¿Qué llevo para la cena del 24?, pregunta a su hermano una de las dos mujeres solas que se sumará en las dos cenas más odiadas del año. “Preguntale a mi mujer”, responde el asador, que tiene índices de machismo bajos para la escala convencional y pasará las dos fiestas asando. Y sin embargo, será ella, la mujer, la cuñada en este caso, la encargada de ensaladas, sandwiches de miga, mesa dulce y todo lo que no pase por la parrilla. Por la noche, los varones, sean dos, cuatro o multitud, se ubicarán en ronda alrededor del parrillero, a beber y conversar de “sus” temas. Fútbol y política en esta familia en particular. Este año la política gana por goleada, con amargura, porque no hay macristas ni confundidos. Algo para agradecerle profundamente al niño dios. Y otra más, que Tinelli no forme uno de esos tópicos. Ellas, en cambio, trajinarán la cocina sin descanso. Lejos de la época de la abuela Berta, que cocinaba durante todo el día para que no faltara nada en una mesa que empezaba a la nochecita y terminaba con suerte a la madrugada. Y después, durante la cena, eran ellas –y su hija, también sus nueras– las que se levantaban ante cada pedido de ellos. “Falta pan”, “esto no tiene sal”, “se terminó la soda”. Eran otros tiempos, el siglo pasado. ¿Ah, no?

Hacer las compras, poner la mesa, preparar desde el vitel toné hasta las ensaladas de fruta, son parte de la división sexual del trabajo que no se discute. En todo caso, se les puede pedir a ellos que vayan al supermercado, con una lista bien precisa. Cuidar que lxs chicxs no molesten en el templo de los hombres que se juntan alrededor del fuego para volver a descubrirlo –o al menos eso parece por la seriedad con la que se toman sus propias palabras cada vez, como siempre– es otra de las tareas que recaen sin ningún tipo de dudas en el terreno de “lo femenino”. 

Es que cada fiesta, cuando no se puede concretar una propuesta alternativa, sirve para redescubrir lo enraizadas que están esas costumbres que creemos lejanas cada vez que salimos a la calle con convicción. “Abajo el patriarcado, que va a caer, que va a caer”, gritamos con ganas, pero después nos toca llevar la ensalada de frutas, bien cortada y macerada.  

La cuñada de 30 y pico no se pasa todo el día cocinando como hacía la abuela Berta. Y sí se dedica cotidianamente a educar a su compañero, aún cuando no se defina como feminista. Igual, en su casa no hay espacio para los chistes degradantes que tanto han alimentado las fiestas de generaciones: mientras ellas laburaban a brazo partido, ellos se dedicaban a burlarse de usos, costumbres y cuerpos. “La Flaca es de armas tomar. Bah, era flaca”, dice el señor que no se levantó de la silla ni para advertir que la vajilla no llega sola a la mesa.

Pero además, ellas trajinan los días previos a la realidad pensando no sólo en la comida que cada unx prefiere, sino también en regalos propios y ajenos. Qué llevar al pueblo para lxs sobrinxs del marido, de diferentes edades, es una tarea en la que el susodicho –el padre y tío de las criaturas– no tiene ninguna participación. 

Porque claro, ir de compras es lo que más nos gusta, según el tópico que remachan cada día desde la publicidad y las noticias, ¿Por qué, si no, serían una gran mayoría de mujeres las que corren por los centros comerciales? Esos que abren a la madrugada, y cuyos locales son –a excepción de los que se dedican a tecnología, que sí es cosa de varones– atendidos por empleadas precarizadas obligadas a trasnochar para que unas pocas horas extras les engorden sus magros sueldos. 

Por eso diciembre es el mes de los ataques de hígado. No sólo porque se toma y se come en exceso, aún cuando el primer mandamiento de toda mujer que se precie de ocupar un lugar en el mercado del deseo sea: “Harás dieta porque si no te ponés gorda y ya sabemos que eso es lo peor que le puede pasar a una dama”. Porque si sos gorda, a menos que seas una madraza con credenciales comprobadas, nadie te preguntará si estás sola o en pareja. Lo darán por sentado, con un dejo de lástima. ¿Una ventaja? Sí, en cambio, habrá sugerencias más o menos velada a la conveniencia de ciertos platos, o las cantidades que ingerís. Mientras ellxs –ya es un tópico repetir aquella frase de Simone de Beauvoir, “el opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los oprimidos”– se ocupan de tu “salud”, vos sólo te preguntas cómo es posible que una familia que se autopercibe como progre reproduzca la coreografía aquella de “los nenes con los nenes, las nenas con las nenas”. Y eso que nadie habla de la ganadora del Bailando por un sueño, graciadio. 

Porque sí, algunas amigas la tienen peor. Una de ellas llegó y encontró un griterío. “Así no vas a salir, parecés una puta”, le gritaba el cuñado a su hija adolescente. Y el hombre siguió toda la noche: que tal es torta, que los putos “se pasan, para qué andan todo el día mostrándose”, y “son los mismos que después rompen toda la ciudad”. Ella estalló. Y él lo quiso arreglar con un abrazo y un cínico pedido para que lo “entienda”, porque él “es así”. A otra, le arruinaron la fiesta con una burla sobre Santiago Maldonado. Irremontable. 

Ventajas de tener una familia con bajo grado de fascismo y donde la escala de machismo se ubica entre naranja y amarillo, con posibilidad de pasar al verde entre lxs más jóvenes. Y sin embargo, ellos estarán afuera          –siempre pensando en una casa con patio y parrillero– hablando de sus cosas; ellas estarán adentro, acomodando todo lo demás (la mesa, los regalos, la comida, el mundo privado) y la vida seguirá girando hasta las 12. Ellas, antes y después del brindis, se sentarán lo justo y necesario.

Sí, ya sabemos que ellas lo hacen por amor. Como lavar los platos a toda velocidad para que no falten las copas limpias y los dulces a la hora del brindis. Como ocuparse de que lxs hijxs se bañen para estar presentables en esa noche que las familias nucleares parecen  –sólo parecen– la única forma posible de organización social. Y lxs parias ahí andan, acomodándose a lxs más cercanxs, prometiendo que el año próximo harán una megafiesta entre amigxs sin división sexual del trabajo, donde cada cual lleve lo que le pinte, las conversaciones sean mixtas y no tengan el sesgo de lo público y lo privado, los platos se laven al día siguiente, y a la hora del brindis, el feriado sea para todxs.