Cine en Comunidad es una herramienta para que las personas puedan expresarse sobre temas de su interés, a través de la pantalla grande. Es una manera de dar acceso a la creación cultural democratizando el cine, pero proponiendo una manera horizontal y no hegemónica de realizarlo”.

Así define el horizonte de este proyecto provincial Dalmiro Zabala, uno de los coordinadores del ciclo y trabajador de la Dirección de Audiovisuales, quien resalta la idea rectora de este modo de hacer cine: “Cine en Comunidad permite a grupos comunitarios romper con los mensajes dominantes y desde allí, proponer una contracultura que sea fiel a sus convicciones, anhelos y necesidades”.

Tal como esboza Zabala, el propósito de la convocatoria, surgida desde la Secretaría de Cultura de la provincia, es crear espacios de formación y realización audiovisual con grupos organizados de la sociedad, con el objetivo de producir un cortometraje documental que refleje temas de interés dando cuenta del contexto local, y todo ello, con el acompañamiento de tutores (realizadores) que también postulan sus antecedentes y sobre todo motivaciones, en una convocatoria abierta.


Este año se lleva a cabo la tercera edición de Cine en Comunidad, que ya pasó por los municipios de Nazareno, Embarcación, Chicoana, San Carlos y El Galpón en 2023 (pueden verse las producciones haciendo click aquí); Guachipas, General Mosconi y Apolinario Saravia en 2024 (pueden verse aquí); en tanto, este año comenzó a rodarse en los municipios de Metán, Tartagal y en la Escuela de Montaña Nº 8214 de El Alfarcito, en la Quebrada del Toro. Para acompañar esta tarea fueron seleccionados los tutores Patricia Mompó, Jorge Lucas Romero y Simón Baeza, respectivamente.

El proceso que se lleva adelante durante el tiempo de realización de cortometraje, que ronda los tres o cuatro encuentros con aproximadamente tres talleres en cada encuentro, comienza con la exploración básica de conceptos del cine; continúa con el guión que surge a partir de sus propias inquietudes; le sigue el rodaje, la edición, y una primera proyección que se da en la misma localidad, para luego tener una avant premiere dirigida al público en general, en la Usina Cultural de la ciudad de Salta.

Rodaje en Apolinario Saravia, en 2024


Si bien la intención es que la pieza audiovisual final contenga la mejor narrativa posible, así como la mejor selección de imágenes y recursos posibles, Cine en Comunidad apuesta a que el eje no solo esté puesto en el resultado, sino mas bien en el camino transitado y como se lo recorre.

Uno de los realizadores que este año toma este desafio, particularmente en la Escuela de la localidad de El Alfarcito, el Simón Baeza, quien reflexiona sobre la motivación que lo llevó a participar del proyecto audiovisual y comunitario: “Hace tiempo vengo trabajando, queriendo o sin querer, en el cine social. Empecé realizando experiencias audiovisuales en el neuropsiquiátrico de Córdoba y luego continué trabajando en las periferias de ciudades de Córdoba y Salta, donde realicé trabajos con distintos sectores vulnerables”.

Simón Baeza junto a alumnas de El Alfarcito


“Este año estamos trabajando con los municipios de Metán, Tartagal y con el paraje El Alfarcito”, resalta Zabala desde la Secretaría de Cultura. “Los primeros encuentros se realizaron en estos dos últimos, donde pudimos abordar conceptos básicos del lenguaje audiovisual y empezar a trabajar con los primeros disparadores temáticos, relacionados con la realidad social y cultural de cada grupo comunitario”, cuenta. 

El primer encuentro en la Escuela de Montaña dejó muchas sensaciones. “Fue muy interesante, tuvimos la suerte de conocer a los chicos, saber de dónde vienen, qué les gusta ver y también qué les gustaría mostrarle al mundo desde Alfarcito. Pensamos y charlamos sobre los petroglifos realizados por los antiguos habitantes de Santa Rosa de Tastil, lo que sirvió como punto de partida para acercarnos a las primeras imágenes y momentos del cine. Estudiamos algunos dispositivos de imágenes en movimiento que existieron antes de la llegada del cinematógrafo y también trabajamos los valores del plano, las angulaciones y los movimientos de cámara”, describe Zabala.

Proyecciones luego de la cena para toda la escuela


En este primer encuentro, que constó de tres talleres repartidos en dos jornadas, también “se abordó el concepto de sonido fuera de campo y distinguimos las diferentes bandas sonoras. Además, conversamos sobre las formas y sentidos del documental comunitario. Todas estas instancias fueron acompañadas con abundante material audiovisual para visionar y, al final, realizamos una actividad grupal en la que los talleristas filmaron, actuaron, registraron sonido y tomaron decisiones artísticas”, recalca el realizador Simón Baeza.

