Es sábado por la noche en Teatro Abierto, un espacio ubicado en el barrio de La Loma, La Plata. Unas cincuenta personas se agolpan entre la vereda, la planta baja del local y la escalerita que conduce a la sala para ver “Bailó toda la noche, tomó agua fría y se murió”, la nueva obra de la actriz y directora platense Canela Corno. Una instalación con archivo personal de la actriz espera para recibir al público. Fotos, pasaportes, boletines de colegio, radiografías, una serie de televisores noventeros en donde se proyectan distintos VHS de la infancia de Corno. Por la escalera desciende Canela, que charla con el público como quien invita a sus amigos a pasar al living de su casa. Los dramaturgos (como los psicoanalistas) siempre prestan atención al inicio de las obras: es allí en donde aparecen las primeras pistas (racionales y no tanto) sobre lo que sucederá después. La propuesta de Corno no es la excepción: ese vínculo de “total normalidad” con el público plantea el juego que se desarrollará más tarde en escena, donde no habrá cuarta pared ni un “allá” del público y un “acá” de la ficción. Se trata de una puesta donde hay relato, hay acción, hay convivio, y hay un “hacerse cargo” que expone y cuestiona las convenciones sobre cómo se presencia un espectáculo. El público comprende: está por ver una performance, un ritual donde la honestidad (tanto argumental como formal) es parte del procedimiento.

“Bailó toda la noche, tomó agua fría y se murió” es un título que ubica a la obra en una cartografía que podría llamarse “indie platense”. Ese sello inconfundible de la ciudad de las diagonales y su amor por los nombres largos, inusuales, extravagantes. Corno parece saber esto, y durante la función explica: “este nombre tiene gancho, pero no van a ver nada de esto en escena. No es una historia de acción. Es mi historia, les pido perdón. Quien se sienta defraudado, puede ir a pedir que le devuelvan la plata en la boletería, en el teatro ya están avisados”. El título, entonces, en realidad hace referencia a un audio que Corno comparte en una de las primeras escenas, en donde su suegra le cuenta la historia de un familiar lejano a quien le sucedió eso: bailó tanto que después se murió. Otra clave que volverá, más tarde, al relato.

Si bien la obra inicia con la instalación, la función empieza con la actriz que se sitúa en el escenario y proyecta algo en una pantalla. “Yo tenía muchas ganas de hacer mi primera obra, pero no sabía sobre qué, entonces se me ocurrió escribir sobre mi historia”, dice en una confesión que todo el tiempo busca el amor y la comprensión del espectador. Distintas placas con colores y tipografías se proyectan, gigantes, en el escenario, en las que el público lee: “MI PRIMERA OBRA” de forma casi obsesiva, como una nena que escribe una y otra vez el nombre de eso que desea, el apodo de ese nene que le gusta del jardín. En este punto, Corno también es honesta: lo que importa no es tanto lo que se dice o lo que se escribe. La obra es una excusa: para estar en escena, para actuar, para encontrarse con el público y vivir la adrenalina de ese presente. “El público te devuelve. El encuentro con el otro es la materia prima de la actuación”, dirá más tarde Corno durante la entrevista.

Durante una hora, el público accede a los recuerdos “fundacionales” de la actriz: el abandono de su mamá cuando era chica, la muerte de su papá, la muerte de su suegra Stella (a quien el título de la obra homenajea) y esas huellas borrosas de la experiencia infantil que quedan impresas en la memoria, como todas las veces en que sus hermanos y niñera la encerraron en un placard de chica, el terror que sentía al estar en un espacio tan reducido sin poder salir. Es interesante que, si bien la actriz expone su vida como quien pone un objeto en una vidriera, el espectador todo el tiempo se pregunta: ¿esto es verdad? ¿o es ficción? Canela fogonea esa inquietud, editando sus recuerdos en vivo, cuestionándolos, volviéndolos a escribir, a narrar. “Esto es un montón”, le dice una de las técnicas-amigas cuando Corno habla del abandono de su mamá en una escena de alto dramatismo. El resto coincide: “sí, Cane, es una banda”. El público ríe, aliviado. La actriz, acompañada por sus amigas (que son actrices, técnicas, e incluso otras versiones de ella misma), se seca las lágrimas y ensaya otra vez el recuerdo. Esto inaugura una posibilidad: la de la memoria como cosa plástica, mutable, digna de ser editada, moldeada. A diferencia de otras obras que pueden calzar dentro del molde del biodrama o el teatro documental, “Bailó toda la noche, tomó agua y se murió” coquetea también con cierta idea de lo deforme y singular, estirando los recuerdos hasta transformarlos en sueños, escenas oníricas dignas de una pintura de Dalí. Para esto es esencial el trabajo que el equipo despliega tanto con recursos audiovisuales (como un cortometraje que irrumpe a mitad de la acción) como la forma de abordar el espacio escénico, que frente a los ojos del público pasa de lo real, una sala de teatro en La Loma, a la pura ficción: un armario, el mar y su arena, esa arena que se transforma en ceniza, un ataúd, un boliche en donde todos, público incluído, bailan hasta el final.

Tanto durante la obra como a lo largo de la entrevista, Corno habla de lo vulnerable que se sintió en el proceso de construcción del material. La pregunta “a quién le va a importar esto que me pasó” aparece varias veces, hasta que en un momento de la conversación dice “ella es una actriz”, y se escucha y ríe, “bueno, yo hago este personaje que soy y no soy”. Es en este desdoblamiento, este ser y no ser, que el material encuentra la fuerza que lo vuelve universal, porque ¿quién no le tiene miedo a la muerte? ¿Quién no atravesó un duelo? ¿Quién no busca ser amado? “Yo soy otro”, dijo Rimbaud. “Yo soy inmenso y contengo multitudes”, escribió Whitman. En este sentido, Corno explica que esa sensación de vulnerabilidad cambió ahora que el material “está afuera”. “En las funciones sucede algo mágico, porque ahora ya está, la obra ya es del otro. Ya no soy yo, sino que es parte de lo artístico, de los demás”, concluye.

“Bailó toda la noche, tomó agua y se murió”, escrita, dirigida y protagonizada por Canela Corno, cuenta con las actuaciones y la técnica de Trinidad Falco, Marta de la gente y Rosita de los vientos, el diseño coreográfico de Doxa Morfa y música original de Catalina Chontasi; además de la asistencia dramatúrgica de Nadia Díaz y Malena Escobar O’neill, y la asistencia de dirección de Falco. Entre los agradecimientos, Canela escribió “a mis amigas, porque sin ellas nada y con ellas todo”. Las amigas son, en esta obra, el paracaídas para lanzarse de lleno a explorar la biografía, los miedos, y la risa, en una puesta que puede verse todos los sábados de septiembre a las 21 hs en Teatro Abierto (38 n 1265, La Plata), y cuyas entradas pueden conseguirse a través de Alternativa Teatral.