Las cadenas decoran las tetas, no las tapan, las resaltan, las dejan libres, pasan por su frío al borde de los pezones, descubren el rosa entre la blancura o la piel morena, no alzan, ni suben, ni aplastan, enmarcan, hacen un cuadro del erotismo que Facebook censura y la policía tapa. Las tetas ya tienen su joya a través de las manos del artista Darío Pessah. No se trata de aros, collares, anillos o pulseras. No solo las orejas, el cuello, los dedos y las muñecas pueden lucir eso que la moda denomina accesorios y que para la identidad y el placer de las mujeres es protagonista de sus recovecos centrales entre cosquillas o besos. También la espalda, el pubis, el pecho y los brazos pueden tener sus propias joyas en una idea que nace desde Roma y que vuelve como un imperio de cuerpos libres y poderosos. 

Darío Pessah estudió en el Colegio Nacional Avellaneda y después se formó en artes en la escuela porteña Manuel Belgrano. Hace más de veinte años decidió viajar por Latinoamérica como mochilero. Sobrevivió como artesano con trabajos sobre madera y semillas naturales en una apuesta donde el viaje y el trabajo sin ser empleado, sino nómade y autogestivo también son una apuesta política. El sueño adolescente se postergó en un viaje a España que duró una década. La artesanía y el arte se fundieron en la marca Rajal de carteras, billeteras, calzado y otros complementos sobre piel hechos completamente a mano. 

Volvió a Buenos Aires hace poco tiempo. Y apostó a las joyas para el cuerpo fabricando body chain con la marca Vincenza Pietrangelo que define como delicada y sugerente, para recuperar un accesorio muy antiguo con el poder de femineidades o cuerpos diversos que ya no bajan la guardia. “Es el accesorio más sensual de la historia de la joyería”, rescata Darío, que adapta sus collares a esta modalidad de joyas para el torso con una impronta que destaca como autogestionada, pirata y fuera del sistema. “Intento eludir las secuelas capitalistas de la revolución industrial y mantener el trabajo manual como valor fundamental de la filosofía laboral”, subraya. Él puede enfrentar cartas de expulsión o deportaciones sin que eso oprima su proyecto. Su valor agregado está en las redes sociales que trafican pieles en busca de su propia marca y deseo sin importar las vidrieras o las publicidades estándar. Tiene seguidores en Instagram, Facebook y Twitter y envía piezas de Buenos Aires a todas partes del mundo. 

Vincenza Pietrangelo es una cooperativa independiente de moda, arte y diseño a la que se puede llegar a través de redes y conseguir otras redes enhebradas para el arco de las tetas, corpiños que no apuestan a la suavidad sino a la garra, cadenas que redoblan la jugada por encima de la remera (y no hacen pasar como nada a la diferencia), collares que se montan en una pieza en donde los pechos se unen y los ojos se vuelven un unicornio para la mirada, cadenas (plateadas o doradas) que se conjugan como el sudor en verano o en la fiebre del deseo por abajo o arriba de las camisas como ropa interior o como el exterior de la ropa. Los collares con piedras rojas o turquesas, las calaveras que sonríen debajo de las axilas o entre los lunares sin tapujos, las semillas que se triplican donde el pecho presenta exuberancias, la bikini que no es de tela sino de una armadura para batallas elegidas o trapecios que reemplazan a las ligas y no corren el riesgo de correrse como las medias son parte de un muestrario visual que consigue identificar la diferencia. 

Las piezas de joyería íntima se corren, solo, cuando se quiere y se elige. Igual que las cadenitas que desde Instagram muestran una camisa de jean abierta y el erotismo de un accesorio que no se esconde sino que remite a tesoros para quienes realmente hacen de rehacer las cadenas un juego propio. 

Más información: www.instagram.com/vincenzapietrangelo/

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