ATENCIÓN: esta columna contiene spoilers sobre Star Wars - Los últimos Jedi.

La escena que mejor condensa el espíritu con el que el director Rian Johnson abordó uno de los monstruos sagrados del cine de Hollywood aparece a eso de los diez o quince minutos de película, cuando ya transcurrió la acostumbrada secuencia inicial de batalla en el espacio. Es la continuación del majestuoso cierre de El despertar de la Fuerza, el encuentro entre Rey y Luke Skywalker en una cima del planeta Ahch–To, el final a toda orquesta con el héroe ya envejecido en intenso silencio y la mano extendida con su viejo sable de luz. Una construcción dramática que tuvo en vilo dos años a los fans de la saga: ¿Y ahora qué? ¿Qué tendrá para decir el otrora aprendiz de Obi Wan Kenobi y Yoda, devenido maestro y desaparecido en circunstancias misteriosas? ¿Qué diálogo casi shakespereano podía darse entre Luke y Rey, la heroína encargada de reencender la llama? Al fin la cámara vuelve allí, silencio expectante en la sala...

...Y Luke mira el sable, lo tira por encima de su hombro con desdén como quien descarta una lata vacía de gaseosa y se va, dejando a Rey, y a la platea, atónitos. 

Chapeau, Sr. Johnson. 

Hasta el más fan de la saga ya entendió que lo iniciado por JJ Abrams es tanto una continuación como una actualización. En algún sentido, hasta un cover: bien mirada, El despertar de la Fuerza es casi la misma película que Una nueva esperanza, y en más de un sentido Los últimos Jedi es una especie de símil de El imperio contraataca. Para innovar en serio están cosas como el spin off Rogue I, probablemente la mejor de todas, la primera película auténticamente “de guerra” en una serie que lleva la palabra en su título. Pero aún dentro de las reglas del universo creado por George Lucas, tanto Abrams como Johnson se permiten poner un sello que viene distinguiendo a esta nueva trilogía, que se pone por encima de los episodios I, II y III.

Allí donde Lucas exageró la gravedad de sus personajes, equivocándose en su propio camino, los guiones de estas nuevas películas respetan la fresca esencia de las de 1977–1983. Hay grandes ejemplos, como el encuentro entre Luke y el espíritu de Yoda, que no solo le sigue diciendo “joven Skywalker” sino que además lo caga a pedos como en los viejos tiempos. O el hilarante diálogo entre Poe Dameron y el General Hux, que aunque se esfuerce no consigue dar el piné como villano. Cuando R2D2 apela a proyectar el holograma de la princesa Leia con su legendario “Ayúdanos Obi Wan, eres nuestra única esperanza”, para convencer al reticente maestro jedi, hay un golpe bajo para él y una conexión directa al corazón de la saga. La melancolía que despierta la imagen de Chewbacca en soledad bajo el Halcón Milenario se balancea con la gracia del intercambio de miradas entre un porg y el wookie, que está intentando comerse... un porg asado. Y ya no está Han Solo, pero su espíritu se condensa en DJ, un notable Benicio del Toro tartamudo que además aparece cuando la película se concede su propio momento Casino Royale.

Si en el episodio VII Adam Driver producía algunas dudas, aquí su Kylo Ren se pone los largos, entiende que la mascarita a lo Darth Vader es una payasada y tiene un gesto que linkea con El regreso del Jedi, pero a la vez bien diferente: Darth Vader daba cuenta del Emperador como forma de redención ante su hijo, pero cuando el seguidor de los Sith se harta de la soberbia de Snoke opta por el golpe de Estado para convertirse en el nuevo líder de la Primera Orden. Y Daisy Ridley la rompe: combinada con aquella Jyn Arso de Felicity Jones, su Rey viene a demostrar que en esta saga las mujeres no son simples espectadoras de lo que hacen los héroes, sino que toman el toro por las astas. La gran incógnita, claro, es cómo se resolverá la obligada ausencia de Carrie Fisher para darle un cierre a la historia de Leia.

El rubro de los secundarios y sidekicks, además, está bien cubierto. BB-8 sigue siendo un gran sucesor de R2D2, y además es quien se encarga de pronunciar, aunque en beeps y silbidos, la célebre frase “I have a bad feeling about this”; C3PO tiene apariciones acotadas pero bien colocadas (“Borrá ese gesto de preocupación de tu cara”); Finn y Rose Tico ocupan con el tono justo sus lugares en la nueva Resistencia; la Almirante Holdo de Laura Dern es pura elegancia para el sacrificio, y su momento de complicidad con Leia es puro disfrute. Y así, este segundo episodio de la nueva trilogía hace que el fan de Star Wars respire aliviado. La cantidad de spin offs y el anuncio de una cuarta trilogía -también a cargo de Johnson- producen algo de inquietud, el temor de que terminen resecando la vaca galáctica. Pero todo aquello que resultó disfrutable hace años vuelve a funcionar aquí, para el veterano y para los pibes de hoy, que salen del cine soñando con sables de luz, con un poder místico y milenario que es más que “hacer flotar piedras”, con naves de alas en X y un armatoste legendario, la chatarra más veloz de la galaxia. Con la fantasía en estado puro, la suspensión de la realidad en la oscuridad de la sala, eso que sigue haciendo del cine un asunto único. Con la convicción de que la Fuerza sigue siendo poderosa.