Cuando cae el otoño 7 puntos
Quand vient l'automne; Francia, 2024.
Dirección: François Ozon.
Guion: François Ozon, con la colaboración de Philippe Piazzo.
Fotografía: Jérome Alméras.
Música: Evgueni y Sacha Galperine.
Duración: 103 minutos.
Estreno: en salas de cine únicamente.
Michelle tiene unos 80 años, vive sola en una antigua, modesta casa de un pueblo en la campiña francesa y pasa sus días cuidando su jardín, haciendo palabras cruzadas y preparándose la comida –la sopa de zanahorias luce tentadora- con el fruto de su huerto. Da la impresión de ser una vida apacible, pero algo de su pasado sin embargo parece atormentarla. No por nada le presta particular atención a ese sermón de la misa dominical, cuando el cura se refiere a María Magdalena: “¿Una pecadora? Esa mujer fue perdonada porque dio mucho amor”.
Autor de 24 largometrajes en poco más de 25 años de trabajo, el realizador francés François Ozon es uno de los más prolíficos de su país. Y también uno de los más eclécticos. Salta de un tema a otro con la misma facilidad con que cambia de estilo. En un film puede ser oscuro (Bajo la arena), en otro luminoso (El refugio) y en otros lisa y llanamente frívolo (Ocho mujeres), por no decir absurdo (Ricky). No le teme a la farsa (Ese crimen es mío) ni al ridículo (Potiche), pero también sabe ser sobrio y profundo (Frantz, Por gracia de Dios). Su film más reciente, Cuando cae el otoño, premiado el año pasado en el Festival de San Sebastián, lo encuentra asentado como un narrador clásico, sin duda porque así se lo pide su protagonista, esa mujer mayor dispuesta a defender lo que ella hizo de su vida. “Todo el mundo se merece una segunda oportunidad”, dice de alguien, cuando en realidad está hablando de sí misma.
Hay algo engañosamente simple en la trama de Cuando cae el otoño, que hace que resulte difícil sintetizarla sin arruinar parte de la experiencia del espectador. El film no está pensado en función del suspenso sino de las relaciones entre los personajes, pero aun así conviene adelantar lo menos posible, porque detrás de cada recodo del relato suele encontrarse alguna pequeña sorpresa, o una deliberada ambigüedad, que el director y coguionista dosifica con unas elipsis casi imperceptibles, pero que van dejando lugar a la interpretación y a la duda, como si Ozon quisiera señalar que no es posible encasillar a sus personajes. La vida suele ser más compleja de lo que parece.
No se puede ocultar que hay una muerte y una investigación policial, pero Cuando cae el otoño no es un polar ni mucho menos un thriller. Se puede asociar ese ambiente de provincia con el mundo de Georges Simenon, pero en el film de Ozon no asoma esa sordidez propia del creador del Inspector Maigret, ni el vitriolo que Claude Chabrol solía extraer de la adaptación de sus novelas. ¡Qué puede haber más bucólico que salir de paseo en busca de hongos silvestres para preparar el almuerzo en familia! Pero como ya sucedía en otro estreno francés reciente –la extraordinaria Misericordia, de Alain Guiraudie- nunca se sabe bien qué esconde un delicioso champignon.
La película viene a sugerir que los lazos de sangre a veces son, quizás, menos importantes que los vínculos que se crean a lo largo de una vida, que van formando una suerte de familia elegida. Es el caso de Michelle y su amiga Marie-Claude, “hermanas” más allá de su parentesco. Al final de sus días, saben que no han hecho todo bien (“Es difícil decirlo, pero con nuestros hijos la arruinamos”, dice una de ellas), pero aun así no se resignan, siguen adelante. Cuando cae el otoño no sería la misma sin las dos estupendas actrices que interpretan esos personajes, Hélène Vincent y Josiane Balasko. Al elegirlas, Ozon no sólo buscó su talento sino también sus cuerpos y sus rostros, alejados del gimnasio y del quirófano. Hacerlas protagonistas sin paternalismos ni condescendencias es un gesto poco común.