Si bien el trabajo estuvo centrado en el grupo de aproximadamente 20 estudiantes de diferentes cursos que decidieron participar de la actividad, por la noche en el comedor de la escuela-albergue, donde pernoctan alrededor de cien alumnos y alumnas, se proyectaron una serie de cortometrajes para toda la comunidad educativa.

Comunidad de La Loma en Tartagal


Por otra parte, también comenzó a llevarse adelante la misma experiencia en el municipio de Tartagal, la cual representa una locación e idiosincrasia totalmente diferente a la de la Quebrada del Toro. Al respecto, Dalmiro Zabala describe: “la experiencia en Tartagal fue muy refrescante, ya que es un grupo comunitario conformado mayoritariamente por personas pertenecientes a una comunidad originaria organizada. Trabajamos durante dos días en la comunidad guaraní de La Loma, ubicada a escasas cuadras del centro de la ciudad pero con una realidad muy distinta al resto de los habitantes”.

Dalmiro, que acompaña las diferentes experiencias, comenta sobre lo observado y lo vivido comparativamente en las distintas experiencias que se encuentran en marcha en este 2025. “Lo vivido en El Alfarcito y en Tartagal fue distinto. En el primer caso, el grupo comunitario surge de una institución educativa, el Colegio Secundario de Montaña, fundado por el reconocido padre Chifri, y está conformado por estudiantes de entre 13 y 17 años. En cambio, en Tartagal, como mencioné antes, el grupo forma parte de una comunidad guaraní y sus integrantes son en su mayoría personas de la tercera edad. A partir de ahí, las diferencias entre ambos grupos son amplias”.

Sin embargo, amplía Zabala, “en el proceso fuimos descubriendo que los dos están atravesados fuertemente por la religiosidad y la espiritualidad. Eso hizo que los intereses, conflictos y reflexiones que surgieron en los talleres tuvieran cierto paralelismo”.

Iglesia se la comunidad La Loma en Tartagal


Si bien en estos primeros encuentros se trabajó mayormente con los elementos básicos de la técnica y nociones primarias de lo que implica el mundo del audiovisual, se generaron, puntualmente en El Alfarcito, talleres con dinámicas grupales con el fin de comenzar a recabar inquietudes e interrogantes que sirvan para encarar el guión de lo que será el cortometraje, partiendo de sus inquietudes.

A partir de diferentes premisas vinculadas a:lo que más les gusta de su lugar, qué los une como grupo y qué cuestiones les preocupan, se pudo llegar a primeras ideas comunes que sirvan como sustento de lo que será el guión que lleve el hilo del cortometraje documental de los alumnos y alumnas de la escuela.

Dalmiro Zabala junto a alumnas de El Alfarcito


“Fue para mi sorprendente el paisaje de la Puna y sus habitantes, esa especie de eco de un mundo antiguo que parece hacerse escuchar en sus descendientes” remarca el tutor y realizador Simón Baeza, conmovido por la experiencia en curso.

El mismo realizador comunitario expresa sus expectativas en cuanto al proceso iniciado: “espero disfrutar del proceso creativo, potenciar las miradas y las inquietudes de los talleristas, poder transmitir conceptos e ideas que les permitan a los asistentes situarse con más herramientas en este mundo repleto de imágenes. Que los talleristas descubran nuevas formas de expresarse y se animen a contar sus propias historias a través del cine. Crear un espacio de intercambio donde todos podamos aprender de las experiencias y la mirada de los demás, fortaleciendo el trabajo colectivo”.

Por su parte, Dalmiro Zabala remarca enfáticamente: “Creo en la importancia de este programa para que las personas sean las protagonistas y hacedoras de su propia historia”.

Iglesia de El Alfarcito


De este modo, Cine en Comunidad aparece no solo como un espacio de formación y expresión artística, sino también como una herramienta política y cultural que desafía los relatos únicos. En cada experiencia, las comunidades no son simples espectadoras, sino autoras de sus propias narrativas, apropiándose de la cámara como vehículo para contar aquello que rara vez encuentra lugar en la pantalla grande.

Es por ello que el programa se convierte en una plataforma de democratización del cine, donde lo colectivo reemplaza a lo individual, y donde las historias nacidas desde el territorio, son las protagonistas del hecho cultural. Por eso Cine en Comunidad es más que un proyecto audiovisual, se trata de un recorrido en conjunto, colectivo, en el que el proceso resulta mucho más importante que el resultado, abriendo la puerta y los caminos para imaginar otras formas de hacer cine.