las situaciones espantosas. Pecci está buscando esa salida a la vez que busca la manera de pintarla. No pinta la salida, sino el espacio que implique la reconstrucción de lo femenino potencial en medio de una trampa: lo viril y decadente de nuestra época. 

3. 

El feminismo estético y político se va radicalizando desde que existe en la Argentina. De alegorías sobre el nacimiento, a la crítica de la sexualidad alienante. La capacidad de fundar dionisismo en el espacio público de Lola Mora. Las tribulaciones de Gertrudis Chale o Raquel Forner con respecto a la relación entre maternidad, territorio y muerte. El surrealismo en clave zombie perpetrado por los personajes de Mariette Lydis. El colorinche ochentero de las militantes, las señoras extravagantes y las putas que pintaba Marcia Schwartz. Incluso el espacio disponible en el que Liliana Maresca convertía su propio cuerpo, “apto para todo destino”, profanándolo y volviéndolo sagrado en el mismo movimiento.

Agustina Sicoli
3 Maniqui. Objeto

Las chicas de los cuadros están rodeadas generalmente de cuadros, están acechadas por fantasmas, pero son fantasmas reales. ¿Puede ser real un fantasma? Bueno, las obras de arte quizá tengan ese privilegio. Son mitos que se pueden tocar. A esos cuadros se los puede dividir en dos: un primer grupo en el que hay generalmente mujeres desnudas en situaciones idílicas, la contracara de la situación de los personajes. Están en relación de bacanal con la naturaleza, enchastradas con la flora y la fauna, felices ahí. Por otro lado, un segundo grupo en el que aparecen personajes masculinos de porte romántico, adustos en situación de cacería y de mando. Que se comportan con frialdad y arrogancia y se relacionan con la naturaleza de manera coercitiva. O bien la liquidan o bien la utilizan como instrumento para sus correrías, muy seguros de sí mismos. Los cazadores son un poco chantas, cada vez lo son más, porque las cosas están cada vez más emuladas para que puedan cazar sin aventura. Un poco están pasados de moda y otro poco están avergonzados, cuando no asustados por obstáculos culturales escandalosos para bien. Son los cazadores o los pioneers al estilo Francis Mallman, que creen amar la naturaleza pero lo que hacen es publicitar ese amor. Huyen del mundo pero no huyen tanto porque lo cuentan, vociferan el abandono de una civilización que supuestamente les produce rechazo.  Pero el interlocutor de sus narraciones y anécdotas es la propia civilización, con lo cual no logran irse tanto.  

Esos personajes son claves, pero en los cuadros de Fátima hay también personajes que imaginamos detrás de escena, a punto (o luego) de perpetrar algún tipo de relación con la mujer, que también podría ser una trabajadora sexual orgullosa, a punto de vengarse de la arrogancia del cliente que se cree su dueño. En ese caso las personajes no estarían al alcance del terror sino que vivirían para la astucia. Esos hombres están a punto de relacionarse con las mujeres creyéndose vivos. En síntesis: los hombres aparecen por acción u omisión, pero entonados por su propia impunidad. 

4. 

Hubo un tiempo en que estaba de moda preguntarse qué importa quién habla o qué importa quién hace. ¿Cómo que no importa? Lo que no importa no importa porque lo desdeñable es la obra. El autor cae con ella. Cuando pasa algo en la obra, cuando en ella se genera un escenario de resistencia y de perplejidad, importa y mucho quién está detrás. Hay una frase nacional para definir ese no importar ni de la obra ni del autor, la dijo el padre Mujica en 1973, cuando renunció a su puesto en el Ministerio de Desarrollo Social: “Acá no pasa naranja”. Es el espectador que no puede ser autor, entonces huye realmente del mundo para no volver la vista nunca más, para fundar desde otra perspectiva. 

Agustina Sicoli
4 Moé rapera. Acrílico sobre tela

En el medio de la sala hay una maniquí decapitada con una mochila llena de tachas y parches con inscripciones combativas en la línea NiUnaMenos. Ese tótem de plástico indica algo. En la mochila carga  un cuadro, que está ahí como escudo, como mapa y como espacio para la devoción ante momentos de duda. El Sistema del Arte también está en decadencia y los cuadros cada vez circulan más en paredes inesperadas, o directamente al aire libre. Las galerías tienden a cerrar acuerdos con artistas que sueldan fierros o contratan mucha gente para trabajar. Mientras tanto, en la calle o en departamentos de dos ambientes, el arte sin el Sistema a cuestas intenta vericuetos para una sensibilidad nueva, brindada al público con vasitos de plástico, direcciones por inbox, asambleas con megáfono o cartón pintado que cobra vida para discutir con la parafernalia. El gran formato vital es la negación, el combate, al gran formato estético, que está tan herido de muerte como la pavada de la hombría.

Kosupure/Cosplay se puede ver en Selvanegra, Gurruchaga 301, Villa Crespo